Название: El primer rey de Shannara
Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Las crónicas de Shannara
isbn: 9788417525286
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Y a él le correspondían las Tierras del Oeste, su hogar. Volvía por primera vez tras el transcurso de casi un lustro. Sus padres habían envejecido. Su hermano menor se había casado y ahora vivía en el Valle de Sarandanon. Su hermana había dado a luz a su segundo hijo. La vida había proseguido mientras él había estado lejos y ahora iba a regresar a un mundo distinto al que había abandonado. Más concretamente, él era el portador de un cambio que empequeñecería cualquier otro que hubiera ocurrido durante su ausencia. Era el principio de una transformación que afectaría a todas las tierras y para muchos no sería grato. Puede que no fuera bien recibido una vez se supiera la razón de su llegada, por lo que tendría que abordar el tema con cautela. Sería necesario escoger con cuidado sus aliados y su postura.
Con todo, Tay Trefenwyd era bueno en eso. Era una persona afable y de trato fácil que se preocupaba por los problemas de los demás y que siempre se había esforzado al máximo para brindar la ayuda que podía. No tenía un carácter pendenciero como Risca ni era terco como Bremen. Cuando vivía en Paranor, los demás le apreciaban de verdad, a pesar de sus relaciones con los otros dos. Tay se guiaba por convicciones sólidas y una ética de trabajo que no tenía parangón, y sin embargo no se erigía como ejemplo a seguir. Aceptaba a los demás tal y como eran, detectaba lo que era bueno y encontraba un modo de sacarle utilidad. Ni siquiera Athabasca tenía nada en su contra, porque en Tay veía lo que esperaba que estuviera oculto incluso en sus amigos más problemáticos. Las manos grandes que tenía Tay eran tan fuertes como el hierro, pero era blando de corazón. Nunca nadie había malinterpretado su amabilidad como una señal de debilidad, y Tay jamás había permitido que la primera fuera un indicio de la segunda. Sabía cuándo había que mantenerse firme y cuándo había que ceder. Era un conciliador y mediador de primera clase e iba a necesitar esas habilidades en los días venideros.
Repasó la lista de las cosas que debía conseguir mientras reflexionaba sobre cada una:
Debía convencer a su rey, Courtann Ballindarroch, de organizar una partida de búsqueda para la piedra élfica negra.
Debía persuadir a su rey de mandar a las tropas a ayudar a los enanos.
Había que convencerlo de que las Cuatro Tierras se iban a ver alteradas debido a ciertas circunstancias y acontecimientos, de tal manera que también los cambiaría a ellos irremediablemente y para siempre.
Cruzó las anchas llanuras con zancadas largas mientras cavilaba en lo que todo aquello comportaba, dirección noroeste, hacia los bosques que delimitaban la frontera este de su región. Iba silbando una tonadilla, con una sonrisa recién dibujada en los labios. Desconocía si iba a conseguir nada de aquello, pero no importaba. Encontraría la manera. Bremen contaba con él y Tay no iba a decepcionarlo.
Las horas de luz pasaron y el sol se puso por el oeste, desapareciendo tras las cumbres del horizonte. Tay se alejó del Mermidon en la linde de los bosques de las Tierras del Oeste que se extendían por debajo del Pykon y se dirigió hacia el norte. Como era de noche y ya no era capaz de ver bien por dónde pisaba en medio de la planicie, no se alejó del amparo que le ofrecían los bosques mientras seguía avanzando. Sus habilidades de druida lo ayudaban. Tay era un elementalista; estudiaba los modos en que la magia y la ciencia interactuaban para mantener en equilibrio los elementos del mundo: tierra, aire, fuego y agua. Había desarrollado un grado de comprensión muy alto sobre su simbiosis: la forma en la que se relacionaban una con otra, de los modos en que colaboraban para mantener y preservar la vida y las maneras en que se protegían una y otra cuando alguna se veía afectada. Tay había llegado a dominar las leyes para cambiar de la una a la otra, para usar una para destruir a la otra o cualquiera de las dos para avivar la otra. Tay había desarrollado los talentos que tenía y se había especializado bastante. Era capaz de leer el movimiento y detectar la presencia de los elementos. Podía percibir pensamientos. En términos generales, tenía la habilidad de reconfigurar la historia y predecir el futuro, aunque eso no era lo mismo que tener una visión. No estaba ligado a los muertos o a los espíritus, sino que estaba ligado a las leyes naturales, a las líneas de poder que ceñían el mundo y unían todas las cosas que en él existían con lazos de acción y reacción, de causa y efecto, de decisiones y consecuencias. Una piedra que se lanzara a un estanque en calma provocaría ondas. Del mismo modo, todo lo que ocurría que alteraba el equilibrio del mundo, no importaba cuán insignificante fuese, comportaba un cambio. Tay había aprendido a leer esos cambios y a intuir lo que significaban.
