Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri - Franco Nembrini страница 9

Название: Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

Автор: Franco Nembrini

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Digital

isbn: 9788418746086

isbn:

СКАЧАТЬ el amigo, la amiga… Esta decisión que he descrito la tomamos de hecho ante toda la realidad, ante cualquier cosa.

      En mi opinión, se trata de una descripción absolutamente clara de lo que es la libertad: ese primer movimiento imperceptible de los ojos con el que decido adónde mirar. Es un movimiento mío, solo mío: «Solo yo» (Infierno II v. 3) asumo esta responsabilidad. Yo decido si acoger la propuesta de Virgilio o quedarme allí asustado. Yo decido si ceder al abrazo que se me ofrece, como Pedro, o quedarme atrapado, prisionero de mi equivocación como Judas. Soy yo quien decide cada mañana, en cada momento, si acepto la sugerencia de la realidad, el desafío que plantea, la fatiga y el sacrificio que requiere; o si prefiero defenderme, evitar el riesgo, quedarme parado en lo que ya sé.

      Si el corazón humano es así, entonces podemos entender el Purgatorio como un gran camino de educación de nuestra libertad. Porque las dos opciones que acabamos de considerar no son equivalentes. De hecho, don Giussani añade: «Entre las dos posturas —la de quien, vuelto de espaldas a la luz, dice: “Todo es oscuro”, y la de quien, vuelto de espaldas a la oscuridad, dice: “Estamos en el umbral de la luz”—, una tiene razón y la otra no. Una de las dos elimina un factor cierto, aunque esté solamente apuntado, porque si hay penumbra, evidentemente hay luz».5 Por tanto, educar nuestra libertad significa trabajar para que sea cada vez más fácil, más habitual, dirigir la mirada a la luz, aceptar el desafío de la realidad, decir que sí a las circunstancias. Aunque esto nunca pueda darse por adquirido ni por descontado. Como veremos en el canto XXVII, Dante tendrá que luchar hasta el final, será presa del temor, de la tentación de mirar hacia atrás y de evitar el riesgo.

      Siempre me ha conmovido profundamente el hecho de que las últimas palabras de Virgilio a Dante, cuando el maestro se despide del discípulo, sean expresión de una libertad conquistada (Purgatorio XXVII vv. 139-142):

      No esperes ya mis palabras ni mi consejo; libre, recto y santo es tu albedrío, y sería un error no hacer lo que él te diga, por lo cual yo, considerándote dueño de ti, te otorgo corona y mitra.

      Es espectacular. ¿Cuál es la madurez de Dante? ¿Cuál es el culmen de la obra educativa? ¿Que Dante se haya vuelto mejor? ¿Que cometa menos pecados? No, que sea libre. Ya no es esclavo de las circunstancias o de los instintos, sino capaz de juzgarlos y vivirlos a la luz de su verdadero deseo. Precisamente esto quiere decir «te otorgo corona y mitra», te corono señor de ti mismo.

      1 Cf. Dante Alighieri, Infierno, op. cit., pp. 220-222.

      2 Agustín de Hipona, Sermón CLXIX, 13 (traducción de Pío de Luis Vizcaíno, OSA).

      3 Cf. Dante Alighieri, Infierno, op. cit., pp. 36; 76-77; 98-100.

      4 Luigi Giussani, El sentido religioso, Encuentro, Madrid 2008, pp. 175-176.

      5 Ibídem.

      LA UNIDAD RECOBRADA

      La finalidad del purgatorio es que uno pueda volver a ser él mismo. A lo largo del camino, veremos que el viaje de Dante es un verdadero recorrido de reconstrucción humana para recobrar la unidad de la persona; lo que antes estaba dividido, desarticulado, se va ensamblando poco a poco. La palabra «diablo» —como dijimos en el Infierno1 deriva de la raíz griega dia-ballein, que significa meterse por medio, separar, dividir. El infierno —que empieza cuando la vida terrenal excluye la misericordia— es el reino de la división, de la separación. División de los hombres entre sí y división del hombre dentro de sí mismo: hemos visto a los condenados insultarse reiteradamente y hemos observado sus miembros destrozados. Por el contrario, el purgatorio es el camino hacia la recomposición de la unidad perdida.

