Название: El Criterio De Leibniz
Автор: Maurizio Dagradi
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Героическая фантастика
isbn: 9788873044451
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Marlon examinó el objeto durante unos momentos, después cogió un vaso de cristal y lo llenó con agua de un grifo del laboratorio.
Cogió el objeto con la pinza y lo sumergió en el agua, sin soltarlo. Lo sacudió varias veces para limpiarlo, y el agua del vaso se tornó de color rosa.
Alzó la pinza lentamente para sacar el objeto limpio.
Una sonrisa se dibujó en su rostro, y emitió un sonoro suspiro de alivio.
—Profesor —llamó—, profesor Drew...
Drew sacudía la cabeza, y daba la espalda a todo el mundo, como si no quisiera saber nada.
—Profesor —insistió Marlon—. Todo está bien, profesor. Mire esto.
Drew se levantó con dificultad, sin ganas, y se acercó reluctante.
Lo que vio lo dejó de piedra.
Marlon sujetaba un trozo de plástico rosa con la pinza, al que estaba sujeta una etiqueta estampada.
—Esta es la salsa de tomate que pongo todos los días sobre mi filete —explicó el estudiante—. El comedor de la Universidad la compra directamente a Italia, a un productor artesano, y la guardan en un refrigerador que está a unos veinte metros al este de aquí.
»Está muy rica, ¿sabe? —añadió—. Está aromatizada con orégano, mi especia preferida.
Capítulo XII
Maoko estaba volviendo a su apartamento, caminando despacio por las avenidas del campus, iluminadas por farolas de estilo victoriano. El aire de la noche era refrescante y energizante, después de un día como aquel.
Estaba muy cansada, pero, al mismo tiempo, excitada por los resultados obtenidos.
Era increíble que en un solo día hubieran podido construir una segunda máquina que funcionaba, y, además, llegar a una aproximación a la teoría del fenómeno. Drew había elegido bien su equipo, y la unión de esos expertos había tenido un resultado excepcional.
Estaba feliz de que Kobayashi la hubiera traído con él. Sabía haber contribuido de manera importante a la investigación, y esto la llenaba de orgullo. Después de todo, había conseguido calibrar el retículo de ionización con solo 0,1 micrómetros de error, un valor extremadamente reducido, puesto que había usado un calibrador con resolución de un micrómetro.
Llegó delante de la puerta de su apartamento, en una zona más bien aislada del campus. Giró la llave en la cerradura y abrió la puerta. Estaba dando el primer paso hacia el interior cuando un ruido precipitado la hizo girarse de golpe.
De la oscuridad surgió Novak, que se situó delante de ella con ojos incendiados.
—¡Señorita Yamazaki! —la interpeló bruscamente—. ¿Cómo se ha permitido, hoy, dirigirse a mí de ese modo? ¡Usted, una mera estudiante! —de manera impulsiva dio un paso hacia delate y pasó el umbral de la puerta—. ¡En todos mis años de enseñanza no he encontrado nunca nadie tan insolente como usted! —siguió, hablando con desprecio—. Quizá en vuestro país de comedores de arroz estáis acostumbrados a trataros como perros los unos a los otros, pero aquí, en occidente... ¡fff!
Maoko le había tapado la boca con una mano, cerrándosela con fuerza. Con la otra mano la agarró por la muñeca derecha y al mismo tiempo clavó su mirada en los ojos de la mujer noruega. Entonces Maoko abrió los suyos de manera innatural, sin parpadear, y sus pupilas negras parecieron agrandarse desmesuradamente, irradiando una luz hipnótica que entraba en los ojos de Novak y la iba paralizando.
Con un pie dio un golpe a la puerta para cerrarla y, después, mirándola fijamente todavía, le quitó la mano de la boca muy lentamente.
Novak permaneció inmóvil, con los labios medio abiertos y los ojos fuera de sus órbitas.
Maoko retiró delicadamente el bolso de su hombro y después, lentamente, le tomó la muñeca izquierda y la colocó sobre la derecha que ya estaba sujetando, cruzándolas y manteniéndolas juntas con una sola mano.
Sin quitar la mirada, buscó algo en un cesto de paja sobre un mueble cercano con la mano libre y sacó un rollo de cuerda. Tanteó hasta encontrar el extremo justo, lo sujetó e hizo caer el resto al suelo con destreza.
Lentamente dio unos giros de cuerda alrededor de una muñeca, después alrededor de la otra, y acabó dando unas vueltas alrededor de las muñecas cruzadas, sujetando todo con un nudo doble.
Novak estaba completamente paralizada.
Maoko dejó correr una pequeña longitud de cuerda para mantenerla en tensión con las muñecas de Novak, alzados a la altura de su abdomen.
Dobló ligeramente las rodillas y con la otra mano recogió el rollo, con un movimiento veloz de los ojos apuntó, y con estilo magistral lo lanzó por encima de un gancho en hierro macizo fijado al techo del que colgaba una lámpara de estilo antiguo.
Del rollo, que había caído cerca de ella, tomó el otro extremo de la cuerda, y con las dos manos empezó a tirar lentamente, levantando las muñecas de Novak hacia arriba.
Siguió tirando, palmo tras palmo, hasta que los brazos de la mujer noruega estuvieron sobre su cabeza y empezaron a tensarse. Novak emitió un gemido sofocado, pero lo calló inmediatamente, mientras seguía mirando delante de sí con una mirada ausente.
Maoko tiró más, lentamente pero firmemente. Ahora los brazos estaban estirados al máximo y comenzaban a levantar el peso del cuerpo. Novak empezó a gemir de manera sumisa, continuamente, mientras la frente se le llenaba de sudor.
Maoko tiró un poco más, hasta que los pies de la mujer noruega estuvieron levantados con un ángulo de unos sesenta grados con respecto al suelo. En ese momento ató el extremo libre de la cuerda a un robusto toallero fijado a la pared, al lado del fregadero de servicio de la cocina.
Del cesto de paja cogió un trozo de cuerda más corto y ató los tobillos uno contra el otro, y después se alejó para ver el resultado de su trabajo.
La mujer noruega colgaba del techo, tensa y perfectamente vertical, apoyada ligeramente, en vertical, sobre la punta de sus pies, que eran el único punto de apoyo que le quedaba.
Ya no gemía. Ahora respiraba lentamente, jadeando, y todo el cuerpo se le había cubierto de sudor por la tensión muscular.
La camiseta había salido de la falda, descubriendo una parte de su abdomen sudoroso.
«No está mal», se felicitó Maoko a sí misma.
Cerró la puerta con llave, se quitó el abrigo y los zapatos y fue al baño; después se preparó un té japonés. Degustó algunas de sus pastas y finalmente se acomodó en un sillón para leer una novela. Había sido un día largo y ajetreado; sentía la necesidad de relajarse. Las aventuras amorosas de la protagonista del libro la llevaron a un mundo fantástico, pero también muy real; los japoneses tienen una sensibilidad particular por los matices y los detalles, y su nivel de introspección es superior. Sobre todo, las mujeres; escuchan todo el tiempo e interaccionan con el entorno de una manera profunda.
Midori СКАЧАТЬ