Название: Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin
Автор: Sergio Caggiano
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788418929151
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De vuelta a Argentina, 1973
— Vuelven a Argentina en el 73.
— En Brasil teníamos contratos de dos años, del 71 al 73. Era la época más dura de la dictadura brasileña y, entonces, llevar extranjeros venía bien en Ciencia Política. Cuando se estaba perfilando el final de estos dos años se nos abrieron oportunidades diversas. Una era ir a FLACSO-Chile. Otra era volver a Estados Unidos. También podíamos quedarnos en Brasil. Habíamos salido de Argentina casi nueve años antes. Pablo tenía dos años y medio, hablaba perfecto portugués. Y la pregunta era qué hacer y dónde era más probable que dejáramos de ser tan nómades. Descartamos volver a Estados Unidos, y no estábamos tan convencidos de lo que podía pasar en Brasil. Ahí optamos por Argentina, no Chile. Por suerte no fuimos a Chile, porque hubiéramos llegado tres días antes del golpe.
— ¿Tenían trabajo en Argentina?
— Jorge volvió para insertarse en el Instituto Di Tella, como parte de un programa que se llamaba Programa de Investigaciones Sociales sobre Población en América Latina (PISPAL). Esto era algo bastante grande, pero no era una posición estable. Yo volví con una beca posdoctoral del SSRC (Social Science Research Council). Pero no tenía una conexión institucional. Volví a mi casa, no tenía nada de nada.
Yo estaba en mi casa, investigando sindicalismo y movimiento obrero, con conexiones internacionales. En esa época coordinaba la comisión de CLACSO sobre movimiento obrero, y teníamos reuniones con Weffort, Torre, Pécaut, Francisco Zapata, y otra gente más joven.
CEDES, 1975-93
— Luego participarías en la fundación del CEDES en 1975. ¿Cómo entrás en contacto con quienes serían luego tus colegas en CEDES?
— En el Instituto Di Tella había un Centro de Investigación en Administración Pública (CIAP). En un momento, el CIAP se va del Di Tella, y poco después se divide en dos grupos: uno iría a conformar el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) y el otro, el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA). La idea del CEDES la empiezan a conformar Guillermo O’Donnell, Marcelo Cavarozzi, Oscar Oszlak y Horacio Boneo, que habían trabajado juntos en CIAP. Pero Kalman Silvert—como gestor de las ciencias sociales latinoamericanas desde su posición en Ford20 y con quien estaban negociando un posible subsidio para el lanzamiento del Centro—les dijo que si querían apoyo de Ford necesitaban más gente, necesitaban a alguien que sea más de sociología que de política, y que no les vendría mal una mujer. Les dio mi nombre, por eso ellos se contactaron conmigo.
— ¿Los conocías ya a O’Donnell, Cavarozzi, Oszlak y Boneo?
— No. Yo creo que alguna vez lo había visto a Cavarozzi por temas de sindicalismo. Pero personalmente no los conocía. Boneo no estaba en aquel momento en Argentina, aunque era parte del grupo. De modo que las reuniones para la formación del CEDES fueron con O’Donnell, Cavarozzi y Oszlak.
— ¿Tenías referencia de quiénes eran ellos?
— No. Yo los conocí personalmente una vez que fuimos a comer, no recuerdo si con Silvert o no. Mi imagen en este momento es de haber estado con ellos en Los Inmortales, una pizzería que estaba entonces en Talcahuano y Charcas. No sé si fue la primera vez, pero todo fue a partir de la intermediación de Kalman.
— ¿Y cómo reaccionaron?
— Yo creo que ellos sabían que me tenían que aguantar. Nunca hablé con ellos sobre esto después. Pero estaba claro que estaba la figura de Kalman por detrás. No tengo la menor idea de cuánto respeto podían tener por mí, cuánto sabían de mí de antes. Me preguntas qué sabía yo de ellos, pero también habría que preguntarles qué sabían ellos de mí. Más allá de que Kalman les dijo que tenían que incluirme. No creo que se los haya impuesto, pero les debe haber dicho que, tal como estaban las cosas en la Ford, les convenía porque iba a ser más fácil si el equipo incluía una mujer.
