Frente al dolor. Roberto Badenas
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Название: Frente al dolor

Автор: Roberto Badenas

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия:

isbn: 9788472088573

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СКАЧАТЬ . David Le Breton, L’adieu au corps, París: Métailie, 1999.

      15 . Reinaldo Bustos, “Antropología del dolor”, en Diccionario latinoamericano..., op. cit., p. 60.

      16 . Inmaculada De la Fuente, “Conjurar la tristeza con píldoras”, El País, 6.4.10, p. 28-29.

      17 . ¡A no ser que lo que quiera es liberarse cuanto antes del diente para obtener una recompensa de parte de sus familiares! (Cf. Sylvie Galland y Jacques Salomé, Les mémoires de l’oubli, Ginebra: Jouvence, 1989).

      18 . ¡Y no decimos nada del “enfermo tirano”, que no pide nada, pero no cesa de presumir de ello!

      19 . S. Galland, “L’attachement à la souffrance”, Optima, nº 217, febrero 1992, p. 27-28.

      2

      Necesitamos expresar nuestras penas

      «Dad palabras al dolor».

      –No encuentro palabras para expresar el dolor que siento…

      Así empiezan muchos de los mensajes de pésame que recibimos o enviamos. Ante el dolor, ya se trate de la pérdida inesperada de un bebé en gestación, o de cualquier otra desgracia, aunque fuera previsible, parece que nos quedamos sin palabras. No es fácil expresar lo que sentimos cuando nos enteramos de que a un amigo le han detectado un cáncer. O cuando un accidente estúpido deja mutilado a un joven vecino, o un conocido ha sido víctima de un atentado… Una necesidad imperiosa nos empuja a manifestar nuestros sentimientos de pena, en esa mezcla tan difícil de formular en la que nuestras emociones se confunden con los sentimientos de rabia o impotencia.

      Si asumirlo no es fácil, aún parece más difícil callar el dolor. Se diría que tenemos una necesidad básica de expresarlo, aunque no sepamos hacerlo. Desde que llega al mundo, las primeras manifestaciones del recién nacido son gritos de protesta, de ruptura, de miedo, quizá. El que sufre, no importa su edad o situación cultural, tiende a decirlo, a quejarse o a llorar su dolor.

      Contar sus penas o escribirlas para sentirse escuchado, hablar de sus enfermedades u operaciones, forma parte de una verdadera terapia. ¿Quién no ha reparado alguna vez en las expresiones de satisfacción o alivio que reflejan ciertas señoras mayores contándoles a otras sus operaciones, partos o enfermedades?

      Sin embargo a muchos de nosotros nos han formado en el rechazo de los mejores cauces para evacuar el dolor. No nos han sabido decir a tiempo que las meras lágrimas son un innegable alivio. Y así son innumerables los que van por la vida sin atreverse siquiera a revelar sus penas a quien deberían hacerlo. Por su talante, por la educación recibida, creen que exponer a otros sus problemas es una debilidad. O, a causa de la naturaleza de sus dolencias, les da vergüenza revelarlas. Ignoran que compartir lo que se siente con alguien de confianza suele ayudar a ver más claro y a descargar la angustia. Sobre todo si se trata de un profesional, capaz de aportarnos soluciones para nuestra situación.

      Atreverse a llorar

      Cuando las emociones nos embargan, a veces no podemos reprimir las lágrimas. Aunque la tradición nos recuerda en muchas partes que “los chicos no lloran” –como cantaba Miguel Bosé–, todos los seres humanos, incluidos los varones, sentimos en algún momento la imperiosa necesidad de llorar.

      Es cierto que, en algunas sociedades, aquellos caballeros que no consiguen reprimir las lágrimas ante la pena son todavía tratados de blandengues y de poco hombres. Pero las actitudes están cambiando y hoy vemos cada vez más hombres que se atreven a llorar en público, cosa impensable hace solo unos pocos años. Ahí están, por ejemplo, algunos tan valientes y masculinos como los bomberos voluntarios en Haití al rescatar a un niño entre los escombros del terremoto (2010), el futbolista Iker Casillas al ganar el Mundial de Sudáfrica ese mismo año, el actor Javier Bardem al recibir la Concha de Plata en 1994, o el tenista Roger Federer al perder el Abierto de Australia en 2009. De dolor, de pena o de alegría, todos necesitamos llorar en algún momento. Unos se aguantan, otros no lo consiguen. Llorar es natural, y forma parte del lenguaje corporal para expresar nuestras emociones extremas. Nuestra reacción ante nuestra necesidad de llanto es cultural, y depende en gran medida de nuestra educación.

      El lenguaje del dolor

      Durante milenios el lenguaje del dolor estuvo teñido de connotaciones religiosas y filosóficas. Pero a partir del advenimiento de la medicina científica nuestra sociedad occidental se refiere a sus dolencias en términos cada vez más seculares. Ante la enfermedad, el dolor y la muerte un número creciente de nuestros contemporáneos ya no recurren a la espiritualidad, sino que se dirigen exclusivamente a la ciencia y a los servicios públicos, en los que han depositado la fe que les queda. Al auxilio espiritual innegable de la meditación o de la oración, prefieren soluciones técnicas inmediatas. De modo que la gestión de esas realidades tan personales está pasando del área existencial al área asistencial, como si incumbiesen en primer lugar a la seguridad social.

      En otras épocas o latitudes todo el mundo tenía que convivir con viejos, enfermos y moribundos. En nuestro entorno la atención al que sufre se ha socializado y tecnificado tanto que la mayoría de nuestros conciudadanos casi no tienen contacto con las postrimerías de la vida hasta que no les afectan directamente. Hospitales y tanatorios mantienen a enfermos y muertos lejos de los vivos y sanos. Una de las consecuencias más inmediatas es que hoy muy pocos de nuestros contemporáneos están emocionalmente preparados para el encuentro personal con el sufrimiento, y aún menos poseen el lenguaje adecuado para expresar su dolor o para comunicarse con los que sufren. No sabemos qué decir en situaciones dolorosas, por la sencilla razón de que nunca nos hemos enfrentado a ellas, y no hemos aprendido de la tradición familiar qué hacer en esos casos.

      Ni siquiera la terminología médica consigue expresar debidamente el nivel experimental del dolor. No sabemos cómo describir nuestro propio sufrimiento, y cuando lo intentamos descubrimos que a menudo no podemos rebasar una comunicación superficial, porque desconocemos el lenguaje que le es propio. Apenas nadie habla de esas cosas en una sociedad que mantiene la ilusión de que tiene derecho a que toda molestia le sea evitada. Esto aumenta el sentimiento de incomprensión de los que sufren, incluso en relación con las personas en las que confían. En la visita al médico este usa una terminología científica que deja insatisfecho al paciente porque no la comprende, pero que protege al profesional de las incómodas СКАЧАТЬ