Название: Frente al dolor
Автор: Roberto Badenas
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788472088573
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Los contornos huidizos del dolor humano han hecho verter mucha tinta para intentar definirlo, sin resultados convincentes. El filósofo Spinoza definió el dolor en el siglo XVII como «una emoción fundamental, contraria al placer». La Asociación Internacional de Estudio del Dolor lo definía en nuestros tiempos como «una experiencia sensorial desagradable, asociada a una lesión tisular, real o potencial, o descrita en términos que evocan tal lesión».2
Pero ya nadie limita la definición del dolor a los efectos de lesiones. Esta definición ha sido revisada, y hoy se habla del dolor como «una experiencia emocional (subjetiva) y sensorial (objetiva) desagradable asociada con daño potencial o total de tejidos».3 Y ni aun esta definición resulta satisfactoria para todos.
Dolor y sufrimiento
Hay quienes distinguen dolor y sufrimiento como dos realidades diferentes. Argumentan que el dolor es orgánico, mientras que el sufrimiento sería más bien de índole psíquica. Según esta tesis lo que duele es el cuerpo. El sufrimiento afecta más bien al espíritu, a nuestra capacidad de reflexión. En ese sentido «el dolor inunda el ser, el sufrimiento lo enfrenta. [...] El carácter concreto del dolor hace asequible la vivencia y facilita la acción terapéutica. El sufrimiento, en cambio, se expresa en forma oscura y su núcleo íntimo queda en tinieblas, incluso para el que lo padece…»4
La ciencia dispone de medios para combatir el dolor orgánico-fisiológico pero el sufrimiento es una realidad más compleja que puede, aunque no necesariamente, incluir la presencia del dolor, y cuya terapia requiere otros tratamientos. Así, una paraplejia no tiene por qué doler, pero el paciente puede padecerla hasta más allá de lo imaginable.
Cicely Saunders, fundadora del movimiento Hospice,5 acuñó la expresión “dolor total”, que incluye, además de las molestias físicas, el sufrimiento moral, mental, social y espiritual porque todos estos aspectos están relacionados entre sí. El sufrimiento está ligado a circunstancias que afectan a la persona en su ser total y en ese sentido resulta más global que el dolor propiamente dicho.6 Pero el uso popular de los términos dolor y sufrimiento los hace prácticamente intercambiables. Son conceptos que, a menudo, se entrelazan y confunden. Aquí nos referiremos a ellos a menudo de modo indistinto.
Fisiólogos, como Sherrington o Szasz, describieron el dolor como un reflejo de protección destinado a alertar a la persona para evitarle otros daños peores. Según ellos, se trataría, en primer lugar, de una señal de alarma mediante la cual el organismo indica que algo no va bien, avisa de alguna forma de agresión7 o advierte que un peligro acecha. La sensación de ardor que nos aparta del fuego evita que suframos quemaduras más graves. El pinchazo hace que nos apartemos de las espinas y no suframos heridas mayores. Etcétera.
Aunque esta definición positiva del dolor es válida en muchos casos, no es aplicable a todos. Si por una parte el dolor es capaz de protegernos de la destrucción (por ejemplo, apartándonos del fuego), por otra es capaz también de destruirnos. El famoso cirujano francés René Leriche8 ya señaló que: «Para los médicos que viven en contacto con los enfermos, el dolor no es más que una contingencia, un síntoma perjudicial, angustioso y nocivo […]. El dolor a veces hace todavía más penosa y desdichada una situación que ya es irrevocable […]. Debemos descartar la idea de que ese dolor es beneficioso. El dolor es siempre un regalo siniestro. Envilece al hombre y lo enferma más de lo que realmente está. El médico tiene el deber ineludible de prevenirlo, si puede».9
Amigos o enemigos, dolor y sufrimiento necesitan tomarse siempre en serio.