      En primer lugar, de la unidad de la persona. El yo infernal es un yo dividido, como muestra de forma ejemplar la figura de Bertrán de Born, que tiene la cabeza separada del tronco y la sujeta por el pelo «como si fuese una linterna» (Infierno XXVIII v. 122), «y eran dos en uno y uno en dos» (v. 125). Se trata de una imagen poderosa para ilustrar la división, la separación entre cabeza y corazón, entre juicio y deseo, entre entendimiento y amor. Desde este punto de vista, el camino de Dante es un recorrido que recompone pacientemente esta unidad, que conquista progresivamente un conocimiento nuevo que nace de la coincidencia entre inteligencia y amor, que culminará en el encuentro con Beatriz.

      De la reunificación de la persona deriva el restablecimiento de la relación con la realidad, el rescate de la capacidad para ver las cosas por lo que son y, por tanto, para usarlas de forma adecuada según su naturaleza.

      En el ámbito de esta reconquista renace también el instrumento por excelencia para expresar la relación con las cosas: la palabra, la capacidad de nombrar las cosas con verdad. A propósito de este tema, en los últimos cantos del Infierno2 vimos cómo el pecado destruye también la palabra, la posibilidad de comunicar, acabando por encerrar a los hombres en una soledad invencible. Sin embargo, desde las primeras frases asistimos aquí al renacer de la palabra, a la resurrección de la poesía: «Resurja, pues, aquí la muerta poesía» (Purgatorio I v. 7). Y Dante le dedicará un amplio espacio al valor de la poesía, a su historia y al modo de emplearla, sobre todo desde los cantos XXII-XXIII en adelante. Lo veremos a su tiempo, pero me parece importante apuntarlo ahora.

      Finalmente, en el abrazo de la misericordia que se da en el purgatorio vuelve a ser posible la unidad de los hombres entre sí. Y, de hecho, las almas purgantes siempre se mueven en grupos armónicos y rezan, e incluso hablan a una sola voz.

      Por último, aunque en primer lugar por importancia, ¿qué hace posible este recorrido que restablece la unidad del hombre consigo mismo y de los hombres entre sí? El misterio de la Encarnación. «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). La palabra verdadera, la que nombra a las cosas con verdad, se ha convertido en un hecho del que el hombre puede tener experiencia. Todo aquel que se encuentra con Jesús de Nazaret, la Palabra hecha carne, vive con él una experiencia cargada de fascinación, de un atractivo poderoso; y, por tanto, una experiencia que cambia la capacidad de juicio, que mueve la inteligencia, que vuelve a unir el afecto y la razón. Y la pertenencia común a esta experiencia es el origen de una unidad posible entre los seres humanos que, de otro modo, tenderían siempre a dividirse y a pelear entre sí. «Como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17,21).

      Recapitulando, podemos volver al comienzo de todo nuestro camino con Dante: la palabra «deseo».3 Lo hemos repetido muchas veces, no me alargo: el deseo es el impulso primario de toda la aventura de Dante y de toda existencia humana. Pero, siguiendo este dinamismo del deseo, ¿cuál es la particularidad del Purgatorio? Por decirlo sintéticamente, el Purgatorio es el canto de la purificación del deseo.

      ¿Qué quiere decir esto? Para entenderlo, partamos de una afirmación de Dante que puede resultar desconcertante, pero que es extraordinariamente cierta: el amor es una fuerza que puede llevarnos a los actos más sublimes pero también a cometer pecados. De hecho, explica Virgilio en el canto XVIII, el corazón de la reflexión de Dante sobre el amor y la libertad: «es el amor en vosotros semilla de toda virtud y de todo acto merecedor de castigo» (Purgatorio XVII vv. 104-105). El amor es la semilla de toda virtud, pero también de todos los actos que merecen un castigo. Entonces, ¿qué es el pecado? El pecado es un acto de amor equivocado, defectuoso, inadecuado.

      El acto de amor defectuoso, ese que se convierte en pecado, puede estar equivocado por tres motivos: «porque su objeto sea malo o por excesiva o escasa intensidad» (Purgatorio XVII vv. 95-96). En estos versos, Dante condensa el otro criterio que utiliza para clasificar los vicios. Los de las tres primeras СКАЧАТЬ