Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
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Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

Автор: Vincent Bugliosi

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788494968495

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СКАЧАТЬ verificar o desmentir la afirmación de Garretson de que no había oído ni gritos ni disparos. Utilizando un medidor genérico de nivel de sonido y un revólver del calibre veintidós, y reconstruyendo de la forma más rigurosa posible las condiciones existentes la noche de los asesinatos, Wolfer y un ayudante demostraron, uno, que si Garretson estaba dentro de la casa de los invitados, como sostenía, no pudo haber oído de ninguna manera los disparos que mataron a Steven Parent, y dos, que si tenía puesto el equipo estereofónico, con el volumen en el cuatro o bien en el cinco, no pudo haber oído ni gritos ni disparos procedentes de la parte delantera o el interior de la vivienda principal36. Las pruebas que hicieron respaldaron la versión de Garretson, según la cual no oyó ningún disparo aquella noche.

      Sin embargo, a pesar de los resultados científicos de Wolfer, en el LAPD había quienes seguían pensando que Garretson debió de oír algo. Era casi como si fuera un sospechoso tan bueno que les costara admitir que fuera inocente. En un informe sumarial sobre el caso realizado a finales de agosto, los inspectores del caso Tate observaron: «En opinión de los agentes que investigan el caso, y de acuerdo con la investigación científica llevada a cabo por la SID, es muy improbable que a Garretson le pasaran desapercibidos los gritos, los disparos y el alboroto que se produciría a consecuencia de un homicidio múltiple como el que tuvo lugar cerca de donde se encontraba él. No obstante, los resultados de la investigación no han descartado de manera terminante la posibilidad de que Garretson no oyera ni viera ninguno de los incidentes relacionados con los homicidios».

      La noche del sábado 16 de agosto, Roman Polanski habló durante varias horas con el LAPD. Al día siguiente regresó al 10050 de Cielo Drive por vez primera después de los asesinatos. Iba acompañado de un periodista y un fotógrafo de Life y de Peter Hurkos, el famoso vidente, contratado por amigos de Jay Sebring para que realizara una «lectura» en el lugar de los hechos.

      Cuando Polanski se identificó y cruzó en coche la verja —el edificio seguía protegido por el LAPD—, comentó con amargura a Thomas Thompson, el periodista de Life, al que conocía hacía muchos años: «Esta debe de ser la casa de las orgías mundialmente famosa». Thompson le preguntó cuánto tiempo habían pasado Gibby y Voytek allí. «Demasiado, diría yo», contestó.

      La sábana azul que había cubierto a Abigal Folger seguía en el césped. Los caracteres escritos con sangre de la puerta habían perdido color, pero las tres letras seguían siendo descifrables. El caos del interior pareció desconcertarle un momento, igual que las manchas oscuras de la entrada, y, una vez dentro del salón, las todavía mayores que había delante del sofá. Polanski subió al desván por la escalera, encontró la cinta de vídeo que había devuelto el LAPD y se la metió en un bolsillo, según uno de los agentes que estaban presentes. Luego de bajar, caminó de habitación en habitación, tocando cosas aquí y allá, como si evocara el pasado. Las almohadas seguían amontonadas en el centro de la cama, como aquella mañana. Siempre estaban así cuando él se encontraba fuera, dijo a Thompson, y añadió sin más: «Las abrazaba en vez de abrazarme a mí». Se quedó un rato largo al lado del guardarropa donde, en previsión, Sharon había guardado las cosas del bebé.

      El fotógrafo de Life tomó primero varias instantáneas con una Polaroid para comprobar la iluminación, la colocación, los ángulos. Por lo general este tipo de fotos se tiran después de realizar las fotografías habituales, pero Hurkos preguntó si podía quedarse unas cuantas para que le ayudaran en sus «impresiones», y se le dieron, un gesto que el fotógrafo de Life lamentaría muy pronto.

      Mientras Polanski observaba los objetos antaño familiares, que se habían vuelto grotescos, no paraba de preguntar: «¿Por qué?». Posó delante de la puerta principal y se le vio tan perdido y confuso como si hubiera pisado un plató de sus películas y descubierto todo cambiado de un modo inmutable y burdo.

