Название: Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin
Автор: Sergio Caggiano
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788418929151
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— ¿Es por este vínculo con Browning que eventualmente se van a Texas a hacer el doctorado?
— No fue automático. En Monterrey estábamos eligiendo un lugar para ir. En esa época, el lugar para ir a hacer un doctorado en sociología en los Estados Unidos era Berkeley. Era el súmmum. Sobre la base de que Browning había hecho su doctorado en Berkeley y que ahí estaba Kingsley Davis –el gran sociodemógrafo de la época– nosotros hicimos un viaje. Primero estuvimos con Cicourel en la Universidad de California en Riverside; él estaba ahí entonces. Y luego tuvimos una entrevista con Davis y su grupo de trabajo. No nos gustó para nada. Nos dio la impresión de que ese señor usaba la ocasión de que unos potenciales estudiantes estaban ahí para tomarle examen a toda su gente joven. Cuán inteligente era la pregunta que hacían, cuán incisivos, cuán brillantes eran. La relación de autoridad era una que no iba con nuestro modo de ser. No era nuestra manera de pensar. Como el canal para llegar a Berkeley era este buen señor, lo descartamos. Texas era otra cosa, y teníamos un buen vínculo con Harley Browning.
Doctorado en la Universidad de Texas en Austin, 1966-68
— ¿Cómo fue tu experiencia en Texas?
— Llegamos en una circunstancia muy especial. Ya habíamos hecho el trabajo de campo de una investigación conjunta en Monterrey con quien iba a ser nuestro director de tesis. Ahí estábamos juntos, los tres –Jorge, Harley y yo– en igualdad de condiciones, prácticamente. Ibamos con un aval muy fuerte y llegamos no como estudiantes comunes que entraban a la escuela de posgrado, sino que veníamos como investigadores del Population Research Center, que dirigía Browning, para hacer un doctorado. El vínculo era más con los profesores que con los alumnos. Esa era una de las cosas que nos pasaba en ese espacio.
Teníamos que hacer las materias; rendimos los exámenes comprehensivos. Había que estudiar bastante y nos pasamos esos dos años encima de los libros. Recuerdo que, en el verano texano, con el calor que hacía, la preparación para los exámenes significó vivir tres meses en los que prácticamente no levantamos la cabeza, estudiando y preparando lo que teníamos que rendir. Al mismo tiempo, el Population Research Center, donde estábamos todos los días, era un lugar que se parecía bastante a Buenos Aires, en el sentido de que no había una jerarquía como la que vimos en Berkeley. Lo primero que nos llamó la atención era cuán tempraneros eran. La gente ya estaba ahí a las ocho de la mañana, y a las cuatro de la tarde se iban. Almorzábamos juntos, cada uno traía sus cosas, a eso de las doce. Si llegabas un día a las 8:30 de la mañana, ya no había lugar para estacionar.
Texas tiene una característica muy especial. A diferencia de otras universidades en Estados Unidos, se vive y se visita mucho las casas de colegas. Los profesores invitan a sus alumnos y no existe esta distancia enorme. A lo largo del tiempo que estuve en Texas, especialmente en el mundo latinoamericano o latinoamericanista, llegué a conocer las casas de todo el mundo. Cuando vas a otro lado, no te invitan a una casa ni por broma. Había algo que sí se parecía a este estilo más porteño.
— Aquellos años eran tiempos de ebullición política y social en Estados Unidos. ¿Cómo te afectó ese contexto?
— Los años en Texas, del 66 al 68, fueron años de ojeras, de estudio y trabajo intensos. Estaba la Guerra de Vietnam presente. Pero el mundo político estaba bastante lejano. Esto cambiaría cuando me mudé a Nueva York, en el 69.
— Si tuvieras que comparar la sociología en Texas, en ese momento, con lo que había sido tu experiencia en la Universidad de Buenos Aires, ¿en qué se diferenciaban?
— En Texas descubrí institución y estructura. Quiero decir que en Texas todo estaba mucho más pautado, y en Buenos Aires todo era mucho más laxo. Estaba mucho más crudo acá.
