Название: Shakey
Автор: Jimmy McDonough
Издательство: Bookwire
Жанр: Изобразительное искусство, фотография
isbn: 9788418282195
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Pueden pasar temporadas largas sin que Young dé señales de vida, o sin que conteste una llamada siquiera, pero Jack lo entiende. «Mucha gente pierde la paciencia con Neil», comentaba Harper, que es muy cuidadoso con las palabras que emplea, puesto que de ningún modo pretende hacer enfadar a su viejo amigo. «Mantener la correspondencia no se le da muy bien, que digamos, y tampoco tiene grandes dotes de comunicador… y no por ello me siento ofendido. Neil está en lo suyo, pero siempre sé de él cuando se trata de algo importante.» Cuando Harper perdió a uno de sus padres, Neil le escribió una carta. Young puede llegar a ser un tipo tremendamente parco en palabras, así que una carta de su puño y letra no es moco de pavo. Al comentarlo, Jack se emocionó de tal modo que fue incapaz de seguir hablando.
«La pequeña ciudad más grande de Norteamérica», así es como Harper define Winnipeg. El día que llegué, encabezaba los titulares la anécdota ocurrida en un supermercado local cuya cajera no se había presentado a trabajar, así que los clientes habían cogido lo que necesitaban y habían dejado el dinero en la caja.
En invierno hace un frío criminal —según Neil, al caminar por la nieve, escuchas el crujir de tus pisadas— y en verano está plagado de mosquitos; hay que estar hecho de cemento para sobrevivir en este clima. Winnipeg fue incorporada a la Confederación Canadiense en 1873 y su ubicación, en la confluencia de los ríos Rojo y Assiniboine, hizo que se convirtiera en centro de comercio y puerta al Oeste, donde los nativos convivían con una mezcla variopinta de ucranianos, judíos, británicos y escoceses.
«Sus peculiaridades geográficas son dignas de mención», comentaba Randy Bachman, el músico oriundo de Winnipeg que saltó a la fama en el mundo del rock con grupos tan archicanadienses como los Guess Who o Bachman Turner Overdrive. «Es una ciudad muy aislada, perdida en medio de la nada; está casi en el centro exacto de Norteamérica.» Los canadienses del Este pueden ser unos pedantes redomados, calificando a la ciudad de «Villapaleto del hockey y las praderas». «Winnipeg es nadalandia», comentaba el escritor Juan Rodriguez. «Ni siquiera es la ciudad más ventosa.» Sin embargo, cuando le pidieron a Young que asistiera a la versión canadiense de los Grammies, los premios Juno, dijo que lo haría con una condición: que Winnipeg fuera la anfitriona de la ceremonia.
«Creo que esta ciudad, con su mentalidad de pradera, ha definido los valores de Neil», afirmaba Harper, y un día, al salir de la ciudad con el coche a través de aquella pradera interminable, se me metió en la cabeza el rumor solitario del Harvest; sentí que había mucho de Winnipeg en Neil.
A principios de los sesenta, Winnipeg contaba con una importante escena musical, sustentada en su mayor parte por una red de centros cívicos. Los vecinos usaban estas salas comunitarias —siempre pegadas a la omnipresente pista de hockey al aire libre— para todo tipo de propósitos. Como recuerda Randy Bachman: «El domingo por la noche ibas y te encontrabas con que había una boda; el martes, una despedida de soltera; el jueves jugaban al bingo. Hasta que a alguien se le ocurrió: “Dejemos las noches de los viernes para los chavales; organicemos bailes”».
Por un pavo o menos, podías meterte en un club, ver a un grupo, tomarte una Pepsi y, con un poco de suerte, bailar con un miembro del otro sexo. Para caldear el ambiente entre grupo y grupo, había unos fonógrafos desvencijados donde sonaban a todo volumen discos de 45 rpm. Inocencia es la palabra que mejor define la situación: los padres vigilaban los bailes, no se servía alcohol a menores de veintiún años y las drogas formaban parte de un futuro muy lejano. «Era un ambiente muy sano», sostenía Jim Kale. «No tenías que preocuparte por si algún pervertido violaba a tus hijos, o por si se producía algún tiroteo indiscriminado desde un automóvil; no tenías que preocuparte por nada. Todo era muy civilizado.»
