Название: El primer rey de Shannara
Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Las crónicas de Shannara
isbn: 9788417525286
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Llegó a la escalera principal y comenzó a bajarla. Había llegado a la mitad cuando percibió un movimiento en el ancho rellano de abajo. Aminoró el paso, se detuvo y esperó. El movimiento salió de entre las sombras y constituía en sí mismo una nueva sombra, una forma distinta. Aquello que apareció era humano, pero de una manera muy imprecisa. Tenía brazos, piernas, torso y cabeza, pero todo estaba cubierto de un pelaje negro y grueso, erizado y tieso; estaba encorvado y torcido como una zarza, alargado y deforme. Tenía garras y dientes que relucían como puntas recortadas de huesos antiguos, y unos ojos que parpadeaban, con motas carmesí y verdes. Aquello le susurró, lo llamó, le suplicó e intentó atraerlo con tal miseria que era tangible.
—Breeemen, Breeemen, Breeemen.
El anciano echó un rápido vistazo hacia el rellano que había dejado atrás, que podía divisar en aquella escalera abierta y ancha, y otra de esas criaturas apareció arrastrándose desde las sombras, un reflejo de la primera.
—Breeemen, Breeemen, Breeemen.
Ambas continuaron avanzando por las escaleras, una subía y la otra descendía. Lo tenían atrapado. No había puertas por las que pudiera escaparse, no tenía ningún lugar al que ir salvo hacia arriba o hacia abajo, hacia una o hacia la otra. Se dio cuenta de que lo habían estado esperando. Habían dejado que hiciera lo que había venido a hacer, que cogiera lo que quisiera para luego acorralarlo. El Señor de los Brujos lo había planeado así, quería saber qué era tan importante para que regresara, qué tesoro, que pizca de magia podía ser tan valiosa para rescatarla. «Descubridlo», les había ordenado el Señor de los Brujos, «arrebatádselo de su cuerpo inerte y traédmelo».
Bremen pivotó la mirada entre uno y otro. Otrora druidas, esas criaturas se habían transformado en algo horrible. Monstruosas quimeras, seres despojados de toda humanidad y remodelados para que cumplieran un último propósito. Era difícil sentir pena por ellos. Eran lo suficientemente humanos cuando habían traicionado la Fortaleza y a todos sus habitantes. Habían tenido suficiente libertad de elección entonces.
De pronto, Bremen se dio cuenta de que se suponía que había tres. ¿Dónde estaba el tercero?
Exhortado por un sexto sentido, por un instinto muy agudo, alzó la mirada justo en el momento en que este se dejaba caer desde su escondite en una hornacina de la pared de piedra de las escaleras. Bremen se echó a un lado y el otro chocó con un golpe sordo acompañado del chasquido de huesos rotos. Pero eso no lo detuvo. Se irguió, un revuelo de dientes y garras que se lanzó directo hacia él mientras chillaba y escupía. Bremen se dejó llevar por el instinto y le arrojó fuego druida, una defensa en forma de cortina azul que rodeó a la criatura. Sin embargo, eso tampoco la detuvo. Siguió adelante, en llamas, con el pelaje negro que le cubría el cuerpo encendido como una antorcha mientras la piel que tenía debajo se le pelaba y se derretía. Bremen volvió a atacarlo, ahora asustado, impresionado porque la criatura aún se mantuviera en pie. El ser se le echó encima a toda velocidad y él giró hacia un lado, cayó de espaldas sobre las escaleras y empezó a dar puntapiés, desesperado.
Entonces, por fin, le fallaron las fuerzas a la criatura. Perdió pie y trastabilló hacia atrás, rodó hacia el filo del hueco de la escalera y se despeñó, un fulgor brillante que se perdía en la oscuridad insondable.
Bremen se puso de pie a trompicones, con el cuerpo lleno de quemaduras por culpa de las llamas y de arañazos fruto de las garras de la criatura. Los otros dos atacantes prosiguieron el avance a pasos lentos y medidos, como dos gatos juguetones. Bremen trató de invocar la magia para defenderse, pero el primer ataque le había dejado exhausto. Asustado por la ferocidad del primero, había usado demasiada fuerza y ahora apenas le quedaba un ápice.
