El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
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Читать онлайн книгу El Criterio De Leibniz - Maurizio Dagradi страница 25

Название: El Criterio De Leibniz

Автор: Maurizio Dagradi

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Героическая фантастика

Серия:

isbn: 9788873044451

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      Después de cada fase de montaje, Maoko verificaba que las conexiones y las regulaciones correspondieran perfectamente a lo que indicaban los documentos.

      Colocaron el generador de alta tensión en la placa de soporte y lo conectaron a la caja de conexiones y al imán.

      Los parámetros que iban modificando durante los experimentos influían en la tensión, la corriente y la forma de la onda producida por el generador, por lo que conectaron este componente al ordenador para controlarlo.

      Mientras fijaban los soportes para dos retículos de ionización llegó Drew, seguido en muy poco tiempo por Novak, Schultz y Kamaranda.

      —Veo que habéis avanzado. Fenomenal —dijo Drew, observando el trabajo realizado. Fue a coger una caja y se la dio a Marlon—. Aquí están las piezas que he construido esta mañana. Faltan la placa del punto A y la placa secundaria —miró a Kobayashi, incierto.

      El japonés le devolvió la mirada con aspecto serio.

      —La máquina tiene que ser exactamente igual, Drew-san —dijo—. Si el comportamiento es idéntico al de la máquina original, sabremos que el efecto de intercambio es una realidad científica, reproducible y utilizable. Si no, tendrás que olvidar todo lo que hemos hecho hasta ahora.

      Los científicos noruego, hindú y alemán ya estaban en la pizarra, concentrados en una ecuación particular.

      Drew estaba contra las cuerdas y no tenía alternativas.

      Fue al banco mecánico y preparó las dos placas.

      Cuando se las llevó a Kobayashi, vio que todo lo demás ya estaba montado. Maoko estaba guiando a Marlon para la regulación de una distancia micrométrica12.

      —Un poco más... más... no, ¡demasiado! —La muchacha medía con un micrómetro digital el espacio entre dos retículos de ionización—. Hacia atrás despacio... sigue... despacio... ¡para! Un poco más, pero poco, poco... cuidado... y... ¡para!

      Marlon retiró inmediatamente su mano del tornillo de regulación, sin rozarlo.

      Maoko se enderezó, respiró, y volvió a inclinarse sobre la mesa para repetir la medida y comprobar que correspondía a los datos iniciales.

      —Cuatrocientos treinta y siete micrómetros. Perfecto. Fija el tornillo.

      Marlon abrió y cerró varias veces la mano, para relajar los músculos cansados, y después la acercó lentamente al tornillo de regulación micrométrica para, con la máxima delicadeza, apretar la arandela de fijación concéntrica. Aguantaba la respiración para no provocar movimientos indeseados de la mano. Se retiró y miró a Maoko.

      Ella no había quitado los ojos del micrómetro en ningún momento.

      —Bien —declaró, mirando seriamente la pantalla del instrumento.

      Miró a Drew.

      —En nuestra opinión —dijo, mirando a Kobayashi, que aprobó con la cabeza—, esta regulación es probablemente la más crítica del proyecto. Durante la generación de energía necesaria para que ocurra el intercambio, los retículos producen un campo ionizado especial que genera un efecto secundario en el espacio a su alrededor, se acopla con las placas del punto A, la primaria y la secundaria, y, de alguna manera, provoca el intercambio.

      —El ordenador da la orden al generador de alta tensión para que genere un impulso de energía de una duración de medio segundo —continuó Kobayashi—. Hemos observado que cambiar la duración del impulso influye poco sobre el funcionamiento. El efecto se produce siempre del mismo modo, con la condición de que la duración sea de al menos dos décimas de segundo. Por encima de ese umbral no se manifiestan cambios en el resultado del intercambio. Suponemos que el campo ionizado de los retículos alcanza la intensidad óptima cuando se impone, al menos durante el intervalo de tiempo mínimo, un valor de 1.123,08 V al parámetro K22 con una distancia entre los retículos de 437 micrómetros. Otros parámetros del sistema varían las dimensiones y la forma de la materia intercambiada, y queda por determinar qué determina las coordenadas del destino, para lo que hay que experimentar a partir del punto B, que la placa secundaria ha desplazado a este laboratorio.

      —Bien —asintió Drew, serio—. Sigamos.

      Montaron las placas A y A2, como habían denominado la placa secundaria, y Maoko controló de nuevo todas las conexiones y las regulaciones.

      Marlon se sentó frente al ordenador, lanzó el programa necesario y comprobó la comunicación con el generador. Funcionaba perfectamente. Se volvió hacia los demás con expresión interrogante.

      Drew estaba angustiado. Todo estaba listo para ensayar la segunda máquina, pero él tenía pavor de que el intercambio ocurriera en el interior de una persona. Habría sido un desastre, una tragedia para su carrera y para el futuro de la ciencia. Incluso para la víctima, para ser sinceros.

      Kobayashi lo miraba como un samurái habría mirado a un compañero que no se atrevía a suicidarse por honor. Drew sentía el desprecio de su amigo, pero no podía cambiar su manera de sentirse. No tenía miedo solo por sí mismo, sino por todos los demás.

      Maoko colocó los puños sobre sus caderas, inclinó la cabeza y se puso a mirarlo de soslayo, molesta, esperando.

      Marlon lo miraba, nervioso.

      Drew dudó todavía, inseguro, pero finalmente se decidió.

      —De acuerdo —dijo, con resolución—. Intentémoslo.

      Maoko se acercó al ordenador y miró a Marlon intensamente. Él entendió y se levantó enseguida, incluso aliviado de que le hubieran relegado de esa responsabilidad.

      Maoko se sentó e introdujo los valores de todos los parámetros, y luego miró a Drew.

      —Una muestra, por favor —dijo con voz seca, como el viento que azota la cima del monte Fuji.

      Drew miró alrededor, después eligió un pequeño prisma de cristal y lo situó en la placa primaria.

      Maoko miró a Kobayashi, que observó por última vez los instrumentos para asegurarse de que todo era correcto, y después afirmó con un gesto de la cabeza.

      La joven acercó el dedo a la tecla de activación, dirigió su mirada a la muestra, e hizo un ademán para apretar la tecla, cuando un grito de Novak la paralizó al instante.

      —¡Quietos! —chilló, corriendo hacia la mesa de experimentación seguida por Schultz y Kamaranda—. ¡No actives la máquina! ¡Todos quietos! —ordenó, agitadísima.

      Maoko retiró la mano del teclado y miró con odio a Novak.

      —Hemos comprendido cómo se definen las coordenadas —continuó la mujer noruega—. Están directamente relacionadas con la distancia entre la placa primaria y la secundaria según una función matemática que analizaremos más tarde, pero el problema es que, según nuestro trabajo, hay una relación particular con la longitud de Planck13.

      Drew la miró atónito.

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