A partir de ahí se fue formando un vínculo bastante personalizado. Conocer las familias, las casas, cenar en un lado o en otro, no era una cuestión solo laboral. Había una integración del mundo personal y profesional.
— Y los proyectos de investigación, ¿cómo se manejaban?
— No teníamos un tema o trabajo conjunto. Cada uno trabajaba su tema. Pero teníamos la posibilidad de juntarnos a discutir un texto de alguno.
Ya entrada la dictadura, después del golpe del 76, los seminarios en que se invitaba a gente de afuera se tornaron más difíciles; estaba todo el tema del cuidado y la seguridad sobre quiénes participaban. Tengo memorias sobre esos cuidados, sobre mirar quién es cada persona que venía. Al mismo tiempo, pasaban otras cosas. Una vez la secretaria llegó en la mañana y no encontró su Rolodex de tarjetas; alguien había entrado durante la noche, y fue una cosa de pánico. Cuando armamos el CEDES en el 75, armamos un comité académico internacional compuesto por gente que algunos de nosotros conocíamos. La idea era que si pasaba algo, estas personas iban a poner el grito en el cielo. Touraine, Cardoso, Hirschman y otros más. Hubo un operativo de “seguridad,” y había además una red informal de centros o de gente en los centros de investigación en Argentina para comunicarse si pasaba algo en algún lugar.
— Con el correr de los años, se incorporaron más personas al CEDES.
— Sí. Creo que el primero que entró al CEDES fue Adolfo Canitrot. Luego se juntó Oscar Landi. Jorge Balán vino un poco después. En algún momento se unió Roberto Frenkel.
— ¿Había mujeres en el CEDES?
— El CEDES, como el CISEA, era un mundo casi totalmente masculino. Yo era la única mujer al principio. Luego llegó María del Carmen Feijoó, en el 76. También Beatriz Schmukler. Más tarde llegó Silvina Ramos. Todas ellas en posiciones de ayudantes o investigadoras asistentes. Liliana de Riz se incorporó recién en 1984.
— ¿Cómo recordás el rol de O’Donnell en el CEDES?
— Internamente, la figura de O’Donnell no era tan dominante como aparecía hacia afuera. Oszlak tenía una presencia muy importante. Hacía consultorías para Naciones Unidas, estaba más vinculado a la gente de CISEA, y tenía trabajos de políticas públicas que tenían que ver con la reforma de la administración pública. En cambio, lo de O’Donnell era más estrictamente académico. No había equipos de investigación; cada uno de ellos hacía su trabajo.
— Te convertiste en directora del CEDES en el 78.
— Primero, a fines del 76, nos fuimos con Jorge por un año a Oxford. El 77 yo no estuve en Buenos Aires. En Buenos Aires seguía con mis propias investigaciones, trabajando sobre las huelgas en el período 1974-76. Tenía en mi casa toda la colección de Descamisados y todas las revistas de Peronismo de base. Con mucho miedo después del golpe terminé recortando los artículos vinculados a la huelga y quemando las revistas. Ese archivo me lo llevé a Oxford. Nunca volvió.
Luego fui directora del CEDES del 78 al 80. Pero te cuento algo. Yo entré como directora, pero con un comité de otros dos colegas “asesores,” Guillermo Flichman y Adolfo Canitrot. Yo lo acepté como algo normal en ese momento, pero luego me puse a pensar cuán machista era ese gesto.
Una de las cosas que me tocó fue negociar con la agencia de cooperación para el desarrollo de Suecia, SAREC. En el 76, una misión de SAREC vino a ver qué pasaba en el Cono Sur, y quien vino fue Ulf Himmelstrand, que también era presidente de СКАЧАТЬ