Historia de los abuelos que no tuve. Ivan Jablonka
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Название: Historia de los abuelos que no tuve

Автор: Ivan Jablonka

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

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isbn: 9789875994478

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СКАЧАТЬ ya que esa fiesta legal también era celebrada por el Bund y el Partido Socialista Polaco. Un informe de policía relata, en la sección “Sindicatos Judíos”, el desarrollo del 1 de mayo de 1933 en Parczew. A partir de las 9:30, unos cincuenta miembros del Sindicato de los Oficios de la Indumentaria y del Sindicato de los Oficios del Cuero desfilan, a la ida, por las calles 11 de Noviembre, Varsovia y Mariscal Pilsudski y, a la vuelta, por la calle de la Iglesia, hasta el local sindical. Los manifestantes enarbolan banderolas rojas y cantan sus himnos, “Martillo”, “Primero de Mayo”, “Hija de carpinteros”. No hay disturbios al orden público. En ambos sindicatos, concluye el informe, la influencia comunista se eleva al 10%.10

      Como he dicho, este informe figura en la sección “Sindicatos Judíos”: “Proletarios de todos los países, ¡únanse!”, ¿el mandamiento estará grabado en las tablas de Moisés? Es cierto que Trotski se llama Bronstein y que Zinoviev nació con el apellido Apfelbaum. En la KZMP, las Juventudes Comunistas, la mitad de los adherentes son judíos. Esto es lo que dice Moshe Garbarz, de Varsovia: “A los ojos de la policía, ‘judío’ equivalía a ‘revolucionario’ y, de hecho, en mi barrio, eso era casi exacto” (Garbarz, 1983: 26-29). Y Max Dinkes, originario de Przemysl, en Galitzia: “En nuestra ciudad, jamás conocí a un comunista no judío” (Wolfshaut Dinkes, 1983: 21). Al igual que los bolcheviques de Rusia, que defienden a los judíos y denuncian los pogromos, el KPP combate el antisemitismo, esa ideología reaccionaria que sirve para dividir al proletariado. El Bund habla el mismo lenguaje, pero se dirige a los judíos, mientras que el KPP es un partido multiétnico, abierto tanto a los católicos como a los judíos, a los bielorrusos como a los ucranianos (los proletarios no tienen patria). En razón del antisemitismo de las demás formaciones polacas, los jóvenes prendados de justicia y deseosos de emanciparse de su identidad judía no tienen otra opción que entrar en el Partido, donde se asimilan rápido: el comunismo es para ellos la única cara de la libertad. De hecho, si muchos comunistas son judíos –y no a la inversa, puesto que en la entreguerras sólo el 0,2% de los judíos optan por el comunismo–, es porque han dejado de sentirse judíos (Mishkinsky, 1989: 56-74; Korzec, 1980: 112; Gross, 2010).

      Al inicio de mi investigación, el compromiso de mis abuelos me resulta natural, de una evidencia que no apela comentario alguno. Pero en realidad, este implica una ruptura no sólo con la legalidad, sino con los valores familiares. En el siglo xix, el mortal se condena al entregarse a los poderes oscuros; en 1920, al convertirse en un revolucionario ateo. Piensen en Israel Issar Goldwasser y en Nakhman Yozef Shouh, ex estudiantes de la yeshiva: después de la Gran Guerra, regresan a Parczew siendo no creyentes, divulgan sus ideas marxistas en la casa de estudios, llenan la biblioteca de libros impuros en detrimento del talmudista Mendel Rubinstein, cuya cólera está narrada en el Yizker Bukh: “Envenenan los cerebros de las jóvenes devotas y adeptas al jasidismo; y añadiendo maldad a la maldad, hablan de modernizar el jeder”. ¡Cómo se atreven a meterse con los niños! ¿Cuál es el pecado de esos corderitos? Reb Mendel se esparce por todo Parczew, y al día siguiente, día de shabat, antes de abrir el arca santa para leer la perícopa de la semana, el rabino pronuncia un anatema contra los padres que envíen a sus hijos a ese jeder moderno (Rubinstein, 1977: 97-101).

