Biografía de Azucena Villaflor. Enrique Arrosagaray
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СКАЧАТЬ que los portones de los frigoríficos, de los lavaderos, de las curtiembres y de las incipientes metalúrgicas, se llenaban cada madrugada de cientos de hombres en busca de un puesto de trabajo, aunque sea por el día.

      Muchos hombres habían luchado para cambiar esta situación, pero sólo los radicales habían sabido denunciar con alguna profundidad y credibilidad la corrupción política del régimen imperante y su carácter antipopular, por lo que llamaron más de una vez a luchar frontalmente contra ese régimen. Fue la única fuerza política que por aquellos años organizó levantamientos armados contra los conservadores y la oligarquía. Levantamientos no sólo organizados sino también encabezados personalmente, fusil en mano, por políticos prestigiados como Leandro N. Alem en primer término, e Hipólito Yrigoyen posteriormente. Es cierto que fueron levantamientos parciales y con demasiado peso de pequeñas facciones militares, de burguesía y de pequeña burguesía, pero fueron verdaderos levantamientos político-militares que amenazaron el orden imperante, que aparecía, para muchas miradas cultas e incultas, como natural e indiscutible. Pero estos levantamientos fracasaron. Tal vez por su carácter predominantemente putchista, por la carencia de un verdadero apoyo y participación de buena parte del pueblo, tal vez por la desconfianza y en algunos casos hasta el odio que gran parte del proletariado simpatizante del anarquismo sentía por los radicales, o por lo que sea. Pero fallaron, con su secuela de muertos, presos y exiliados. Y de cansancio. Por esto hubo una enorme alegría en gran parte de la población cuando Yrigoyen triunfó electoralmente en 1916: ahora era Presidente de la Nación el mismo hombre que había organizado personalmente el levantamiento de 1905, aplastado a sangre y fuego por los personeros que los viejos sectores oligárquicos tenían en las fuerzas armadas. Fue un triunfo del pueblo contra aquella oligarquía. Pero esa oligarquía, si bien había perdido el gobierno, sustentaba el poder aún con más fiereza.

      Esta puja estará presente durante los seis años de gobierno de Don Hipólito. Se expresará también en la designación del candidato a presidente por la misma Unión Cívica Radical para las elecciones de 1922 y quien finalmente resultará triunfante: Marcelo Torcuato de Alvear.

      En unas pocas líneas queremos hacer una reflexión más sobre este particular.

      Los sectores oligárquicos tuvieron que soportar el triunfo de Yrigoyen, pero no lo hicieron de brazos cruzados. Por el contrario, se dieron a la tarea de encontrar los mecanismos para desgastarlo y retomar el gobierno de la forma más tranquila posible. Su táctica fue, como ocurrió con otras fuerzas políticas en el mundo ante situaciones similares, la de socavarlo desde adentro, dividir ese partido y ganar un sector mayoritario para sus propios intereses.

      La división del partido se tradujo en crear una corriente “antipersonalista”, para lo que se había trabajado previamente en acusar a Yrigoyen de tomar con frecuencia actitudes “personalistas”. Luego se buscó el candidato óptimo dentro mismo de las filas radicales, pero verdaderamente confiable para las clases dominantes locales y para las grandes potencias que dominaban el mundo en aquella época. Para 1922, el candidato era Alvear, embajador argentino en Francia. Más confiable para el jet set europeo, imposible.

      Pero no fue fácil lograr que Yrigoyen aceptara la designación de este candidato. A pesar de que sus sostenedores realizaron un largo trabajo, desde diversos ángulos, para presionar al “Peludo” Yrigoyen, ya en marzo del 22 no había más tiempo para nada y las presiones se fueron cerrando alrededor del líder radical. El 10 de marzo se reunió la convención de la UCR y el 11, en una reunión muy tensa en el Café París —¡¡¡vaya casualidad!!!—, lograron que Don Hipólito dé su media palabra de aceptación por la candidatura de Alvear. Al día siguiente, la convención reunida en el Teatro Nuevo aprueba la fórmula presidencial: Marcelo Torcuato de Alvear y Elpidio González.

      A pesar de esta designación Alvear no regresó al país. Por el contrario, intensificó su trabajo en Europa.