En términos de la estructura del programa, había que tomar materias clásicas. Teoría sociológica era una repetición del curso que había tomado con Rodríguez Bustamante. Una cosa que Browning transmitió, y que fue fundante para toda mi carrera, tiene que ver con la preocupación por el tiempo y las temporalidades. Toda la problemática de los cursos sobre vida, la historicidad, todo eso lo aprendí de él en Texas. También descubrí el mundo de la estadística como algo especial.
Además, eran los primeros años del uso de computadoras y nuestro estudio fue muy pionero en el uso de computadoras. De modo que el primer artículo que escribimos con Browning se llamó “El uso de computadoras en el análisis de historias vitales” (Balán, Browning, Jelin y Litzl, 1968). La metodología computacional que desarrollamos fue muy utilizada después para codificar historias de vida. Trabajamos con un programador, y yo me metí a estudiar mucho sobre los distintos modelos estocásticos y cosas de ese estilo. Incluso llegué a aprender a programar un poco. Me metí mucho en eso y ahí me di cuenta de que, si yo no hubiera estudiado sociología, por ahí el camino que hubiera seguido es matemáticas. Lo descubrí antes, pero comprobé que la parte de matemáticas, como juego lógico, estaba muy en mi cabeza.
— ¿Y había algunos autores que tuvieron impacto en tu pensamiento?
— Si tuviera que pensar en mi lista de mentores, tendría que mencionar a C. Wright Mills, a quien ya conocía en Argentina. Él es uno de mis faros, y sigue siéndolo; lo sigo citando en mis trabajos. Especialmente la parte inicial y final de La imaginación sociológica. Creo que es tan válida ahora como lo era en 1959 (Wright Mills, 1961). Hay un punto que me gusta mucho citar y lo reitero en distintos trabajos desde entonces, que tiene que ver con ubicar la imaginación sociológica en ese punto de convergencia entre la inquietud personal y el mundo público. Para mí eso es central. Hay también algo que siempre le digo a la gente y es algo que viene de Harley Browning. Él decía que no estaba dispuesto a dirigir una tesis donde no hubiera pasión. Decía que si se encontraba con un estudiante que no podía tener un orgasmo intelectual con su tema de tesis, no le interesaba dirigirla. Yo creo que, de alguna manera, en todo lo que hacemos hay algo autobiográfico, a menos que lo hagamos como trámite burocrático. Autobiográfico en el sentido de que hay alguna pasión personal. Yo creo que eso está en Mills y yo lo aprendí de él, y luego lo retomé con Harley.
— ¿Tu tema de tesis doctoral es una continuidad de lo que habías empezado a hacer en Monterrey junto con Browning?
— Mi tesis es sobre Monterrey. Digamos que, dentro de la tradición de la época, había tres patas. Una pata tenía que ver con los procesos de urbanización y migración rural urbana, selectividad de la migración, etc. Eso lo analizaron más Browning y su esposa, Waltraut Feindt. Yo tomé carreras ocupacionales, y Jorge tomó movilidad intergeneracional. Yo trabajé con ideas sobre cohortes y curso de vida. Mi pesadilla, cuando estaba haciendo la tesis, era que de pronto un peón de construcción se volvía ingeniero al día siguiente. Yo tenía que explicar las transformaciones a lo largo del curso de vida y si un peón al día siguiente era ingeniero, me volvía loca. Además, trabajaba sobre la secuencia de ocupaciones; ese fue el foco central de la tesis.
Nueva York, 1969-71
— Terminan el doctorado y Jorge y vos se van a enseñar a Nueva York.
— Exacto. Defendimos las tesis el mismo día. Nos quedamos en Austin un semestre más –la segunda parte del 68– después de que terminamos. Nos quedamos en Texas porque queríamos avanzar en el armado de los libros vinculados al proyecto. Ahí dábamos clases en Texas como lecturers. Y ahí surgió la posibilidad para Jorge de ir a New York University (NYU), en la tradición masculinista que te contaba. Ahí quien fue fundamental fue Kalman Silvert. Ese vínculo se mantenía, y Kalman estaba en NYU. Así que surgió la posibilidad СКАЧАТЬ