Название: El primer rey de Shannara
Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Las crónicas de Shannara
isbn: 9788417525286
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El rostro del anciano se volvió ligeramente hacia su joven compañero, lleno de arrugas, bronceado debido al tiempo, al sol y una vida de lucha y decepción grabada en la piel.
—Soy consciente de ello, Kinson. Y sabes perfectamente que lo soy, así que ¿por qué has sacado el tema?
—Porque tenía que recordártelo —expuso el fronterizo con firmeza—. Para que redobles la prudencia. Las visiones están bien, pero también son peliagudas. No confío en lo que muestran y tú tampoco deberías. Al menos, no por completo.
—Supongo que te refieres a la visión sobre Paranor, ¿verdad?
Kinson asintió.
—La Fortaleza ha caído y los druidas han sido aniquilados. Está claro. Sin embargo, la sensación de que algo te esté esperando, algo peligroso… Esa es la parte peliaguda de la cuestión. Si esa parte es cierta, será algo que no te esperas.
Bremen se encogió de hombros.
—No, supongo que no. Sin embargo, no importa. Debo asegurarme de que Paranor se ha perdido para siempre, por muchas sospechas que albergue, y debo recuperar el Eilt Druin. El medallón es una parte fundamental del talismán que necesitamos para destruir al Señor de los Brujos. La visión también era lo suficientemente clara en ese aspecto. Es una espada, Kinson, y yo debo darle forma; yo debo forjarla, yo debo imbuirla de una magia que ni el mismísimo Brona pueda resistir. El Eilt Druin es la única parte del proceso que se me ha mostrado; el símbolo del medallón se podía distinguir con claridad en la empuñadura de la espada. Es un punto de partida. Debo recuperar el medallón y decidir qué es necesario a partir de ahí.
Kinson lo observó en silencio un segundo.
—Ya has diseñado un plan en relación con este tema, ¿no es cierto?
—He sentado las bases de uno. —El anciano sonrió—. Me conoces demasiado bien, amigo mío.
—Te conozco lo suficiente como para prever lo que harás de vez en cuando. —Kinson suspiró y dirigió la mirada hacia el río—. Aunque tampoco es que eso me ayude a persuadirte de que debes tener más cuidado.
—Vaya, yo no estaría tan seguro de eso.
«Ah, ¿no?», pensó Kinson, cansado. Pero no contradijo esa afirmación con la esperanza de que tal vez fuera verdad, en parte: que el anciano sí que lo escuchaba cuando le decía ciertas cosas, sobre todo cuando discutía con él para que fuera más prudente. Era irónico que Bremen, que ahora se acercaba al ocaso de su vida, fuera mucho más imprudente que el joven. Kinson se había pasado la vida en la frontera y había aprendido que un solo paso en falso podía significar la diferencia entre la vida y la muerte, que saber cuándo actuar y cuándo esperar te mantenía a salvo y de una pieza. Supuso que Bremen comprendía la diferencia entre los dos estados, pero no siempre se comportaba en consecuencia. Bremen era mucho más proclive a tentar a la suerte que Kinson. Lo que los diferenciaba era la magia, supuso este. Él era más rápido y fuerte que el anciano, y tenía unos instintos en los que se podía confiar más, pero Bremen tenía la magia para preservarse y la magia nunca le había fallado. Eso le ofrecía a Kinson cierto grado de consuelo: su amigo estaba envuelto de otra capa más de protección. Ojalá el consuelo pudiera ser algo menos incierto.
Desplegó las piernas y las estiró cuan largas eran, se echó hacia atrás y se apoyó en los brazos.
—¿Qué sucedió allí abajo con Mareth? —preguntó de sopetón—. En el Cuerno del Hades, cuando te desplomaste y ella fue la primera en llegar.