Kale tocaba el bajo en Allan’s Silvertones, también conocidos como Chad Allan and the Reflections, también conocidos como Chad Allan and the Expressions, y finalmente más conocidos como los Guess Who. Cuando Neil Young estaba empezando, Chad Allan (alias Allan Kowbel) and the Expressions eran los reyes del circuito de los centros cívicos; con Kale, concretamente, haría buenas migas, y de vez en cuando hacía las delicias de Young al prestarle su codiciadísimo ampli Fender Concert, una pieza de equipo fuera de lo común en esta ciudad de la pradera. «Fue el primer amplificador grande que alguien tuvo en Winnipeg con el logotipo de Fender», comentaba Randy Bachman, guitarrista y compositor del grupo, cuyo estilo ejercería una enorme influencia en Neil. «El resto venía de los grandes almacenes Sears.»
Había montones de centros cívicos repartidos por Winnipeg, que resultarían clave para las futuras promesas necesitadas de rodaje y algo de pasta. Los disc-jockeys eran tan populares como los grupos; si te codeabas con un pinchadiscos de renombre, como Bob Bradburn o Irving «Doc» Steen, además de hacerte publicidad en la radio, tenías garantizado un buen quórum el fin de semana. «Irv Steen era un santo, joder», comentaba Jim Kale, «era una especie de hermano mayor que acudía allí y hacía de maestro de ceremonias, y todo por la módica cantidad de diez dólares. Ayudó a muchos chavales.» La CKY y la CKRC eran las principales emisoras de radio de AM, y los grupos iban al programa de música local, Teen Dance Party, a hacer playback. Cuando no estaban de gira, los músicos de rock solían reunirse en el Paddlewheel, un restaurante que había en los grandes almacenes Hudson’s Bay del centro de la ciudad, o iban a comer hamburguesas al Red Top, donde el locutor de la CKRC, Jim Paulsen, entrevistaba a grupos en directo.
El sábado tocaba ritual: coger el autobús al centro, comer patatas fritas con salsa de jugo de carne en el Paddlewheel, y luego ir a las tiendas de música como Lowe’s Music o Winnipeg Piano a babear con los instrumentos. Antes de que Randy Bachman consiguiera ahorrar lo suficiente para comprarse su adorada Gretsch Chet Atkins, se sucedieron incontables visitas con Neil Young a estas tiendas solo para verla en el escaparate. «Nos quedábamos allí plantados, mirándola fijamente, como si fuera una tía en pelotas o algo por el estilo», comentaba Bachman.
Luego estaban los clubs nocturnos. Regentado por un granjero jubilado, el Twilight Zone, con su diminuto escenario, era uno de los garitos más frecuentados por los grupos entre bolo y bolo. El colectivo beatnik folkie se daba cita en el Fourth Dimension, un café que cobraba una entrada de 25 centavos la hora. También estaba el Town and Country Supper Club para los pijos y el famoso Cellar, un tugurio en un sótano cargado de humo donde volaban tanto las botellas como los puñetazos. «El Cellar era una mierda pinchada de un palo», dijo alegremente Jim Kale.
La extraordinaria confluencia de ondas radiofónicas producida por un capricho de la geografía contribuía a ampliar los horizontes musicales de todos estos chavales canadienses. «Lo que pasa con Winnipeg es que está al extremo de las llamadas grandes llanuras; vamos, que todo es plano desde Winnipeg prácticamente hasta Texas», explicaba Randy Bachman. Aquello significaba que los jóvenes ávidos de música podían sintonizar habitualmente emisoras de lugares tan remotos como Shreveport o Nueva Orleans, lo que les permitía escuchar toda una serie de exóticos sonidos regionales. Según recuerda Bachman: «Yo le preguntaba: “Neil, ¿escuchaste la radio el miércoles por la noche? ¿Oíste el tema ese de Slim Harpo? ¿Sabes cómo hacer la parte de la guitarra?”. Porque yo, de hecho, tenía la guitarra al lado de la radio toda la noche confiando en que volvieran a tocar la misma canción noche tras noche. Intentabas СКАЧАТЬ