Название: El primer rey de Shannara
Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Las crónicas de Shannara
isbn: 9788417525286
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Kinson se cubrió los ojos y se levantó a duras penas. El fuego desapareció en un instante. Tan solo quedó el humo, volutas espesas llenaban el hueco de la escalera. Kinson se precipitó hacia los escalones superiores y se encontró a Mareth desmayada en el rellano. La levantó en brazos y sostuvo su cuerpo inerte contra el pecho. ¿Qué le había ocurrido? ¿Qué había hecho? Era tan ligera como una pluma, tenía el semblante pálido y cubierto de hollín, y el pelo negro y corto empapado como un casco alrededor de su pequeño rostro, con los ojos entrecerrados y la mirada perdida. A pesar de la poca abertura, Kinson vio que se habían vuelto blancos. Se inclinó hacia ella. No parecía que estuviera respirando. No era capaz de encontrarle el pulso.
Bremen apareció de sopetón ante él, se materializó entre el humo, con el pelo alborotado y ojos de loco.
—¡Sácala de aquí! —gritó.
—Pero no creo que sea… —trató de discutir el fronterizo.
—¡Rápido, Kinson! —lo interrumpió Bremen—. ¡Si quieres que se salve, sácala de la Fortaleza ahora! ¡Venga!
Kinson giró sobre los talones sin abrir la boca y se apresuró a bajar las escaleras, con Mareth en brazos. Bremen los seguía, con los ropajes chamuscados hechos jirones. Descendieron a trompicones, tosiendo y ahogándose con el humo, y con los ojos empañados de lágrimas. Entonces, Bremen oyó un estruendo que procedía de las profundidades. Era el sonido de algo que se despertaba, algo enorme y cargado de furia, algo tan inmenso que era inimaginable.
—¡Corre! —gritó de nuevo Bremen, aunque no hubiera necesidad.
Juntos, el fronterizo y el druida corrieron a través de la oscuridad humeante de un Paranor muerto, hacia la luz del día y la vida.
8
Tras dejar atrás a Bremen, Tay Trefenwyd se encaminó hacia el oeste siguiendo el curso del Mermidon a través de las montañas que constituían el ramal meridional de los Dientes del Dragón. Con la llegada del ocaso acampó al amparo que estas le ofrecían y prosiguió la marcha al rayar el alba. El día amaneció despejado y templado, los vientos de la noche anterior habían barrido el cielo de nubes y el sol brillaba con fuerza. El elfo se abrió camino a través de las estribaciones, llegó a las llanuras de Streleheim y se preparó para cruzarlas. Más adelante, los bosques de las Tierras del Oeste se desplegaron ante él y tras estos, con las cumbres teñidas de blanco, se alzaban los picos de las Espuelas de Piedra. Arborlon se hallaba a un día de distancia, de modo que avanzó a un ritmo tranquilo, con el pensamiento perdido en todo lo que había ocurrido desde que Bremen había llegado a Paranor.
Tay Trefenwyd conocía a Bremen desde hacía casi quince años, más incluso que Risca. Habían coincidido en Paranor, antes de que lo desterraran, cuando Tay acababa de llegar de Arborlon y era un druida en formación. Bremen ya era anciano en esa época, pero con una personalidad más dura y una lengua más afilada. En aquel entonces, Bremen era un agitador que clamaba verdades que para él eran evidentes, pero que para los demás eran incomprensibles. Los druidas de Paranor creyeron que se había vuelto loco. Kahle Rese y un par más apreciaban su amistad y escuchaban con paciencia lo que este tuviera que decir, pero el resto se dedicaba a buscar formas de evitarlo.
Tay no había sido de esos. Desde el momento en que se conocieron, se había sentido cautivado. Ante él tenía a alguien que creía que era importante (e incluso necesario) que hicieran algo más que hablar de los problemas de las Cuatro Tierras. No era suficiente con que estudiaran y conversaran sobre esos temas, había que actuar en consecuencia. Bremen creía que las antiguas costumbres eran mejores, que los druidas del Primer Consejo habían acertado al implicarse en el desarrollo de las razas. La política actual de no intervención era un error que les costaría caro a todos. Tay lo comprendía y lo compartía. Igual que Bremen, él estudiaba el conocimiento antiguo, las costumbres de las criaturas del reino de la magia y los usos del poder en el mundo previo a las Grandes Guerras. Y, al igual que Bremen, Tay aceptaba que este poder, una vez corrompido, era el doble de mortífero, y que el druida rebelde Brona seguía vivo bajo alguna otra forma y volvería para subvertir las Cuatro Tierras. Era una opinión impopular y peligrosa y, al final, a Bremen le había costado su puesto entre los druidas.