De modo que ahora, mientras caminaba entre las sombras nocturnas de la foresta, leyó en el movimiento del viento, en los aromas que aún flotaban entre los árboles y en las vibraciones traídas por la superficie de la tierra que un gran grupo de gnomos había pasado antes por ese mismo camino y ahora se habían detenido en algún lugar más adelante. Detectaba su presencia cada vez con más fuerza cuanto más avanzaba. Tay se adentró en el bosque mientras aguzaba el oído y se iba agachando de vez en cuando para tocar la tierra y buscar el calor corporal de los gnomos, que no había desaparecido; la magia de la que se servía le surgía en el pecho en forma de cintas pequeñas y ligeras que le flotaban hacia las yemas de los dedos.
Entonces, aminoró el paso y se detuvo: había percibido algo nuevo. Se quedó completamente quieto, aguardando. Una sensación fría le atenazó las entrañas, el aviso inequívoco de qué era aquello que había notado, de qué era lo que se estaba acercando. Al cabo de un momento apareció sobre el cielo que le cubría la cabeza, apenas visible entre las ramas de los árboles: era un cazador alado, un Portador de la Calavera, un siervo del Señor de los Brujos. Volaba alto y despacio y se recortaba contra el negro aterciopelado de la noche; iba de caza, pero no de algo en particular. Tay no se movió del sitio, reprimió el instinto natural de salir corriendo y se obligó a calmarse para que la criatura no pudiera detectarlo. El Portador de la Calavera planeó en círculos y volvió, una forma alada que flotaba entre las estrellas. Tay ralentizó la respiración, los latidos del corazón y el pulso. Se desvaneció en la quietud oscura de la foresta.
Finalmente, la criatura continuó su camino y voló hacia el norte. Tay supuso que iba a unirse al grupo del que estaba al mando. No era una buena señal que los acólitos del Señor de los Brujos se pasearan por un territorio tan al sur y rondaran los límites del reino de los elfos. Aquello reforzaba la hipótesis de que los druidas ya no representaban una amenaza para ellos. Era un señal de que la invasión, prevista hacía tanto por parte del Señor de los Brujos, era inminente.
Tay inspiró hondo y contuvo el aliento. ¿Y si Bremen se había equivocado y el ataque no se produciría contra los enanos, sino contra los elfos?
Dio vueltas a esta posibilidad al reanudar la marcha, mientras buscaba aun algún rastro de los gnomos. Los encontró al cabo de veinte minutos: habían acampado en la periferia del bosque de Drey. No habían encendido ninguna fogata y habían apostado centinelas cada pocos pasos. El Portador de la Calavera se dedicaba a sobrevolarlos. Era un grupo de asalto de algún tipo, pero Tay era incapaz de imaginarse tras qué iban. No había demasiado que pudieran asaltar tan cerca de las llanuras con la sola excepción de algunas haciendas aisladas, y dudaba que los intrusos estuvieran demasiado interesado en atacarlas. Con todo, no era nada halagüeño encontrar gnomos de las Tierras del Este, y aún menos un Portador de la Calavera tan al oeste, tan cerca de Arborlon. Avanzó con sigilo hasta que pudo distinguirlos con claridad, los observó un rato para ver si era capaz de detectar algo y, al no poder notar nada, contó de cabeza cuidadosamente y se retiró en silencio de nuevo. Deshizo sus pasos hasta recorrer una distancia prudencial, encontró un abetal aislado, se metió a gatas debajo del refugio que le ofrecían las ramas y se durmió.
Cuando despertó por la mañana los gnomos ya no estaban. Inspeccionó con cuidado el terreno desde su escondite y luego salió y se dirigió hacia el campamento. Las huellas indicaban que se habían dirigido hacia el oeste y se habían adentrado en el bosque de Drey. El Portador de la Calavera se había ido con ellos.
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