Biografía de Azucena Villaflor. Enrique Arrosagaray
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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Juan Carlos Sena

      Prólogo

      “La memoria apunta hasta matar

      a los pueblos que la callan

      y no la dejan volar

      libre como el viento.”

      La Memoria – León Gieco

      Al principio dudé sobre la escritura de este prólogo. Leer sobre circunstancias y episodios históricos tan penosos que formaron parte de mi propia historia como los mencionados en este texto, desde la perspectiva de hija, es difícil. Sin embargo, creo que toda la sociedad debe leer este libro para conocer la historia de una mujer común que con su amor de Madre creó un Movimiento.

      En mis breves palabras quisiera dejar materializado mi profundo agradecimiento a Enrique Arrosagaray, quien durante los tiempos en que los Derechos Humanos eran temas escondidos o ninguneados habilitó desde el micrófono y la pluma, que la vida de Azucena fuera pública. Con empeño y una investigación profunda permitió que hechos y sucesos en la vida de mi madre alcanzaran entidad para la gran mayoría de la sociedad argentina.

      Leer sobre la vida de Azucena es una parte de la historia, porque tendrían que haber compartido con ella una charla, unos mates, un abrazo para comprender su sentir. Por momentos, las palabras se tornan insuficientes para expresar su personalidad, temperamento y profundo amor al prójimo. La cruel historia nos privó de compartir con ella sus gestos, su mirada de cariño, ternura y abrazos. El secuestro de mi hermano Néstor y Raquel, sus vidas tronchadas por las alimañas de esa dictadura cívico-militar, son los que le dan a Azucena un protagonismo histórico.

      Siempre recordaré la última charla con Azucena, su mirada de tristeza y dolor cuando supo que se llevaban a sus compañeras de lucha. Su angustia, una angustia asfixiante, por no saber el modo de contarle a mi padre ese momento tan trágico. Sin conocer ella su destino final.

      Gracias Azucena por la Plaza del 30 de abril de 1977 y gracias “Madres de la Plaza” por los 35 años de rondas.

      “Nuestras madres, incansables luchadoras que dieron la vida por sus hijos, no pudieron vencer a la muerte, pero eran tan obstinadas que sí pudieron vencer al olvido. Y volvieron. Volvieron con el mar, como si hubieran querido dar cuenta, una vez más, de esa tenacidad que las caracterizó en vida. La presencia de sus restos da testimonio de que no se puede hacer desaparecer lo evidente. Volvieron con ese amor incondicional, que sólo las madres tienen por sus hijos, para seguir luchando por ellos, por nosotros”. (Esther Ballestrino de Careaga, Maria Ponce de Bianco, Azucena Villaflor de De Vincenti)

      Esto es lo que leímos todos cuando aparecieron los restos.

      Cecilia De Vincenti

      Prólogo del autor a la presente edición

      Que Biografía de Azucena Villaflor esté otra vez en la calle, es una alegría y es una necesidad.

      Tres editoriales estuvieron a punto de editar este trabajo en los últimos cuatro años pero no encontraron el momento oportuno. Editorial Cienflores resolvió todo en menos de seis meses. Vio la necesidad de editar este trabajo y ahora ella y nosotros estamos alegres de haberlo logrado.

      El cuerpo central del texto es el mismo desde la versión de 1997, cuando las Madres cumplían apenas veinte años de rondas. A aquél texto le hicimos algunas correcciones y algunos agregados, como por ejemplo el referido a Raquel Mangin, novia del hijo desaparecido de Azucena. Pero sigue intacto el testimonio de decenas de Madres compañeras de Azucena desde la primera hora. Varias de ellas ya no están y por eso, sus recuerdos y sus opiniones crecen. Faltaban aún diez años para que los restos de Azucena fueran encontrados en el cementerio de General Lavalle y que, por lo tanto, se entendiera mejor qué había pasado con ella luego de que la secuestraran. En las páginas finales hay un agregado que puntualmente cuenta qué pasó con Azucena desde que se la llevaron de su cautiverio con destino desconocido, pero obvio para los cautivos.

      La primera versión de Biografía de Azucena Villaflor apareció como “edición del autor” el 30 de abril de 1997. El liberalismo arrasaba el país y las editoriales que consultamos en ese momento, no tuvieron interés. La presentación se hizo en un local de la Asociación Trabajadores del Estado, cerca de Constitución, y me acompañaron en la mesa dos periodistas a quienes considero amigos: Marcelo Simón y Luis Bruschtein. Ahí estuvieron Pepa, Nora, Ketty, Martha, Delia, María del Rosario, Aída, María Adela, Haydée y una docena más de Madres, junto a hijos y familiares de Azucena, además de un centenar largo de amigos y familiares.

      En diciembre de 2004, al término de un acto en la Casa Rosada, conversé unos minutos con el Secretario de Derechos Humanos de la Nación, doctor Eduardo Luis Duhalde y le propuse que su área reeditara este trabajo. Le pareció bien y avanzamos inmediatamente. La segunda versión apareció, entonces, en abril de 2006.

      En 2011, la Cooperativa Editorial Azucena hizo una pequeña tirada, cuando iniciaron su producción. Quisieron darle sentido a su nombre, quisieron mostrar cuál era el horizonte que tenían.

      Esta aparición ahora, en 2014, creo que será muy útil. Los debates sobre la relación entre la defensa de los derechos humanos y el Estado, están a la orden del día. Lamentablemente se olvidó un poco, lo esencial de esta lucha: denunciar y resistir los abusos del Estado sobre la población.

      Es lo que hicieron las Madres en aquel origen.

      Enrique Arrosagaray

      El secuestro

      Siete u ocho hombres armados esperaban en plena calle y en dos coches, la aparición de una mujer para secuestrarla. Sabían que era de estatura mediana, de pelo castaño claro y que tenía cincuenta y tres años. Seguro que tenían fotos de ella sacadas secretamente por los servicios de inteligencia, en la vía pública. Y por si estos hubieran sido pocos elementos, también poseían detalles de domicilio y de descripción física muy precisos. Los detalles habían sido provistos por un oficial de la Marina Argentina —muy joven, rubiecito y con cara de ángel— quien usando mecanismos de infiltración sencillos pero temerarios, se le había presentado como una víctima más de la dictadura gobernante, se había hecho amigo y protegido de ella y hasta la tomaba del brazo cuando andaban por la calle.

      Sus inminentes secuestradores conformaban un audaz grupo de hombres con armas cortas y largas, instruidos militarmente y fogueados en docenas de hechos similares. Un grupo de hombres experimentados, dispuestos a cualquier cosa, contra una mujer.

      Comenzaba la mañana de un sábado de diciembre de 1977, a apenas once días del inicio del verano. La mujer salió de su casa, descendió el escalón del umbral y se encaminó hacia la avenida. Así fue marchando hacia los hombres que sigilosamente hacían guardia, esperándola desde horas atrás. No llevaba en sus manos más que la bolsa de los mandados.

      Los hombres la interceptaron en medio de la avenida y se abalanzaron sobre ella. Ella gritó, empujó, resistió, pero la fuerza de una docena de brazos, el frío omnipotente de las armas y los vozarrones amenazantes de los hombres la doblegaron. La introdujeron en uno de los vehículos y la llevaron a un lugar que tal vez nunca supo qué era, ni dónde estaba.

      Todo ocurrió en la esquina de la avenida Mitre y calle Crámer, en una localidad apenas al sur del Riachuelo, curso de agua sereno y angosto pero de cauce suficiente como para que un día de enero —cuatrocientos cuarenta y un años antes— СКАЧАТЬ