La derrota de lo épico. Ana Cabana Iglesia
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СКАЧАТЬ mí me daba muchos consejos, de que nunca me metiera en política y que no me afiliara a ningún partido.

      ... políticamente todos éramos de un lado, estábamos tan concienciados, desde que tenía uso de razón, y no vi nada más que eso... y concienciado sobre todo por las personas mayores de casa «¡ay mis niños! Tened cuidados cuando habléis de política, no os metáis en nada...», no había nada en que meterse todos éramos de un bando... uno fue criado en esa cultura, y no veías más que eso... y eso y punto, y eso iba a misa y nada más, el resto no existía, no era decir que tuvieras una opción, el resto no existía... después hubo épocas en que, ya con los aparatos de radio, se oía la «Pirenaica», y, pero bueno, había que tener mucho cuidado con que no te oyeran que era motivo de sanción y todo eso, pero bueno, todo lo que oías a través de la «Pirenaica» también te parecía una tontería que no conducía a nada, no había una argumentación que te convenciera, porque estabas influenciado por la coexistencia, por el día a día.

      El mutismo de los padres favorecía la penetración de sentimientos de identificación con el régimen en los hijos (Saz, 1990). La diferencia generacional fue percibida especialmente por los emigrados-exiliados de primera hora que, después de reanudarse el flujo migratorio a partir de 1946, se encuentran con un emigrante muy diferente tanto sociológica como políticamente a su llegada. Castelao, en 1949, lo expresaba amargamente como «la mentalidad de los nuevos emigrantes gallegos, que vienen a enriquecerse con los métodos corrientes en España. Hablaría de la emigración de los jureles con tanto respeto como lo haría de la emigración de los gallegos de hoy en día» (Núñez Seixas, 2004: 125).

      En este sentido, debe puntualizarse que representar al sujeto de la represión fascista acostumbra a tener como resultado trazar instintivamente un retrato amable y justificativo de la víctima. En dicha representación parece que la víctima lo es siempre y forma parte de un bloque de damnificados. Si calla o potencia el silencio es por causas que le sobrevienen, mucho más poderosas que ella, que sigue arrastrando sine die la debilidad del espacio y del momento que la convirtió en tal víctima. Representar así a las víctimas de algún tipo de represión es, paradójicamente, deshistorizarlas, esencializarlas y petrificarlas en su condición. En este sentido, la idea de que el olvido y el silencio son siempre fruto de presiones negativas sobre el sujeto no es veraz en todos los casos. Esta decisión no es el resultado unidireccional de la relación víctima-perpetrador. El silencio parece obedecer también al papel jugado por individuos que no quieren recordar deliberadamente, que no ambicionan ser percibidos como disidentes de las disposiciones franquistas, que no se reconocen en el papel de víctimas porque eso supone un lastre para su presente y potencial futuro, el cual pasa, muchas veces, por la promiscuidad con el antes «enemigo».

      La visión de una Galicia pasiva y resignada fue construida a partir del análisis de la documentación producida para consumo público por las autoridades franquistas y por la ausencia de insubordinación popular después de 1936, pero la extensión de la desobediencia y de las expresiones de descontento es mayor de lo que previamente se podía imaginar.

      Una de las tareas más importantes que debían acometer los gobernadores civiles era asegurarse la adhesión inquebrantable de la población y la paz social. De ese entusiasmo dependía su continuidad en el puesto y futuros ascensos en el cursus honorum. De esta manera, la norma era que en sus informes anuales declarasen una adhesión generalizada. Sin embargo, son tantos los matices que relatan y las contradicciones en las que incurren que todo parece indicar que los descontentos abundan y que las disidencias son percibidas, de una o de otra manera, por las autoridades. Que había un descontento masivo y un ambiente frío para con el régimen por las diversas imposiciones políticas contrarias a los intereses de los pequeños propietarios agrícolas, por la corrupción rampante y por la escasez material en la que se circunscribía la vida cotidiana es indiscutible y fácilmente perceptible al revisar la documentación interna de las diferentes autoridades franquistas, que contradice los comentarios triunfalistas que reinan en la prensa. Los propios jefes provinciales de Falange reconocían en sus informes la preocupación por la impopularidad del «Movimiento» entre la población rural gallega.

      El jefe provincial de la Falange en A Coruña lo reconoce sin miramientos en un informe interno que envía a la sede central del partido en 1942, con motivo del día de la fiesta de la Victoria:

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