      Las elecciones fueron en abril y sobre un padrón de 623.380 ciudadanos, algo más de 450.000 votaron en favor del radicalismo. Pero tranquilo, Alvear se quedó en París. En el centro del mundo. Allí recibió felicitaciones de los gobernantes de los países que eran ejemplo para el planeta. El rey Víctor Manuel de Italia lo invitó en julio del 22, tras su triunfo electoral, y lo agasajó como a un verdadero triunfador; luego hizo lo propio Jorge V de Inglaterra, y, como para no ser menos, el rey de España, Alfonso XIII, lo recibió en su corte y con una gran fiesta se manifestó contentísimo por el triunfo categórico en las elecciones de aquel lejano país de Sudamérica. En medio de estos fastuosos agasajos se tejieron seguramente algunos de los acuerdos más importantes que, con el transcurrir de los meses, se transformarían en negocios concretos, recuperando el gobierno argentino su imagen confiable para los intereses de las clases dominantes europeas.

      Viajando hacia el sur, se detuvo en Brasil primero y en Uruguay después, recibiendo nuevas y calurosas felicitaciones de ambos gobiernos. A Buenos Aires arribó el 14 de agosto y asumió la presidencia el 12 de octubre de 1922, gobernando hasta 1928.

      La Unión Cívica Radical mantuvo en su seno la división mencionada: personalistas y antipersonalistas. Pero no ocurrió lo que los sectores oligárquicos esperaban, es decir, un definitivo desprestigio de Yrigoyen. A pesar de toda la presión en contra y de toda una maquinaria puesta a trabajar para desprestigiar al líder radical, Yrigoyen ganó primero las elecciones internas dentro del propio partido radical y luego las nacionales, retornando al gobierno cuando la década del 20 sólo tenía por delante catorce meses de vida. Y a un puñado de semanas nada más del estallido de la bolsa de Nueva York que repercutió en el mundo entero.

      Pero ya las clases dominantes locales y los personeros internacionales no lo soportaron más y lo echaron por la fuerza con un golpe de estado militar a un año y pico de gobierno, comenzando en 1930 lo que se llamó en Argentina “la Década Infame”.

      Azucena nació en el marco de esta disputa política y se crió en un hogar no ajeno a los temas políticos. En este caso cuando hablamos de hogar no nos limitamos a las influencias de quienes compartían el mismo techo, sino que incluimos a los que frecuentaban la casa o, a la inversa, las opiniones que existían en las casas que ella frecuentaba. Nos referimos especialmente al trato con los cuatro hermanos de Magdalena Villaflor.

      Una última aclaración sobre este marco político. Si bien en el país el radicalismo había hecho una irrupción entusiasta y casi arrolladora a partir de mediados de la década del ´10, en Avellaneda —en donde había nacido y vivía Azucena—, los conservadores seguían mandando con una solidez notable.

      Era la familia Barceló la que controlaba todo. O casi todo. El menor de los numerosos hermanos, llamado Alberto, fue veintidós años intendente de esta ciudad y su familia hizo y deshizo a voluntad durante casi medio siglo, a partir de la intendencia de su hermano Domingo en 1901, aunque éste ya tenía notable influencia como presidente del Concejo Deliberante desde 1899. Algo así como la reina Victoria y su “época victoriana” en Inglaterra, pero en este caso, más humilde, del tercer mundo y a principios de siglo.

      En Avellaneda existía el radicalismo y con mucha fuerza. Casualmente o no, entre los primeros nombres del radicalismo local aparece un tal Francisco Villaflor, domiciliado a media cuadra de la plaza central de esta ciudad. También había socialistas, comunistas y anarquistas, pero a contramano de la política nacional seguían mandando abiertamente los conservadores. Tanto prestigio tenían entre una amplísima capa de la población que durante décadas viejos radicales y peronistas han recordado siempre, con buenas opiniones, al líder conservador, a pesar de que en principio eran sus más acérrimos enemigos políticos.

      Diversos trabajos literarios e historiográficos han citado a Alberto Barceló. Incluso algunos filmes han descripto su época en general y su política en particular. Pero hay algo que seguramente ninguno de ellos ha logrado transmitir al lector o al espectador: esa admiración de parte de una gran masa de la población hacia alguien que podía resolver СКАЧАТЬ