      Luego Hurkos dijo a la prensa: «Tres hombres mataron a Sharon Tate y a los otros cuatro, y sé quiénes son. He identificado a los asesinos para la policía y le he dicho que hay que parar pronto a esos hombres. Si no, volverán a matar». Los asesinos, añadió, eran amigos de Sharon Tate, que se habían convertido en «maniacos homicidas enajenados» al ingerir dosis enormes de LSD. Se le atribuyó decir que los asesinatos se produjeron de improviso durante un ritual de magia negra llamado «goona goona», y que cogieron a las víctimas por sorpresa por lo repentinos que fueron.

      Si Hurkos identificó a los tres hombres para el LAPD, nadie se tomó la molestia de consignarlo en un informe. Pese a todas las informaciones de los medios que afirman lo contrario, los que pertenecen a un cuerpo policial tienen un procedimiento estándar para manejar «informaciones» de ese tipo: escucharlas con educación y luego olvidarlas. Si son inadmisibles como pruebas, no tienen ningún valor.

      Roman Polanski también se mostró escéptico en cuanto a la explicación de Hurkos. Volvería a la casa varias veces a lo largo de los días siguientes, como si buscara la respuesta que nadie había podido darle.

      Hubo una yuxtaposición interesante en la página B de Los Angeles Times, la de las noticias locales importantes, aquel domingo.

      La gran noticia, el caso Tate, se adueñó del primer lugar con el titular «ANATOMÍA DE UNA MASACRE EN HOLLYWOOD».

      Debajo había una noticia de menor importancia, con un titular de una columna que decía «CELEBRADO EL FUNERAL DEL MATRIMONIO LABIANCA, ASESINADO».

      A la izquierda de la información sobre el caso Tate, y justo encima del dibujo que había hecho un artista de la finca, había una noticia mucho más breve, aparentemente sin ninguna relación, seleccionada, sospechaba uno, porque era lo bastante pequeña para encajar en el espacio que quedaba. El titular decía «LA POLICÍA HACE UNA REDADA EN UN RANCHO, DETENIDOS 26 SOSPECHOSOS DE UNA RED DEDICADA AL ROBO DE COCHES».

      Empezaba así: «Veintiséis personas que vivían en un decorado abandonado de películas del Oeste, situado en un rancho aislado de Chatsworth, fueron detenidas el sábado en una redada al amanecer por ayudantes del sheriff, por ser sospechosas de formar parte de una red importante de robos de coches».

      Según los ayudantes del sheriff, el grupo robaba coches de la marca Volkswagen que después convertía en buguis. La noticia, que no incluía los nombres de ninguno de los detenidos, pero sí mencionaba que se habían incautado de un arsenal de armas importante, concluía: «El rancho es propiedad de George Spahn, un ciego de ochenta años parcialmente discapacitado. Está situado en las colinas de Simi, en el 1200 de la carretera del Paso de Santa Susana. Los ayudantes del sheriff dijeron que Spahn, que vive solo en una casa del rancho, al parecer sabía que había personas viviendo en el decorado, pero ignoraba sus actividades. Aseguraron también que no podía andar y que les tenía miedo».

      Era una noticia de poca importancia, y ni siquiera mereció un seguimiento cuando, unos días después, todos los sospechosos fueron puestos en libertad, al descubrirse que la fecha de la orden de detención era errónea.

      Tras una información según la cual Wilson, Madigan, Pickett y Jones se encontraban en Canadá, el LAPD envió un aviso de búsqueda a la Real Policía Montada de Canadá (RCMP) a propósito de los cuatro hombres. La RCMP lo emitió, y algunos periodistas que estaban alerta lo captaron. A las pocas horas los medios de comunicación estadounidenses ya estaban anunciando «un giro en el caso Tate».

      Aunque el LAPD negó que los cuatro hombres fueran sospechosos, y afirmó que solo se los buscaba para interrogarlos, quedó la impresión de que las detenciones eran inminentes. Hubo llamadas telefónicas, entre ellas una de Madigan y otra de Jones.

      Jones estaba en Jamaica, y dijo que si la policía deseaba hablar con él volvería en avión por voluntad propia. La policía admitió que así era. Madigan apareció en Parker Center con su abogado. Colaboró al máximo, y aceptó contestar cualquier pregunta a СКАЧАТЬ