Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
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Читать онлайн книгу Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson - Vincent Bugliosi страница 25

Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

Автор: Vincent Bugliosi

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788494968495

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Hacia la misma hora Amos Russell, el mayordomo de Sebring, sirvió a Jay y a la mujer con la que estaba en aquel momento un café en la cama35. Sobre las tres y cuarenta y cinco Jay telefoneó a Sharon y al parecer le dijo que se acercaría antes de lo previsto. Luego telefoneó a su secretaria para saber los mensajes que tenía y a John Madden para hablar de la visita a la peluquería de San Francisco al día siguiente. No comentó a ninguno de los dos los planes que tenía para aquella noche, pero sí que dijo a Madden que había pasado el día trabajando mucho en un logotipo para las nuevas franquicias.

      Justo después de que Sebring llamara a Sharon, la Sra. Chapman le dijo que había terminado el trabajo y que se iba. Como hacía tanto calor en la ciudad, Sharon le preguntó si quería quedarse a dormir. La Sra. Chapman rehusó la invitación. Sin duda alguna, era la decisión más importante que había tomado en su vida.

      David Martínez estaba a punto de marcharse y llevó en coche a la Sra. Chapman hasta la parada de autobús. Vargas se quedó a terminar el trabajo. Mientras estaba en el jardín, cerca de la casa, observó que Sharon se había quedado dormida en la cama de su habitación. Cuando llegó un repartidor de Air Dispatch con los dos baúles de camarote, Vargas, no queriendo despertar a la Sra. Polanski, firmó la entrega. La hora, las cuatro y media de la tarde, se anotó en el recibo. Los baúles contenían la ropa de Sharon, que había enviado Roman por barco desde Londres.

      Abigail acudió a su cita de las cuatro y media con el Dr. Flicker.

      Antes de partir, hacia las cuatro y cuarenta y cinco, Vargas volvió a la casa de los invitados y pidió a Garretson que regara por favor un poco el fin de semana, porque el tiempo era muy caluroso y seco.

      Al otro lado de la ciudad, en El Monte, Steven Parent fue corriendo a casa, se cambió de ropa, le dijo adiós a su madre y se marchó al segundo trabajo.

      Entre las cinco y media y las seis de la tarde, Kay, la esposa de Terry, salía marcha atrás por la entrada de su casa, en el 9845 de Easton Drive, cuando vio a Jay Sebring en el Porsche por la calle, le pareció que con prisa. A lo mejor porque el coche de ella le bloqueaba el paso, él no saludó con la mano amablemente, como acostumbraba.

      En algún momento entre las seis y las seis y media de la tarde Debbie, la hermana de trece años de Sharon, la telefoneó y le preguntó si podía acercarse aquella noche con algunas amigas. Sharon, que se cansaba con facilidad debido a lo avanzado del embarazo, propuso que vinieran otro día.

      Entre las siete y media y las ocho de la tarde llegó Dennis Hurst a la dirección de Cielo para entregar la bicicleta que había comprado Abigail en la tienda de su padre aquel mismo día. Sebring (a quien Hurst identificó después gracias a unas fotografías) abrió la puerta. Hurst no vio a nadie más ni observó nada sospechoso.

      Entre las nueve y cuarenta y cinco y las diez de la noche John Del Gaudio, encargado del restaurante El Coyote de Beverly Boulevard, anotó el nombre de Jay Sebring en la lista de espera para cenar: cuatro personas. En realidad Del Gaudio no vio a Sebring ni a los demás, y probablemente se equivocó de hora, porque Kathy Palmer, camarera, que sirvió a los cuatro, recordó que esperaron en la barra entre quince y veinte minutos una mesa libre, y que luego, después de cenar, se fueron hacia las nueve y cuarenta y cinco o diez. Cuando le mostraron fotografías, fue incapaz de identificar con seguridad a Sebring, Tate, Frykowski o Folger.

      Si Abigail estaba con ellos, debieron de abandonar el restaurante antes de las diez, porque fue en torno a esa hora cuando la Sra. Folger marcó el número de Cielo y habló con ella para confirmarle que tenía planeado coger el vuelo de las diez de la mañana de United a San Francisco, el día siguiente. La Sra. Folger dijo a la policía que «Abigail no expresó ningún tipo de preocupación o inquietud relacionada con su seguridad personal o la situación en casa de Polanski».

