El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
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Название: El Criterio De Leibniz

Автор: Maurizio Dagradi

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Героическая фантастика

Серия:

isbn: 9788873044451

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СКАЧАТЬ sin animadversión—. Un proyecto que concierne una cierta Máquina capaz de desplazar cosas y personas a distancias medidas en la escala universal, e inventada por un cierto Drew. ¿Qué puede decirnos al respecto?

      McKintock permaneció en estado de shock.

      ¿Cómo podían saber esto?

      Ni siquiera él lo sabía hasta la noche anterior. ¿Cómo lo habían hecho? Era imposible que nadie hubiera hablado de ello, y, sin embargo, tenía que haber ocurrido, no cabía otra posibilidad. Palideció como un cadáver, después enrojeció violentamente, y finalmente encontró las palabras.

      Suspiró profundamente antes de responder.

      —No sé cómo han podido saberlo, pero eso que usted ha descrito de manera tan concisa es la realidad. Explicaré todo, pero al menos dígame qué son estos Servicios de Seguridad de los que ha hablado, y quién es usted realmente.

      —Después —respondió secamente Farnsworth—. Se lo aseguro, sabrá todo a su debido tiempo. Mientras tanto, este es mi distintivo, si le sirve para tranquilizarse. —Agitó delante de sus ojos, brevemente, unas siglas similares a las que había visto durante la «captación» en el aparcamiento de Liverpool.

      McKintock suspiró nuevamente, y comenzó a contar.

      —Hace una semana un profesor de física de mi Universidad, el profesor Drew, vino a verme junto con un estudiante suyo, Joshua Marlon. Este muchacho había descubierto, por pura casualidad, un efecto producido por un dispositivo construido por Drew con otro objetivo. Él había informado a su profesor y, juntos, habían analizado el efecto. Resulta que el dispositivo puede intercambiar dos volúmenes de espacio recíprocamente, a la distancia que se quiera, incluso a una escala cósmica, con todo lo que contienen. Esto significa que la Máquina, como la llamo yo, puede ser regulada para apuntar a su compañero aquí —y señaló al otro hombre—, y transportarlo instantáneamente a otro sitio, poniendo en su lugar cualquier otra cosa. Si quisiera —y aquí McKintock empezó a disfrutar, tomándose una pequeña revancha—, podría ser transportado al fondo del mar, y en su lugar aparecería una buena salpicadura de agua salada —concluyó, levantándose de golpe de la mesa.

      El hombre sentado se movió nervioso en su silla y miró serio a su jefe.

      Farnsworth había abierto los ojos de par en par, impresionado, pero había recuperado el control rápidamente.

      —Bien. O sea, que es verdad. ¿Y ya han hecho pruebas con esta... ... Máquina?

      —Existe un pequeño prototipo capaz de desplazar objetos de pequeño tamaño. Con la ayuda de un equipo de científicos de entre los mejores del mundo, el profesor Drew ya ha podido construir la teoría del funcionamiento de la Máquina, y justo ayer por la tarde me había hecho partícipe de los resultados de las pruebas. Por eso me sorprende que ya estén al corriente de todo ello. Ahora —añadió, y miró directamente a los ojos a Farnsworth—, ¿puedo saber cómo han podido saberlo? Me debe esta explicación.

      —Tenemos nuestros métodos. Y no se los puedo revelar, porque entonces se volverían ineficaces. Pero visto que ha colaborado, le diré esto: Los Servicios de Seguridad que yo coordino se ocupan de recoger información de todo tipo que pueda ser de interés para el país, y somos muy buenos haciendo nuestro trabajo.

      —El Servicio Secreto, pues —constató McKintock.

      —Sí —respondió simplemente Farnsworth—. Y si le revelo esta información es porque estoy convencido de que usted es realmente un patriota, y, por el puesto que ocupa, deduzco que es una persona con un gran sentido de la responsabilidad. La tecnología de la que dispone, sin embargo, puede ser de un valor incalculable para Gran Bretaña, en una magnitud que usted quizá no se haya comprendido todavía.

      «¿Y cómo habría podido?», pensó McKintock, «solo me dijeron ayer por la noche lo que la Máquina puede hacer...»

      —Porque, como sabrá —continuó Farnsworth—, nuestro país está viviendo un período de estancamiento económico y político. Con la tecnología que ha descrito, con la Máquina, Gran Bretaña tendría una ventaja tecnológica incalculable respeto a todos los demás países, y esto hace automáticamente que su proyecto tenga una importancia fundamental. De todo esto resulta que la Máquina se convierte a partir de ahora en un Secreto de Estado, y nadie, y digo nadie, puede saber de su existencia sin mi autorización. ¿Cuántas personas están al corriente?

      Durante todo este tiempo McKintock se había limitado a escuchar y a asentir. La directiva de confidencialidad era la misma que él había impuesto a Drew y a los otros, y ahora se encontraba él mismo teniendo que asumirla. Así funcionaban las cosas.

      Contó mentalmente.

      —Unas diez, incluyéndome.

      —¿Tantas? —se alarmó Farnsworth, perplejo—. ¿Qué relación tienen estas personas con usted? Quiero decir, ¿son de confianza? ¿Podrían revelar a otros la existencia de la Máquina?

      —No. Yo mismo les impuse que el proyecto debía mantenerse en secreto, y estoy seguro de que han mantenido el pacto. Son todos científicos o colaboradores de integridad probada, y es su interés, al menos en esta fase de estudio y pruebas, que el proyecto se mantenga en secreto. Sabe, tendrán todo el mérito con las publicaciones científicas, el efecto será nombrado en honor a ellos, y todo eso —dijo y frunció el ceño, pensativo—. A pesar de todo, debo suponer que alguno de ellos haya hablado. Si no, no se explica cómo habéis podido obtener la información.

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