Las criaturas parecían ser conscientes de ello. Se movían con suavidad hacia él y lloriqueaban con ansiedad.
Bremen apretó la espalda contra la pared de las escaleras y contempló cómo se le acercaban.
***
Mientras él se quedaba quieto, Kinson y Mareth recorrían con sigilo los pasadizos de la Fortaleza, buscándolo. Había muertos por todas partes, pero ni rastro del anciano. A pesar de que estaban atentos y aguzaban el oído, no fueron capaces de percibirlo. Kinson comenzaba a preocuparse. Si había algo pérfido escondido en la Fortaleza aguardando a los intrusos, quizá los encontraría a ellos primero. Quizá los encontraría antes de que ellos hallaran a Bremen y eso lo obligaría a acudir en su auxilio. ¿O acaso el druida ya había caído en sus fauces sin que ellos lo oyeran? ¿Llegaban demasiado tarde?
¡No debería haber dejado que Bremen se adentrara ahí solo!
Dejaron atrás los cuerpos de la guardia druida que había opuesto la última resistencia en el rellano de las escaleras de la segunda planta de la Fortaleza y siguieron ascendiendo. Todavía no aparecía nada. Los escalones se enroscaban hacia arriba, hacia la oscuridad, infinitos. Mareth se apretaba contra la pared mientras trataba de ver mejor lo que aguardaba más adelante. Kinson no dejaba de volver la vista, pues creía que un ataque podía llegar por ese flanco. Tenía la cara y las manos resbaladizas debido al sudor.
«¿Dónde está Bremen?».
En aquel momento, percibieron un movimiento en el siguiente rellano, un cambio en la iluminación apenas perceptible, una grieta entre las sombras. Kinson y Mareth se quedaron petrificados. Les llegó un lamento susurrado y extraño:
—Breeemen, Breeemen, Breeemen.
Intercambiaron una mirada y luego reanudaron el ascenso con cautela.
Algo cayó al suelo en el tramo de escaleras que les quedaba por arriba, un cuerpo pesado; estaba demasiado lejos como para que lo vieran, pero lo suficientemente cerca como para imaginárselo. Oyeron gritos y el entrechocar de cuerpos. Al cabo de un instante, una bola llameante se precipitó por el borde de las escaleras y les pasó por delante; un ser vivo, aunque fuera solo apenas, muerto de agonía al chocar con el suelo.
Descuidada cualquier precaución, Mareth y Kinson se lanzaron a la carga. Mientras subían, divisaron a Bremen más arriba, atrapado entre dos criaturas horrorosas que avanzaban hacia él desde los rellanos que quedaban arriba y abajo. El anciano estaba sangrando y se podían apreciar quemaduras en su túnica; sin duda, estaba exhausto. El fuego druida le llameaba en las yemas de los dedos, pero no se inflamaba. Las criaturas que lo acechaban avanzaban con calma.
Los tres se volvieron, sobresaltados, cuando el fronterizo y la muchacha se acercaron.
—¡No! ¡Marchaos! —gritó Bremen en cuanto los vio.
No obstante, Mareth subió corriendo los últimos escalones hasta el rellano inferior de golpe y dejó atrás a un Kinson sorprendido. Plantó los pies en el suelo, se inclinó hacia adelante, con los brazos abiertos de par en par y las palmas hacia arriba, como si implorara ayuda al cielo. Kinson exhaló, consternado, y se apresuró a seguirla. ¿Qué estaba haciendo? El monstruo que quedaba más cerca de la muchacha se puso a sisear al advertirla, se volvió hacia ella y bajó saltando los escalones, veloz como el rayo, con las garras extendidas hacia adelante. Kinson gritó de ira. ¡Todavía estaba demasiado lejos!
En aquel momento, Mareth estalló. Se produjo una explosión tremenda que retumbó, y la onda expansiva mandó a Kinson contra la pared. Perdió de vista a Mareth, Bremen y СКАЧАТЬ