Sin embargo, antes de que eso ocurriera, había hecho de Tay un aliado. Ambos habían forjado un vínculo de inmediato y el anciano había acogido al joven como pupilo; era un profesor con unos conocimientos tan vastos que eran imposibles de recoger y clasificar. Tay realizaba las tareas y terminaba los estudios que le asignaban el Consejo y los patriarcas, pero le dedicaba casi todo su tiempo libre y su entusiasmo a Bremen. Pese a estar expuestos desde una edad temprana a la peculiar historia y conocimientos de su pueblo, había pocos elfos en Paranor que hubieran jurado los votos druidas y que estuvieran tan abiertos como Tay a las posibilidades que les brindaba lo que Bremen sugería. Claro que, en aquel entonces, también había pocos que tuvieran tanto talento como él. Tay había comenzado a dominar sus habilidades mágicas incluso antes de llegar a Paranor, pero bajo la tutela de Bremen había progresado con tanta rapidez que pronto, con la sola excepción de su mentor, nadie podía equiparársele. Incluso Risca, después de llegar, nunca consiguió alcanzar el nivel que había logrado Tay; tal vez había estado demasiado comprometido con el arte de la guerra como para aceptar por completo la idea de que la magia era una arma aún más poderosa.
Aquellos primeros cinco años fueron apasionantes para el joven elfo, y lo que aprendió determinó, de forma irrevocable, su manera de pensar. La mayor parte de las habilidades que llegó a dominar y del conocimiento que adquirió lo mantuvo en secreto, forzado por la prohibición de los druidas a la dedicación personal al uso de la magia, más allá de su estudio en abstracto. Bremen opinaba que el veto era un estupidez y un desacierto, pero, como siempre, él era una minoría, y en Paranor las decisiones del Consejo los gobernaban a todos. De modo que Tay estudió en privado el conocimiento que Bremen quiso compartir con él y se lo guardó para sí, a salvo de la mirada de otros. Cuando condenaron a Bremen al exilio y este decidió que viajaría hacia el oeste, al territorio de los elfos, para proseguir sus estudios allí, Tay quiso acompañarlo. Sin embargo, Bremen le dijo que no. No se lo prohibió, pero le pidió que lo reconsiderara. Risca era de la misma opinión, pero a ambos les aguardaban tareas más importantes, había argumentado el anciano. «Quedaos en Paranor y sed mis ojos y oídos. Trabajad para dominar vuestras habilidades y convenced a otros de que el peligro del que os he advertido existe. Cuando os llegue el momento partir, volveré a buscaros».
Y eso es lo que había hecho, hacía tan solo cinco días, y Tay, Risca y la joven curandera Mareth habían escapado a tiempo. No obstante, los demás, todos aquellos a los que había tratado de persuadir, aquellos que habían dudado de ellos y los habían despreciado, probablemente no lo habían conseguido. Tay no lo sabía con seguridad, claro, pero en el fondo de su corazón sentía que la visión que Bremen les había revelado ya se había cumplido. Pasarían días antes de que los elfos pudieran corroborar los hechos, pero Tay estaba convencido de que los druidas habían sido aniquilados.
Fuera como fuere, partir con Bremen había marcado el final de su época en Paranor. Tanto si los druidas estaban vivos como si no, ya era demasiado tarde para volver. Su lugar estaba ahí fuera, en el mundo, llevando a cabo los cometidos que Bremen había dicho que debían realizar para que las razas pudieran sobrevivir. El Señor de los Brujos había salido de su escondite, se había descubierto ante aquellos que tenían los ojos para ver y el instinto para guiarlos. Se dirigía hacia el sur. Las Tierras del Norte y los trolls ya se encontraban bajo su yugo СКАЧАТЬ