Shakey. Jimmy McDonough
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Shakey - Jimmy McDonough страница 10

Название: Shakey

Автор: Jimmy McDonough

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

Серия:

isbn: 9788418282195

isbn:

СКАЧАТЬ Ragland? «No había», dijo Toots. «Si ni siquiera cantábamos.» Snooky no opinaba lo mismo: «Mi madre era una apasionada de la música; cantaba de maravilla». Lo cierto es que la madre de Pearl había llegado a arrastrar a su hija para que cantara y tocara el piano en público.

      «Madre estaba tan decidida a que ninguna de sus hijas tuviera que pasar por todo aquello que se negó a tener un piano en casa», dijo Snooky, para añadir a continuación que «Rassy era igual que Neil; era capaz de sentarse al piano y ponerse a tocar, sin más». Snooky recuerda cómo Rassy le decía a su madre que se iba a jugar con su amiga Ruth, cuando en realidad se iba a escondidas a la casa de la Sra. Robinson, una viuda que vivía en la misma calle, a tocar el piano. «Rassy no se atrevía a decirle a nuestra madre que se iba a tocar el piano. Madre estaba totalmente en contra. Totalmente.»

      En su vida adulta, las dos hermanas de Rassy, además de formar sus respectivas familias, llegarían a brillar en el ámbito profesional: Snooky como encargada de una empresa de relaciones públicas en Texas y Toots como una conocida columnista y toda una personalidad radiofónica en Winnipeg. Si Rassy compartía tales aspiraciones, nunca las hizo públicas. Rassy —cuyo apodo era el diminutivo de Rastus6, que le fue adjudicado por el pelo y los ojos tan oscuros que había heredado de Pearl— era una joven vivaz y llena de vitalidad, muy popular entre los chavales, que según Toots «la veían como a uno de ellos». Rassy era una atleta nata. Me comentaba que, una vez, viendo a su hermana Snooky jugar al tenis: «Pensé, “Esto no parece muy difícil”, y acto seguido le gané. Jugaba al golf, esquiaba, me apuntaba a todo lo que fuera menester. No era especialmente buena, lo único que me importaba era ganar».

      Gran parte de la actividad deportiva se concentraba en el Winnipeg Canoe Club, donde por lo visto Rassy y sus hermanas causaban estragos entre los miembros del sexo opuesto. «Los chicos nunca eran los que cortaban con las Ragland», afirmaba Snooky. «Éramos nosotras las que pasábamos página y nos buscábamos a otro.»

      Precisamente fue en el Canoe Club donde en el verano de 1938 un joven periodista deportivo en ciernes procedente de un barrio modesto, a quien el club proporcionaba un carné gratuito de miembro a cambio de cubrir sus eventos deportivos, entró en contacto con Rassy Ragland. Scott Young sintió gran curiosidad al verla chillarle cariñosa a su novio Jack McDowell desde el otro lado de la orilla, como quien llama a un perro a cenar; mientras, cerca de allí, unas mujeres se dedicaban a ponerla a caldo, porque Rassy les había robado algún que otro novio a todas ellas.

      «Rassy era muy aguda y ocurrente; no tenías que explicarle dos veces las cosas», afirmaba Scott. «A veces, ni siquiera hacía falta que se las explicaras.»

       Mi madre, Rassy, y sus dos hermanas, Toots y Snooky, eran las chicas Ragland. Mi abuelo era estadounidense, de Virginia; vivió con nosotros en casa un tiempo siendo yo adolescente. Un tipo discreto; lo único que hacía era ir al club y juntarse con los amigos a beber whisky. No llegué a conocerlo bien. Probablemente se comportaba mucho mejor cuando estaba conmigo; éramos sus nietos, tenía que dar ejemplo. De lo que hacía en el club, no tengo ni puta idea, ¿vale? Parece ser que jugaba mogollón a las cartas, aunque a mí me ocultaban todas esas cosas. Mi madre… no sé.

      Pearl era muy mayor. Vivían en un piso, y yo fui a verlos allí un par de veces con mi padre y mi hermano. De lo único que me acuerdo es de tenernos que emperifollar para la ocasión. «Por qué leches me tengo que arreglar tanto…», me preguntaba. Menuda cabeza, yo también. En vez de pensar: «¡Qué guay, vamos a ir a ver a los abuelos y a pasar un rato con ellos!». Pensaba: «Ahora tenemos que arreglarnos». No entiendo por qué mi madre se empeñaba en todo aquello. Estoy seguro de que mi padre no le daba tanta importancia al tema de la ropa.

