Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
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Название: Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

Автор: Franco Nembrini

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Digital

isbn: 9788418746086

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СКАЧАТЬ alegran de la infelicidad ajena; los iracundos desean infligir un mal a otros. En la cuarta cornisa se expía la pereza, es decir, el amor a Dios que adolece de «escasa intensidad», de poca energía, de desgana. En las tres últimas encontramos a los avaros, los glotones y los lujuriosos, pecadores que han amado con «excesiva […] intensidad» —de forma exagerada, sin orden ni concierto— objetos que de por sí serían buenos, como los bienes materiales, la comida o el cuerpo humano.

      En todos estos casos el pecado nace de un defecto del amor, que equivale a decir que nace de un defecto del deseo, es decir, de un deseo reducido que se obsesiona con un objeto insuficiente, pequeño con respecto a su magnitud; o bien de un deseo que persigue un objeto bueno con una energía desproporcionada, demasiado débil o excesiva. Por ello, el purgatorio es el tiempo que se ofrece a los personajes de Dante, al igual que a cada uno de nosotros, para comprender que ningún objeto —ni el dinero, ni el éxito, ni siquiera el amor de una mujer o de un hombre, ni siquiera los hijos…— basta para satisfacer nuestro deseo. El tiempo de la purificación del deseo sirve para devolverle de nuevo anchura, su alcance ilimitado y su ardor, por tanto, para que vuelva a tender al único objeto adecuado que es Dios mismo, el Misterio infinito. Por ello, la «purificación del deseo» coincide con volver a ser nosotros mismos.

      Para ello necesitamos acudir a Cristo, el Misterio encarnado, el único objeto adecuado del deseo humano, necesitamos que él salga a nuestro encuentro, que se haga presente en nuestra vida; y que nosotros estemos disponibles para correr el riesgo de seguir ese signo que nos lo hace presente. Caminar con él hace que el deseo no se corrompa, no se reduzca, y le permite a cada uno encontrar de nuevo su unidad, una unidad de inteligencia y afecto, de palabra y realidad. Y esto significa encontrarse al final «purificado y dispuesto a subir a las estrellas» (Purgatorio XXXIII v. 145).

      1 Cf. Dante Alighieri, Infierno, op. cit., p. 39.

      2 Cf. especialmente ibídem, pp. 307; 314-316.

      3 Ibídem, pp. 36-40.

      CANTO I

       […] tendí hacia él mis mejillas, que habían bañado las lágrimas, y él hizo que quedara al descubierto aquel color que el infierno me había oscurecido.

      (I, vv. 127-129)

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       Dante y Virgilio se hallan a los pies del monte del purgatorio. Dante invoca a las musas (vv. 1-12) y después describe las estrellas que brillan en el cielo (vv. 13-27). Más tarde aparece Catón, al que Virgilio expone las razones de su viaje (vv. 28-84). Entonces Catón le explica que antes de proseguir debe lavarle a Dante la suciedad del infierno y ceñirle un junco (vv. 85-108), y Virgilio sigue su indicación (vv. 109-136).

      Por fin hemos salido del infierno, de ese infierno que es la vida cuando nos dejamos definir por nuestros errores, cuando nos clavamos unos a otros al mal que cometemos. Y de repente, el clima cambia (vv. 1-6):

      Para surcar mejores aguas, iza las velas ahora la navecilla de mi ingenio, que deja atrás mar tan cruel, y cantaré de aquel segundo reino donde se purifica el espíritu humano para hacerse digno de subir al cielo.

      Recobramos el aliento, reanudamos la marcha con un vigor distinto. Qué espectáculo la imagen del viento que infla las velas de la navecilla, qué alivio escuchar la voz que enseguida se vuelve «canto» —el Purgatorio está lleno de música—, y ver que la subida resulta más ligera gracias a la espera cierta del bien que nos aguarda.