      Varias personas afirmaron haber visto a Sharon y/o Jay en Candy Store, The Factory, The Daisy u otros clubs aquella noche. Ninguna de estas informaciones encajaba. Una serie de personas aseguró haber hablado por teléfono con una u otra de las víctimas entre las diez de la noche y la medianoche. Cuando se les preguntó, cambiaron de repente las versiones o las relataron de tal forma que la policía concluyó que o bien se confundían o bien mentían.

      Sobre las once de la noche Steve Parent se detuvo en Dales Market, en El Monte, y le preguntó a su amigo John LeFebure si quería dar una vuelta. Parent había salido con Jean, la hermana pequeña de John. John propuso dejarlo para otro día.

      Unos cuarenta y cinco minutos después, Steve Parent llegó a la dirección de Cielo, con la esperanza de vender a William Garretson un radiodespertador. Parent abandonó la casa de los invitados alrededor de las doce y cuarto de la noche. Se quedó en el Rambler.

      La policía también habló con varias chicas más de las que se rumoreaba que estuvieron con Sebring la noche del 8 de agosto.

      «Antigua novia de Sebring, iba a estar con él el 8-8-69 —no estuvo—, se acostó con él la última vez el 5-7-69. Dispuesta a cooperar, sabía que él tomaba C, ella no (…)»

      «(…) Salió con él de forma continuada durante tres meses (…) No sabía nada de sus extrañas aficiones en la cama (…)»

      «(…) Iba a ir a una fiesta en Cielo aquella noche, pero al final fue a ver una película (…)»

      No era una tarea menor, teniendo en cuenta la cantidad de chicas con las que había salido el estilista, pero no hubo constancia de ninguna queja por parte de los inspectores. No todos los días tenían la oportunidad de hablar con jóvenes actrices aspirantes a estrellas, modelos y una chica que había salido en el póster central de Playboy… Incluso con una bailarina del espectáculo del Lido de París que se alojaba en el Hotel Stardust de Las Vegas.

      Había otro barómetro del miedo: la dificultad de la policía para localizar a la gente. Haberse mudado unos días después de un crimen, en circunstancias normales, podría considerarse sospechoso. Pero en este caso no. De un informe que no era poco representativo: «Preguntada por el motivo del traslado justo después de los asesinatos, contestó que no sabía bien, que como todo el mundo en Hollywood tenía miedo, sin más (…)».

      DEL 16 AL 30 DE AGOSTO DE 1969

      Aunque la policía dijo a la prensa que «no había novedades», hubo algunas de las que no se informó. Después de analizarlos para ver si contenían sangre, el sargento Joe Granado dio los tres trozos de empuñadura al sargento William Lee de la Unidad de Armas de Fuego y Explosivos de la SID. Lee no tuvo ni que consultar los manuales, con un vistazo supo que la empuñadura era de una pistola Hi Standard. Telefoneó a Ed Lomax, gerente de la firma propietaria de Hi Standard, y acordó una cita con él en la Academia de Policía. Lomax también hizo una identificación rápida. «Solo un arma tiene una empuñadura así —dijo a Lee—, el revólver Hi Standard Longhorn del calibre veintidós.» Conocida popularmente por el nombre de «Buntline Special» —modelada sobre un par de revólveres que el autor de novelas del Oeste Ned Buntline había encargado para el alguacil Wyatt Earp—, el arma tenía las siguientes especificaciones: capacidad, nueve balas; cañón, veinticuatro con trece centímetros, longitud total, treinta y ocho centímetros; empuñadura de nogal, acabado en azul; peso, un kilo; precio recomendado de sesenta y nueve dólares con noventa y cinco centavos. Era, en palabras de Lomax, «un revólver bastante especial». Se lanzó en abril de 1967 y solo se habían fabricado dos mil setecientas unidades con ese tipo de empuñadura.

      Lee obtuvo de Lomax una lista de tiendas donde se había vendido el arma, además de una fotografía del modelo, y el LAPD empezó a preparar un folleto que planeaba enviar a todos los departamentos de policía de Estados Unidos y Canadá.

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