Название: Historia de los abuelos que no tuve
Автор: Ivan Jablonka
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
isbn: 9789875994478
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Un año después del triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia, Polonia recobra su independencia. El Partido Comunista Polaco (KPP) nace en 1918 de la fusión entre el ala izquierda del Partido Socialista Polaco, favorable a la independencia nacional, y el Partido Socialdemócrata de Rosa Luxemburgo, de inspiración revolucionaria e internacionalista; al año siguiente, el KPP se une al Komintern2. En Parczew, la noticia de la Revolución de Octubre se filtra “a través de obreros venidos de Varsovia, ‘muchachas instruidas’ y jóvenes versados en literatura rusa” (Tendlarz-Shatzki, 1977: 285-287). Se constituye un núcleo de activistas en torno a Israel Issar Goldwasser, el director de teatro. En 1919, nuevo episodio de la guerra ruso-polaca, los tanques bolcheviques entran en Parczew. Creyendo que había llegado la hora de la revolución, la hija del rabino Epstein crea el Revkom, comité revolucionario encargado de acoger al Ejército Rojo, y exhorta a la juventud a tomar posesión de la farmacia y otros negocios (Gottesdiner-Rabinovitch, 1977; Horoch y otros, 2001: 212). Misma situación en Varsovia: mientras que el Ejército Rojo se aproxima, los comunistas inician huelgas para facilitarles la tarea a los soldados de la revolución e impedir que las clases pudientes polacas, apoyadas por Francia, extingan la gran luz del Este. El avance soviético es frenado en seco por el “milagro del Vístula”, en agosto de 1920, que salva la independencia de Polonia. Finalmente, Pilsudski consigue mover la frontera 200 kilómetros hacia el este, anexando una parte de Ucrania y Bielorrusia, a expensas de los soviets (Beauvois, 1995: 296 y sigs.; Lukowski y Zawadzki, 2010: 254 y sigs.).3
En Parczew, como en el resto del país, el KPP recluta durante toda la década de 1920. Tras la fallida iniciativa de la hija del rabino Epstein, en 1922 el movimiento se estructura con la creación de células sindicales de los obreros del cuero y la confección. Ese mismo año, primera huelga de los curtidores; luego será el turno de los obreros de la destilería (Horoch y otros, 2001: 213-214). Este comunismo de shtetl puede sorprender: contrariamente a Lodz, el gran distrito obrero, Parczew no cuenta con ninguna fábrica, y el capital no se acumula demasiado. Pero allí donde hay explotación y opresión hay comunistas, y tal es el caso en las zonas rurales de Polonia, en los talleres de la región de Wlodawa, así como en Francia, por ejemplo, con los pequeños aparceros de la región del Limousin. En la entreguerras, los judíos polacos padecen expropiaciones, discriminaciones fiscales, exclusión de las licitaciones públicas, númerus clausus en la universidad, despidos de la función pública y de diversos sectores de la economía. En 1932, el Dr. Thon, rabino y presidente del Círculo Judío en la Cámara, menciona “la desesperación total de la juventud judía, que no ve futuro alguno delante de sí, puesto que los judíos son eliminados de todos los ámbitos de la actividad económica” (Korzec, 1980: 213). Esos jóvenes, pertenecientes a la clase obrera o a la pequeña burguesía empobrecida, arraigados en el mundo secular ídish, se unen masivamente al KPP. Las autoridades locales tienen conciencia de ello, como lo indica un informe de 1927: “En las ciudades, particularmente en Parczew y Wlodawa, el movimiento del KPP es marcadamente clandestino, recluta en el ámbito de la juventud obrera judía, pero no penetra entre los judíos de mayor edad ni en los artesanos y pequeños comerciantes”4. En 1933, mientras que Polonia se ve golpeada de frente por la crisis, los efectivos del KPP y sus organizaciones satélite se elevan a 30.000 militantes, lo cual no es desdeñable habida cuenta de la represión que recae sobre ellos. En Parczew, son entre cien y doscientos (Schatz, 1991: 83; Horoch y otros, 2001: 213-214).