      Qué belleza levantarse por la mañana con este ánimo, qué liberación poder afrontar el día con este brío. No porque seamos mejores, más sagaces o éticamente mejores —seguimos siendo pecadores, cada día tenemos que librar la lucha contra el mal—, sino porque alguien nos ha perdonado, porque hemos conocido a alguien que no se detiene ante nuestro mal, sino que nos ofrece su amor y amistad libre y lo hace gratuitamente. Partiendo de aquí, la vida puede renacer, como dice Dante a continuación (vv. 7-12):

      Resurja, pues, aquí la muerta poesía, ¡oh santas musas!, ya que vuestro soy, y aquí Calíope salga a mi encuentro acompañando mi canto con aquella voz cuyos efectos sintieron de tal modo las míseras Urracas, que desesperaron de obtener su perdón.

      La invocación a las musas es ciertamente un lugar común de la tradición poética y hemos visto que Dante se dirige a ellas siempre que se encuentra ante un paso importante. Con respecto a esto, tenemos que subrayar dos cuestiones.

      La primera: ¿por qué elige Dante justamente este ejemplo? ¿Quiénes son estas «Urracas»? Son las hijas de Píero, rey de Tesalia, tan orgullosas de su maravillosa voz que osaron desafiar a las mismísimas musas. Naturalmente el canto de las diosas fue mejor y por eso «desesperaron de obtener su perdón». En el mito antiguo no hay espacio para la misericordia; aquel que se atreve a competir con los dioses no puede zafarse de su venganza. De hecho, las diosas transformaron a las nueve jóvenes en urracas —en latín picae—. ¿Por qué se refiere Dante precisamente a ellas? Evidentemente para subrayar la diferencia: él no tiene ninguna intención de desafiar a Dios. Su canto no es obra suya, es un don del cielo que tiene que pedir continuamente. De este modo, aparece desde el principio el tema que hará de hilo conductor de todo el Purgatorio: la humildad. «Si llego a hacer algo grande —empieza diciendo Dante—, será únicamente porque Alguien me concede su favor».

      En cuanto a la segunda cuestión, fijémonos en las palabras con las que Dante abre y cierra la invocación: «Resurja, pues, aquí la muerta poesía» y «desesperaron de obtener su perdón». En dos versos sintetiza de modo fulminante la alternativa. ¿Qué es el infierno? Desesperar «de obtener perdón», pensar que el propio mal no puede ser perdonado. Y, en cambio, ¿qué sucede cuando llega el perdón? Que resurge «la muerta poesía», es decir, resucita lo que estaba muerto. Volvemos a la vida.

      No olvidemos que el viaje de Dante comenzó la noche entre el jueves y el viernes santo, y ahora nos hallamos en la mañana del día de Pascua: «La vida ha vencido a la muerte / lavando en amor el pecado», como reza un himno de la Liturgia de las horas.1 Con la resurrección de Jesucristo, comienza un mundo nuevo donde reina la misericordia.

      Y con la vida resurgen la poesía, la palabra, la comunicación. En los últimos cantos del Infierno, Dante ha mostrado lo que sucede en el abismo de la desesperación: incluso la palabra pierde su capacidad de comunicar; cada uno se vuelve prisionero de sí mismo y ya no nos entendemos entre nosotros. ¿Cuántas personas conocemos que no hacen más que rumiar las típicas quejas de siempre, incapaces de entablar un diálogo real? Sin embargo, cuando tienes un encuentro bonito que te abre de nuevo a la vida, te entran ganas de contárselo a todos, te levantas cantando por la mañana. Pues bien, este es el principio del Purgatorio: un hombre que desesperaba de «obtener su perdón», que creía estar clavado a su error y en cambio es perdonado. Y se levanta por la mañana rebosante de deseo de emprender nuevamente el camino, de vivir y de contarle a todo el mundo lo que le ha pasado.

      Esto no es solo literatura, es la vida. Lo testimonia estupendamente la carta que me escribe un preso:

      «Purificado y dispuesto a subir a las estrellas» (Purgatorio XXXIII v. 145). Este fue mi primer pensamiento el día que salí de permiso, mi primer día de permiso tras más de diez años de cárcel… Un día soleado, con mucho espacio y tiempo para mí, aunque con un poco de agorafobia… Un día dedicado a recuperar mis cinco sentidos.

      Enseguida pensé que el purgatorio, mi purgatorio, estaba a punto de terminar, y ahora, con la conciencia de hoy, volvía a observar СКАЧАТЬ