—Es una joven muy interesante, Mareth. —De pronto, el anciano hablaba en voz baja. Se volvió para quedar frente a frente con Kinson de nuevo, con la mirada perdida en la lejanía—. ¿Recuerdas que afirmó que poseía magia? Bien, pues resulta que es cierto. Pero quizá no es el tipo de magia que yo había previsto. Todavía no estoy seguro pero, sin embargo, conozco algo al respecto. Es una empática, Kinson. Este poder refuerza su arte como curandera. Es capaz de asimilar el dolor de otra persona y aliviarlo, puede absorber la herida de otro y acelerar su recuperación. Es lo que hizo conmigo en el Cuerno del Hades. La impresión que me llevé, fruto de las visiones y del roce de las sombras de los muertos, me dejó inconsciente. Pero ella me levantó… Sí, noté sus manos; y me hizo despertar, con la fuerza recuperada, curado. —Parpadeó—. Fue muy evidente. ¿Pudiste ver el efecto que eso tuvo en ella?
Kinson apretó los labios con aire pensativo.
—Pareció que perdía las fuerzas un momento, pero no duró demasiado. Sin embargo, los ojos… En el risco, cuando la tormenta te ocultó mientras hablabas con Galáfilo, afirmó que podía verte cuando el resto no podíamos. Tenía los ojos en blanco.
—La magia que posee parece bastante compleja, ¿verdad?
—Has dicho que es una empática. Pero no lo es a pequeña escala.
—No. La magia que posee Mareth no tiene nada a pequeña escala. Es muy poderosa. Debió de nacer así y ha desarrollado sus habilidades a medida que ha ido creciendo. Sin duda, lo ha conseguido con los Stors. —Hizo una pausa—. Me pregunto si Athabasca se ha dado cuenta de que posee esta habilidad. Me pregunto si algún druida se ha dado cuenta.
—No es de las que revela mucho sobre sí misma. No quiere forjar lazos demasiado estrechos con nadie. —Kinson se detuvo para pensar un momento—. Aunque parece que te admira. Me contó lo importante que es para ella poder acompañarte en este viaje.
Bremen asintió.
—Sí, pero creo que aún hay secretos de Mareth por descubrir. Tú y yo debemos hallar la manera de revelarlos.
«Te hará falta buena suerte para conseguirlo», quiso decir Kinson, pero se lo guardó para sí. Se acordó de la reticencia de Mareth a aceptar la comodidad insignificante que le ofrecía su capa cuando se la había ofrecido. Sospechaba que tenía que producirse una serie de circunstancias excepcionales para que revelara algo sobre sí misma.
Claro que el futuro les deparaba bastante circunstancias excepcionales, ¿verdad?
Se quedó sentado al lado de Bremen en la ribera del Mermidon, sin mediar palabra y sin moverse, mientras contemplaba el agua y visualizaba escenas surgidas de los lugares más recónditos de la mente que manifestaban lo que temía que pudiera ocurrir.
***
Se levantaron al rayar el alba y caminaron durante todo el día bajo la sombra de los Dientes del Dragón mientras seguían el curso del Mermidon hacia el oeste. El ambiente aún era cálido, la temperatura había aumentado y el aire se había hecho más denso con la humedad y el calor. Se desembarazaron de las capas de viaje y bebieron agua en grandes cantidades. Aunque pararon para descansar con más frecuencia durante la tarde, aún había luz diurna cuando llegaron al desfiladero de Kennon. Allí Tay Trefenwyd se separó de ellos para continuar su viaje por las praderas que lo conducirían a la foresta de Arborlon.
—Cuando encuentres la piedra élfica negra, Tay, no te plantees usarla —le avisó Bremen al despedirse—. Bajo ningún concepto. Ni siquiera si estás amenazado. La magia que posee es suficiente para conseguir cualquier cosa, pero también es muy peligrosa. Toda magia se cobra un precio por usarla, lo sabes tan bien como yo, y el precio por usar la piedra élfica negra es demasiado alto.
—Y podría aniquilarme —previó Tay.
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