Название: Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri
Автор: Franco Nembrini
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Digital
isbn: 9788418746086
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Resulta evidente el paralelismo entre este acto de purificación y el sacramento del bautismo. De hecho, el rito bautismal es también un lavatorio que limpia el pecado original del alma y no es casualidad que, durante este gesto, se le dé un nombre al bautizado.
Pero —insisto— todo esto sucede al final del canto: la purificación no es el primer movimiento, sino el segundo. Sucede después de experimentar la luz y la belleza del perdón, para estar a la altura de la belleza encontrada. Desentonaría —«no conviene» (v. 97), dice Catón— ir por ese mundo de luz con el rostro sucio…
Hay que tener en cuenta además que el canto hace de introducción a todo lo que sigue. Al igual que hizo en el canto II del Infierno, como hará también en el segundo del Paraíso, a Dante le apremia explicarnos enseguida cuál es la condición necesaria para afrontar el viaje.
El segundo canto del Infierno trataba el tema de la cobardía, que es la caricatura deforme de la humildad. En él Dante estigmatizaba la falsa humildad, la cobardía, mientras que aquí presenta la verdadera humildad, la misma que mueve a la Virgen a entonar el Magníficat: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. […] porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí» (Lc 1,47-49). La humildad es un asombro lleno de gratitud porque Dios se ha inclinado sobre mi nada y ha hecho en mí cosas grandes. A menudo confundimos la humildad con una especie de depresión en la que uno no se estima ni un ápice; pero la humildad no significa, como escribe con su ironía habitual Lewis12, «mujeres bonitas tratando de creer que son feas y hombres inteligentes tratando de creer que son tontos».13 La humildad está llena de vigor, es fuerte y decidida. Hace falta coraje y determinación para mirar a la cara el propio mal y pedir verse libre de él.
De ahí que el canto esté salpicado de llamamientos a la humildad: la invocación a las musas del principio; el gesto que le impone Virgilio a Dante haciendo que se arrodille delante de Catón (vv. 49-5); y las palabras con las que Virgilio abre su súplica a Catón, «No vine por mi voluntad» (v. 52), es decir, no estoy aquí por un acto de presunción.
El último paso de este recorrido de humildad es el gesto con que Virgilio ciñe un junco alrededor del costado de Dante (vv. 130-136):
Llegamos después a la desierta playa que no vio nunca navegar sobre sus aguas a hombre alguno que fuese capaz de volver. Allí me ciñó como el otro quería, y, ¡oh maravilla!, cuando arrancó la humilde planta, otra renació súbitamente en el sitio donde había arrancado la anterior.
El junco no es una planta cualquiera. En la simbología medieval, era la imagen misma de la humildad, porque se dobla siguiendo la ola, sometiéndose a su movimiento. Precisamente por eso —explica Catón— es la única planta que puede vivir en la orilla del mar, porque una planta «resistente» (v. 104), rígida, no aguantaría y se partiría. Y así es la humildad, que se inclina para reconocer la realidad tal como Dios la ha creado, y no pretende plegarla a la idea que nos hacemos de ella.
Además, este último gesto de purificación tan evocador del bautismo cristiano, nos obliga a volver atrás para considerar dos pasajes del Infierno. El primero es el canto XVI, cuando Virgilio obliga a Dante a desatarse la cuerda que tenía ceñida al cuerpo y la lanza al abismo del que saldrá Gerión (cf. Infierno XVI vv. 106-114). Dante había observado ahí que se trataba de la cuerda con la que intentó capturar a la «pantera» (Infierno I v. 32), es decir, era un símbolo del intento de salvarse por sí mismo. Él se tuvo que liberar de esa presunción antes de entrar en lo más hondo del infierno. Y por eso aquí, en el umbral del purgatorio, esa cuerda es sustituida por un cinturón nuevo que le ofrece otro. Se trata de una metáfora transparente: no podemos salvarnos con nuestras propias fuerzas, necesitamos que otro venga a recogernos y nos guíe. Y no podemos evitar recordar la página evangélica en la que Jesús le dice a Pedro: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18). Sé que el evangelista añade que «esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios» (Jn 21,19), pero siempre me ha parecido una imagen extraordinaria de la madurez, de la sabiduría. Mientras somos jóvenes pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, que nos las apañamos solos, que no necesitamos a nadie; después la vida nos enseña que no es así y entendemos que es más inteligente seguir, dejarse acompañar. Pero no se trata solo de una cuestión de edad, porque uno puede llegar a esta sabiduría siendo joven y otro puede vivir cien años sin haberlo aprendido.
El segundo pasaje del Infierno al que remiten los últimos tercetos es la conclusión del canto de Ulises (Infierno XXVI vv. 136-142). Releamos los dos pasajes en paralelo:
Venimmo poi in sul lito diserto,
che mai non vide navicar sue acque
omo, che di tornar sia poscia esperto.
Quivi mi cinse sì com’ altrui piacque:
oh maraviglia! chè qual elli scelse
l’umile pianta, cotal si rinacque
subitamente là onde l’avelse.
Noi ci allegrammo, e tosto tornò in pianto:
ché de la nova terra un turbo nacque
e percosse del legno il primo canto.
Tre volte il fé girar con tutte l’acque;
a la quarta levar la poppa in suso
e la prora ire in giù, com’ altrui piacque,
infin che’l mar fu sovra noi richiuso.
La impresionante consonancia entre los dos pasajes salta inmediatamente a la vista: «acque», «piacque», «[ri]nacque». Y no solo porque Ulises acababa de decir (Infierno XXVI vv. 97-98; 101-102): «l’ardore / ch’i’ ebbi a divenir del mondo esperto» [«pudieron vencer en mí el ansia que sentía de conocer bien el mundo»] y «quella compagna / picciola da la qual non fui diserto» [«los pocos compañeros que no me abandonaron nunca»]. Las mismas rimas, cinco palabrasrima contenidas en unos pocos versos. Es el único caso en que riman estas tres palabras «acque», «piacque» y «[ri]nacque» tanto en el Infierno como en el Purgatorio. De igual modo, no es una coincidencia la expresión «com’altrui piacque» [«como el otro quería» / «como quiso Aquel»]. De hecho, este es el sistema que usa Dante cuando quiere decirle al lector, como ya sucedió en el Infierno: «Atento, porque estoy hablando de lo mismo».
Alertados por esta observación, caemos en la cuenta de otras señales. La metáfora de la nave con la que se abre el canto (vv. 1-3) o la palabra «locura» (v. 59) que utiliza Virgilio para contarle a Catón la situación de Dante recuerdan el «loco vuelo» de Ulises. Y entonces nos damos cuenta de que Dante está confirmando aquí de forma clamorosa lo que ya habíamos СКАЧАТЬ