      Así se plantea el decorado, se recrea el conflicto, Marx contra Moisés, bandera roja contra sinagoga, llantos y maldiciones. Vayamos ahora al hogar Jablonka, en la calle Amplia. Hace algunos años ya que Mates se pasea con la cabeza descubierta y se niega a acompañar a su padre a la sinagoga; quizá hasta haya amenazado con tirar al suelo la Torah durante alguna fiesta donde los jóvenes deben cargarla. El viejo Shloyme se enteró –¿por su mujer, por un rumor, por la policía?– de que sus hijos son comunistas, que consideran a la religión de sus padres como una alienación, como un subproducto de la barbarie zarista, que ven en los rabinos el instrumento de la opresión burguesa. El anciano se adelanta. En su corazón, la cólera rivaliza con la tristeza, una tristeza íntima, sin fondo, porque siente que algo fracasó en la educación, algo se le escapó sin que sea del todo culpa suya. Mates baja la mirada cuando el patriarca se acerca, pero su sangre bulle.

      Esta escena es un lugar común. La encontramos en la admirable Jazz Singer de Alan Crosland (1927), primera película hablada de la historia del cine, que cuenta la revuelta de un joven jazzman contra su padre, chantre de sinagoga. Para representarse el altercado entre Mates y el viejo Shloyme, basta con reemplazar “jazz” por “comunismo”.

      –¿Te atreves a traer tu comunismo a mi casa?

      –Ustedes pertenecen al viejo mundo. La tradición está bien, pero los tiempos han cambiado. ¡Voy a vivir mi vida como me parezca!

      Hay algo de profundamente real en este diálogo inventado: los “adioses a Dios”, como dice Joseph Minc (2006: 29 y sigs.), nacido en una familia judía practicante de Brest Litovsk, que entró en el Partido en 1924, a los 16 años. De hecho, Mates se dice comunista, no judío. En la cárcel, explica un guardia durante el juicio, Mates prohíbe que sus compañeros de celda recen. En Buenos Aires, en los años cincuenta, Simje junta dinero y organiza reuniones para la Direkte Hilf, el comité de solidaridad con los judíos víctimas de la guerra, pero por nada del mundo pondría los pies en una sinagoga. Si bien los hijos hablan ídish como sus padres, quieren extirparse del gueto –al igual que sus enemigos sionistas–, encarnar al hombre nuevo, orgulloso, libre, calado por los golpes que ha recibido, centinela del mundo en gestación.

      ¿Pero acaso es tan fácil hacer tabula rasa del pasado? A pedido mío, Benito esboza el retrato de su abuelo, el venerable Shloyme, cuyos tefilin le tocaron en suerte: “Un asceta. Se contenta con lo que tiene. Sus cinco hijos son comunistas y se casaron con gente de la misma calaña. Ellos también son ascetas. Sólo hablan de cultura”. Ascesis y cultura: interesante filiación espiritual. Una muchacha judía polaca atestigua: “Era la única chica de la casa y soy la única que se convirtió al comunismo, pese a las imprecaciones de mi padre: ‘Estás enojando a Dios. Un gran drama acaecerá a los judíos’. No obstante, mi padre me amaba. [...] Estaba orgulloso de encontrar en mí la firmeza que le era propia” (Wieviorka, 1986: 23-24). Y hete aquí que doy con este fragmento del Yizker Bukh: en los años 1920, los jóvenes de Parczew pasaron a la velocidad del rayo “de los oratorios a los partidos políticos, y en el seno de estos obraban con tal dedicación y pasión que incluso la gente de la vieja generación los miraba con respeto” (Tendlarz-Shatzki, 1977).

      ¡Los comunistas suscitan admiración! Ahí están los nuevos fieles, el pueblo elegido del siglo xx. Sus 1 de mayo reemplazan las ancestrales celebraciones bíblicas. Su disciplina de hierro sustituye las reglas e interdicciones que ciñen la vida de los religiosos. Ellos también son hombres de estudio y doctrina, ortodoxos, puros. Sus operaciones clandestinas refinan los misterios de la cábala. Su fe trasciende la de sus padres, su mesianismo es igual a aquel que odian tanto, y ese homenaje sólo se puede manifestar en y por medio del conflicto. Como los profetas, anuncian la armonía universal: la redención no salvará únicamente a los hijos de Israel, sino a todos los hombres y en este mundo. El comunismo es la muerte y la metempsicosis del judaísmo, la herejía libertadora de esos “judíos no judíos”, como dice Isaac Deutscher (1968: 26 y sigs.), de todos esos revolucionarios desde Jesús hasta Trotski, pasando por Spinoza, quienes, haciendo añicos la carcasa СКАЧАТЬ