Название: Obras completas de Sherlock Holmes
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211201
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—No pude evitarlo —dijo, contestando a su mirada—. Su voz resonaba por toda la casa. ¡Padre!¡padre! ¿Qué vamos a hacer?
—No tengas miedo —contestó él, atrayéndola hacia sí, acariciando con su mano ancha y áspera sus castaños cabellos—. De una manera u otra lo arreglaremos. No disminuye tu cariño por ese mozo, ¿verdad?
Un sollozo y un apretón de mano fueron la única respuesta que ella le dio.
—No, por supuesto que no. No me gustaría que me dijeses que había disminuido. Es un mozo bien parecido y es un cristiano, lo cual es ser bastante más de lo que son estas gentes de aquí, a pesar de tanto rezar y predicar. Mañana sale una expedición para Nevada, y yo me las arreglaré para enviarle un mensaje explicándole el conflicto en que estamos inmersos. O yo no conozco a ese mozo, o regresará a una velocidad que dejará pequeña a la del telégrafo eléctrico.
Lucy se echó a reír por entre sus lágrimas al escuchar aquella descripción de su padre.
—Cuando él llegue nos aconsejará lo que mejor se puede hacer. Es por usted por quien yo tengo miedo, padre. Se oyen contar... se oyen contar unas cosas espantosas acerca de los que se oponen al Profeta, siempre les ocurre algo terrible.
—Pero nosotros no nos hemos opuesto a él todavía —contestó su padre—. Tiempo tendremos de esperar la tormenta cuando lo hagamos. Tenemos por delante un mes entero, hacia fines de ese plazo creo que haremos bien en alejarnos de Utah.
—¡Irnos de Utah!
—Algo por el estilo.
—¿Y la granja?
—Convertiremos en dinero todo cuanto nos sea posible, y lo demás tendremos que dejarlo. Si he de decirte la verdad, Lucy, no es esta la primera vez que se me ha ocurrido hacerlo. Yo no estoy por someterme a nadie, como lo hace esta gente con su condenado Profeta. Yo he nacido norteamericano y libre, y todo esto me resulta nuevo. Probablemente soy demasiado viejo para aprender. Si ese hombre anda ramoneando por los alrededores de esta granja, quizá tropiece con un escopetazo de postas que caminan en sentido contrario.
—Pero no nos dejarán marchar —le objetó su hija.
—Espera que venga Jefferson, y pronto lo arreglaremos. Entretanto, no te preocupes, cariño, y no dejes que se te irriten los ojos de llorar, porque si él te ve así la tomaría contigo. No hay ningún motivo para asustarse y tampoco existe peligro alguno.
John Ferrier sentenció estas consoladoras palabras con seguridad; pero Lucy puso especial atención en que aquella noche tuvo un cuidadoso esmero en ponerle el cerrojo a las ventanas y en limpiar y cargar la vieja escopeta que colgaba en una pared del dormitorio.
Capítulo IV:
Una fuga para salvar la vida
John Ferrier marchó a Salt Lake City a la mañana siguiente a su entrevista con el profeta mormón, y le confió un mensaje destinado a Jefferson Hope al conocido suyo que partía en dirección a las montañas de Nevada. Ahí prevenía al joven del peligro que los amenazaba y de lo imperante que era que regresase. Hecho eso, estuvo más tranquilo y regresó a su casa con el corazón sosegado.
Al estar ya cerca de la granja se sorprendió de encontrar sendos caballos atados a los dos pilares de la puerta exterior. Y aún más se impresionó cuando, ya dentro de su casa, se encontró con que dos jóvenes habían tomado posesión de su cuarto de estar. Uno de ellos, de rostro pálido y alargado, estaba arrellanado en la mecedora, descansando los pies encima de la estufa. El otro, un joven de cuello corto y de rasgos faciales toscos y abotargados, permanecía en pie delante de la ventana, con las manos hundidas en los bolsillos, y silbaba un himno popular. Ambos saludaron a Ferrier con una inclinación de cabeza, y el de la mecedora dio principio a la conversación.
—Usted quizás no nos conoce —dijo—. Ese que ve usted ahí es hijo del anciano Drebber, y yo soy Joseph Stangerson, el mismo que hizo el viaje con ustedes por el desierto en la ocasión aquella en que el Señor alargó su mano y los recogió dentro de la verdadera congregación de sus fieles.
—Y eso mismo hará a su debido tiempo con todos los pueblos —dijo el otro con voz nasal—. El Señor muele lentamente pero muele fino.
John Ferrier hizo una fría inclinación. Había adivinado a qué venían sus visitantes.
—Estamos aquí —dijo Stangerson— por consejo de nuestros padres, a pedir la mano de vuestra hija para que usted y ella elijan entre nosotros dos. Como yo solo tengo cuatro esposas y el hermano Drebber tiene siete, creo tener un título más poderoso que el suyo.
—No, no, hermano Stangerson —exclamó el otro—. No se trata de cuántas esposas tiene cada uno de nosotros, sino del número de ellas que es capaz de mantener. Yo soy el más rico de los dos, porque mi padre me ha cedido ya sus talleres.
—Pero mis perspectivas son mejores —contestó acaloradamente el Stangerson—. Cuando el Señor se lleve a mi padre, pasarán a mis manos su curtiduría y su fábrica de artículos de cuero. Además, tengo más años que tú y ocupo en la Iglesia una posición más elevada.
—La que decide es la moza —le replicó Drebber, haciendo una mueca a su propia imagen reflejada en el espejo—. Dejaremos todo a su propia elección.
John Ferrier había permanecido durante todo este diálogo recomiéndose la ira en el umbral de la puerta y conteniéndose a duras penas para no descargar su fusta en las espaldas de sus dos visitantes.
—Escuchen —exclamó al fin, caminando hacia ellos—. Cuando mi hija los llame pueden venir, pero hasta entonces no quiero ver por aquí sus caras.
Los dos jóvenes mormones quedaron asombrados. Aquella pugna que sostenían entre sí por la doncella constituía a sus ojos el más alto honor para la joven y para el padre.
—Esta habitación tiene dos salidas —les gritó Ferrier—: una es la puerta, y la otra, la ventana. ¿Cuál de las dos les apetece?
Su rostro moreno tenía una expresión tal de ferocidad, y sus enjutas manos parecían tan amenazadoras, que sus visitantes se pusieron en pie de un salto y emprendieron una retirada presurosa. El anciano granjero los siguió hasta la puerta.
—Cuando se hayan puesto de acuerdo sobre cuál de los dos ha de ser, me lo comunican —dijo burlonamente.
—Pagará usted esto muy caro —gritó Stangerson, blanco de furor—. Ha desafiado usted al Profeta y al Consejo de los Cuatro. Le pesará hasta el fin de sus días.
—La mano del Señor se asentará pesadamente sobre usted —le gritó el joven Drebber—. ¡Se alzará y lo aplastará!
—Yo mismo empezaré el aplastamiento —exclamó Ferrier, furioso.
Y si Lucy no le hubiera cogido del brazo y se lo hubiera impedido, habría corrido escaleras arriba en busca de su escopeta. Antes que el padre pudiera desembarazarse de su hija, el ruido de los caballos le advirtió que ellos estaban ya fuera de su alcance.
—¡Los СКАЧАТЬ