Biografía de Azucena Villaflor. Enrique Arrosagaray
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СКАЧАТЬ En Avellaneda tiene veinte cuadras y por lo tanto está numerada hasta el dos mil, cuando ésta llega a su intersección con la calle Chile cambia de Municipio y entra en Lanús, mantiene el mismo nombre, pero empieza numerándose otra vez desde el inicio. De todos modos, por suerte, quedan amuradas aún algunas viejas chapas con la numeración antigua que dejan pistas claras y definitivas acerca de la zona en donde estaba ubicada la casa natal de Azucena.

      El primer domicilio de Azucena estaba ubicado entonces en el corazón de la barriada de Valentín Alsina, sobre la actual calle Oliden, en una cuadrita de no más de treinta metros de extensión, entre la calle principal de esa localidad, Presidente Perón —hasta hace pocos años denominada igual que la localidad, Valentín Alsina— y otra llamada Jean Jaures.

      Esa pequeña cuadra contiene cinco frentes. El de la casa nativa de Azucena ahora no es más que una pared lisa con un portón muy descuidado. A su lado un cartel que ofrece reparación de automóviles que desde hace mucho tiempo está cerrado, sin trabajar. A sólo quince metros hay una plaza que, según los vecinos, existe “desde siempre”. Es la llamada Plaza 1º de Mayo, que está formada por dos lonjas de tierra divididas una de otra por la calle Presidente Perón. Con sólo verlas se puede apreciar que ese espacio fue diagramado desde hace muchísimos años como lugar público. Esto se comprueba no sólo con el comentario de vecinos viejos o con el resultado de investigaciones específicas sobre la división territorial del sector, sino simplemente viendo, con ojos de neófito pero con un mínimo de agudeza, las ancianas palmeras, enormes, altas, rectas hacia el cielo, que están ubicadas —armoniosa y programadamente— sobre el terreno de ambas parcelas.

      Pero digamos además —y ahora sí como consecuencia de investigaciones muy específicas— que cuando Azucena nació menos de la mitad de los terrenos tenían construcciones, lo que predominaba era el barro y los potreros, por más que viviera a unos pasos de la avenida principal.

      Este pueblo fue dibujado en la década del ´70 del siglo XIX, a pedido de Daniel Solier, el gran propietario de todas esas extensiones, cuando se le antojó lotear y vender. El eje de las 101 manzanas que comprendía el proyecto era una arteria de mayor anchura que llamaron inicialmente Boulevard Alsina (luego llamada Valentín Alsina y actualmente Presidente Perón), que unía la avenida Rivadavia con el Puente Uriburu (más conocido por todos —hasta en la letra de los tangos— como Puente Alsina) y a lo largo de este boulevard se dibujaron dos plazas: Plaza Progreso y Plaza Constitución, ambas de una hectárea aproximadamente. Media hectárea quedaba de un lado del boulevard y la otra mitad del otro. Por lo tanto, cada media hectárea de plaza estaba rodeada de cuatro pequeñas manzanas casi triangulares (geométricamente hablando son trapezoides rectángulos porque cada figura o manzana tiene dos ángulos rectos, otro agudo y el último obtuso y la longitud de los cuatro lados es desigual), incluyéndose dos diagonales de cada lado. De modo que si uno se para en medio del boulevard a la altura del centro teórico de ese espacio verde, puede apreciar cómo desembocan sobre las plazas ocho calles, cuatro en línea recta y otras cuatro en diagonal. Un dibujo raro —por lo menos en Buenos Aires— de un arquitecto que fue respetado en su proyecto original.

      Por el Boulevard Alsina ya circulaba cuando nació Azucena, el Tranvía Eléctrico del Puerto, además de carretas, tílburis, galeras, caballos y algunos automóviles.

      La Plaza Progreso cambió de nombre al otro año del nacimiento de Azucena por el de 1º de Mayo, como se llama en la actualidad.

      Desde el aburrido punto de vista catastral, Azucena nació en la manzana número 46 de ese barrio, limitada por las calles Primero de Mayo, Boulevard Alsina, Oliden y Jean Jaures.

      Para mensurar la importancia que tenía Valentín Alsina cuando nació Azucena, digamos que de acuerdo al censo oficial de 1914, el total de habitantes del partido de Barracas al Sud eran 145.000 habitantes. De ellos, 37.600 vivían en el pueblo cabecera, 33.800 en la franja este del actual Lanús y sólo 5.212 en Valentín Alsina, o sea, sólo el 3,6 % del total de habitantes del Partido. Estas cifras no serían muy distintas una década después, y menos aún las proporciones.