El dolor, experiencia personal
Aunque el dolor nos produce repulsa a todos, tiene efectos diversos en cada persona. No todos sufrimos igual. Se podría decir que más que “dolores” o “sufrimientos” existen personas que sufren. Mi dolor o el de cualquier otro es siempre una vivencia individual. Quizá no haya experiencia más personal que la del sufrimiento. Afecta al ser en su totalidad: al cuerpo y al espíritu. Sea físico o moral, el dolor nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia, acapara nuestra atención en nuestro propio malestar y convierte su eliminación en la más urgente de las tareas.
El dolor y el sufrimiento son quizás las experiencias humanas que más nos aíslan de los demás. No importa cuánto hayamos leído acerca del tema o cuánto consigamos simpatizar con el que sufre, su dolor será siempre suyo, único e intransferible. No hay manera de compartir, en realidad, el dolor.10 Nuestros padecimientos constituyen un círculo cerrado al exterior. «No puedes sentir el dolor de cualquier otro, ni cualquier otro puede experimentar el tuyo [...]. Holocausto, hambre, pandemias… no importa. El sufrimiento siempre llega en lotes individuales».11
Nuestra dificultad para analizar el dolor se complica además con el hecho de que, al impregnar todas las dimensiones del ser, afecta en mayor o menor medida a nuestra objetividad. Sobrevenga de forma súbita en un accidente o se anuncie con anticipación en una enfermedad crónica, el dolor nunca nos encuentra preparados: perturba nuestra existencia y puede paralizarla por completo. Cada vez que irrumpe en nuestra vida, nos convierte de algún modo en víctimas pasivas de lo que nos acontece. No importa cuán responsables seamos de sus causas, siempre lo percibimos como un intruso que nos invade.
¿Cuánto nos duele?
El dolor es una sensación muy difícil de medir. La valoración de su intensidad es todavía muy aleatoria y difiere considerablemente de unos pacientes a otros y de unos médicos a otros. Las técnicas fiables para medir el dolor son muy recientes y aún no están ni generalizadas ni reconocidas del todo.
Tampoco es fácil comparar unas molestias con otras, y pronunciarse de modo válido para afirmar, por ejemplo, qué es peor, si un intenso dolor pasajero, como el de muchos partos naturales, un cólico nefrítico, etcétera, o el dolor arraigado, mucho menos agudo, pero mucho más persistente de ciertos tipos de cáncer o artrosis. El dolor crónico, aunque sea relativamente moderado, se puede volver insoportable precisamente por su duración. Este dolor afecta a un gran porcentaje de pacientes durante periodos muy variables, en los que les cambia radicalmente la vida.12 Impide conciliar el sueño, perturba la movilidad, reduce la capacidad de trabajo y afecta hasta a los gestos más cotidianos como levantarse de la cama, o subir y bajar escaleras. Incluso pasear puede convertirse en un suplicio. Padecer dolores persistentes sin conocer las causas o sin encontrar alivio, perturba la vida normal y llega a provocar cuadros graves de depresión y ansiedad.
Reacciones ante el dolor
Las actitudes ante el dolor son casi tan diversas como las personas que sufren. Es difícil generalizar sobre las dimensiones subjetivas del dolor, porque hay tantas formas y grados de sufrimiento como variaciones de los umbrales de sensibilidad. Ciertas dolencias consiguen ser increíblemente soportadas por algunos de los que más sufren y particularmente temidas por los que han sufrido menos. Por eso la evaluación del sufrimiento es muy relativa y varía según los pueblos, los individuos y los casos. En algunas guerras los soldados operados sin anestesia no parecían sentir más dolor que el de sus propias heridas. En ciertas etnias, hay mujeres que dan a luz y siguen trabajando casi como si nada especial hubiese ocurrido.
El sufrimiento trasciende las circunstancias personales de sus protagonistas. Como alguien ha observado con sorna, «la corona real no quita el dolor de cabeza».13 De ahí que muchas preguntas teóricamente interesantes resulten, desde el punto de vista práctico, totalmente irrelevantes: ¿Quién sufre más, los hombres o las mujeres?, ¿los adultos o los niños?, ¿los jóvenes o los viejos?, ¿los mejor informados o los más ignorantes?, ¿los creyentes o los no creyentes?, etcétera. Al afectarnos СКАЧАТЬ