Conozcamos, en ese shtetl, a un joven sastre, a un joven talabartero y a sus amigas. Abram Fiszman y Malka Milechsberg, los padres de Colette, se hacen comunistas a finales de los años veinte, cuando tenían más o menos 16 y 14 años. Durante el juicio de mi abuelo, se recordará que la policía de Parczew está vigilando al acusado desde 1929: en aquella época, Mates tiene 20 años e Idesa 15. Concluyo que comienzan a militar casi en el mismo momento que los padres de Colette, de los cuales son muy cercanos. Mates terminó su formación profesional hace tiempo: se gana la vida como puede, y la confección de panfletos sería como una prolongación del gesto de cortar cuero. El joven asciende rápido los escalones del aparato local. En la época del juicio, aquel que sus jueces describen como un “militante dinámico y activo” pertenece “a la célula local del Partido Comunista Polaco, donde ocupa el cargo de técnico”5 (el technik, encargado de la edición y el reparto de panfletos y folletos, forma parte del equipo de dirección). Asimismo, es uno de los responsables locales de las Juventudes Comunistas o KZMP, organización a la cual Idesa también pertenece. Quizá sea allí, y no en el negocio de kerosene, que nace su amor.
Hasta aquí, todo puede parecer trivial: unos jóvenes trabajadores pobres se entregan en cuerpo y alma al Partido. Pero para acceder a una correcta lectura de la situación, hay que apartarse de los estereotipos franceses –los campesinos de la región roja del Midi, el metalúrgico de Billancourt, los camaradas que venden L’Humanité en un mercado de los suburbios rojos de París. Pues si bien es obvio que para millones de personas en el siglo xx el comunismo es un modo de vida y, a la vez, un acto de fe, también cabe entender que Mates e Idesa asumen un riesgo enorme. En los años treinta, los comunistas polacos corren el peligro de pasar varios años en la cárcel, en la edad en que otros se pasean del brazo de sus novias y ahorran con el fin de establecerse. Al entrar en el Partido, sus miembros aceptan no sólo sacrificar su persona por la revolución, sino también cortarse de todo y de todos, cumplir con la transgresión suprema, aquella que no se perdona: el militante del KPP es el hombre del cuchillo entre los dientes, el bandido, el enemigo de la nación, el secuaz de esa Rusia que tanto tiempo subordinó a Polonia y que, derrotada por los ejércitos de Pilsudski en 1921, sólo piensa en vengarse. Lógicamente, los comunistas son odiados por todo el mundo y su internacionalismo es visto como una pura traición. ¿Y si por añadidura estos fueran judíos? ¿Y si el Satán escarlata también tuviera nariz ganchuda? Entonces eso se llama zydo-komuna, “complot judeo-comunista”, hidra vomitada por el infierno, y se lo ha de aplastar sin piedad.
Como el Partido es ilegal, sus militantes son perseguidos y a la vez están habituados a la acción clandestina. Para un francés del siglo xxi, es difícil imaginar –a menos que nos remitiéramos a la Resistencia– la vida de autodisciplina y conspiración que esos jóvenes de 20 años eligieron para sí mismos: no hablar con nadie, utilizar un seudónimo y un lenguaje codificado, ser absolutamente puntuales, cuidar que nadie los siga, permanecer en un estado de total sobriedad. Para evitar la infiltración de soplones, las células se reducen a unos pocos miembros y son independientes unas de otras. Cada militante sólo dispone de un único contacto en la jerarquía. Se encuentran en los bosques, los cementerios, los clubes deportivos, las casas, y esta existencia obsidional los hace madurar de forma precoz (Schatz, 1991: 53 y 108 y sigs.)6. Una anécdota de Simje, contada por su hija mientras nos dirigimos al cementerio de la Asociación Mutual Israelita Argentina donde este está enterrado, agobiados por el calor y el tránsito: durante una reunión clandestina en la calle Amplia, a la novia de Simje le encargan montar guardia delante de la casa. La policía llega, pero por la puerta trasera, y se lleva a todo el mundo. Entre tanto, la joven permanece delante de la casa de brazos cruzados. Cuarenta años después, el tío Simje todavía se ríe y se burla alegremente de quien se convirtió en su mujer, Raquel.
Por definición, al estar a cargo del material de propaganda, un technik tiene un buen nivel de instrucción. Mis abuelos ocupan ese puesto uno después del otro, pero no hay nadie que me pueda decir hoy si Idesa leyó El ABC del comunismo de Bujarin, La mujer y el socialismo de Kautsky, o si Mates era un apasionado de Los siete ahorcados СКАЧАТЬ