      Es de suponer entonces que Azucena debe haber tomado aire y sol no sólo en el patio de la casa de alquiler ahora desaparecida, sino también en esa plaza.

      Afirmamos lo de casa de alquiler porque la familia encabezada por Bernardino Villaflor y Clotilde Ojeda —padres de Florentino y de Magdalena y “jefes” de ese núcleo— nunca fueron propietarios de una casa y siempre vivieron en piezas alquiladas en conventillos. O posteriormente, ya viejos, en las casas de sus hijos.

      Ese rincón de Valentín Alsina es hoy en día una zona colorida, de intenso tránsito, con muchos comercios y, por lo tanto, con gente que los frecuenta y con andanadas de chicos y muchachos que se instalan en la plaza dándole vida siempre sonora y movediza.

      Esa casa estaba a veinte cuadras de la empresa Siam, a la misma distancia del frigorífico Wilson, a quince cuadras de la enorme lanera Compomar y Soulas, a quince cuadras de Lanera Argentina, a ocho cuadras de la legendaria planta que sobre la calle Chile tenía la fábrica de vidrio Papini y a sólo ocho cuadras —derechito por Oliden— exactamente de donde la misma Azucena tendría su propio almacén un cuarto de siglo más adelante de su historia.

      Siempre fue una calle importante la que mencionamos como Valentín Alsina porque siguiéndola lleva al Puente Uriburu; puente que comunica —Riachuelo mediante— con la sureña, proletaria y religiosa barriada capitalina de Nueva Pompeya, uno de los pocos cruces sobre el Riachuelo que comunican la Capital Federal con la Provincia de Buenos Aires.

      Era, en síntesis, una barriada obrera en tiempos en que era muy duro ser obrero porque gobernaba el país la más rancia aristocracia a través de un hombre del legendario y otrora insurreccional —qué paradoja— partido Unión Cívica Radical: don Marcelo Torcuato de Alvear. Hombre bien conocido hasta en Europa, puesto que supo ser recibido por algunas de las más altas personalidades de la época.

      Era un país que intentaba lograr buenas cosechas y mantener el gran stock ganadero que poseía. Un país en el que para aquella época —igual que ahora— la propiedad terrateniente ya dejaba claro quién mandaba en el campo y en el que reinaba la leyenda de que con dos buenas cosechas andábamos de parabienes. Claro que los que andaban bien eran los dueños de la tierra, quienes en sus haciendas en el medio de la fértil llanura pampeana, hablaban entre sí en francés porque era el idioma de la gente civilizada y que eran, además, quienes monopolizaban la centralización de las exportaciones. El resto, tenía que ser humilde y maldecirse por no haber tenido un abuelo oficial expedicionario del desierto junto al general Roca, ya que por esa época se repartió tierras a manos llenas para los apellidos ilustres.

      En un país y en una época nació Azucena en el que todo estaba en disputa: desde los grandes mercados exportadores hasta el plato de comida gratis que se solía dar para los pobres en alguna institución caritativa; desde más tierra para acumular poder hasta un puesto de peón en un frigorífico; desde el gobierno hasta un miserable cuarto de conventillo.

      Para 1924 ya llevaba ocho años de gobierno la misma corriente política. La Unión Cívica Radical (UCR) ya había completado un período electoral con la presidencia de Hipólito Yrigoyen y continuaba ahora —desde 1922— con Marcelo T. de Alvear. Los “conservadores” habían tenido el gobierno desde 1880 hasta 1916 y a pesar de que los radicales detentaban ahora el gobierno, las palancas claves en la trastienda política seguían en manos de aquellos hombres que encarnaban, en concreto, los intereses de la oligarquía terrateniente. Esos intereses ponían el centro en la producción cerealera y en la exportación de ésta. Era literalmente cierto que si tenían dos buenas cosechas consecutivas, todo andaba bien y regaban con el mejor champagne los acuerdos comerciales obtenidos. Y hasta cierto punto se verificaba que todo andaba bien, porque el mercado se movía, porque había algún dinero, porque una parte de esas ganancias enormes iban a parar a algunos nuevos СКАЧАТЬ