      «Mira cómo está Scott. Por Dios, que tiene setenta y siete años y se acaba de pasar a la ficción», farfullaba Trent Frayne, su amigo y rival de toda la vida, con admiración no exenta de envidia. «¡A su edad debería dedicarse a descansar y a poner los pies en alto!»

      Cuando fui a Ontario a visitar a Scott Young en abril de 1995, lo que me quedó claro es que, aunque todavía no pusiera los pies en alto, el torbellino de actividad de su juventud había dado paso a un ciclón bastante más manejable. En la actualidad, Scott vive en una granja cerca de Omemee, la pequeña ciudad donde Neil pasó algunos de los momentos más felices de su infancia y donde, un año antes, se había inaugurado un colegio en honor a Scott Young. Algo molesto al no haber podido completar su jornada laboral, Young se apartó del viejo ordenador y salió de su despacho, avanzando lentamente, arrastrando los pies, pero con un brillo en los ojos que disimulaba su edad. Al recordar un antiguo amor perdido, esbozó una enorme sonrisa desdentada farfullando: «Era gua-píííí-si-maaa». Tenía una mirada soñadora, como la de un niño ante el escaparate de una tienda de caramelos. «Mi padre es lo más; sigue siendo mi héroe», afirmaba Astrid, la hermanastra de Neil. «Por viejo que sea, sigue estando hecho todo un chaval.»

      A pesar de su avanzada edad, Young continúa siendo un hombre apuesto y carismático. Scott tiene un semblante curtido y autoritario, rematado por el pelo canoso y ralo, y las cejas de lechuza; me lo podía imaginar de juez, ataviado con una toga negra, decidiendo la suerte de algún pobre réprobo y haciendo, además, un estupendo trabajo. Cuando se trata de ideales, Scott puede resultar quisquilloso —se fue dos veces del diario Globe and Mail de Toronto por motivos de principios—, pero últimamente se le ve muy relajado. «Mi padre ha cambiado muchísimo», comentaba Astrid. «Cuando yo era pequeña, era muy conservador.»

      Scott Young habla de manera lenta y pausada. Se lo piensa mucho antes de contestar y, al igual que ocurre con Neil, a menudo hay que leer entre líneas. Comparado con Rassy, que mostraba sus sentimientos sin reparos, es muy recatado. No me los podía imaginar juntos en la misma habitación, ni mucho menos casados.

      «Scott es una persona muy cariñosa», explicaba el televisivo escritor canadiense Pierre Berton, uno de los muchos a quienes Scott había ayudado a abrirse camino. «Aprecio mucho a Scott; todo el mundo lo aprecia, ¿sabes? No creo que tenga enemigos.»

      La mayoría de los canadienses con los que hablé se entusiasmaba solo al oír mencionar el nombre de Scott. El cantante folk Murray McLauchlan prefería sin lugar a dudas hablar de Scott Young que de Neil: «Scott es un icono cultural del mundo literario; en este país, Scott Young es tan famoso como su hijo». McLauchlan siguió hablando entusiasmado de Scrubs on Skates, todo un favorito entre los colegiales que Young había escrito en 1952: «Es la obra del hockey por antonomasia; el típico libro que trata sobre cómo alcanzar un sueño; el libro perfecto para cualquier chaval de Shawinigan Falls que sueñe con llegar a la NHL». Cuarenta años después, McLauchlan todavía era capaz de citar palabra por palabra la dedicatoria del libro: «Para Neil y Bob, cuyos mejores partidos todavía están por disputar».

      Padre e hijo son igual de prolíficos: Neil ha publicado más de cuarenta discos; Scott, más de treinta libros, entre los que se incluyen biografías, novelas de misterio, relatos de ficción para niños y relatos breves. Ha trabajado como comentarista televisivo y columnista, pero se dio a conocer como periodista deportivo cubriendo partidos de hockey. Últimamente, se ha dedicado a escribir novelas de misterio protagonizadas por el inspector esquimal Matteesie Kitologitak.

      Si bien Rassy nunca se volvió a casar, Scott se ha casado dos veces, y sus amigos creen que su matrimonio con la escritora Margaret Hogan —su fiel compañera desde finales de los setenta— le ha hecho sentar la cabeza. Durante los pocos días que pasé con Scott, parecía mostrar una curiosidad constante por lo que hacía su compañera, que en aquellos momentos no trabajaba. Me recordó a la devoción que Neil sentía por Pegi; ambos habían conseguido por fin dar con una pareja que los cautivara por completo.

      Scott Young también tiene sus detractores. Quienes apoyan a Rassy consideran su libro sobre la familia a la que abandonó como poco menos que una traición. Algunos ven a Scott como alguien muy СКАЧАТЬ