Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri - Franco Nembrini страница 5

Название: Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

Автор: Franco Nembrini

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Digital

isbn: 9788418746086

isbn:

СКАЧАТЬ para los hombres. De hecho, lo afirma también la Biblia en los versículos 11-12 del Salmo 85: «La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo». Para nosotros es imposible que la misericordia y la fidelidad a la verdad se encuentren, porque estas dos realidades nos resultan alternativas. Cualquier padre o profesor lo sabe: cuando intentas ser misericordioso, queda comprometida tu fidelidad a la verdad; y cuando quieres ser fiel a la verdad, no puedes ser benévolo con el otro. Efectivamente, por un lado nos parece que para ser bondadosos con los demás tenemos que ser menos claros, menos firmes en afirmar la verdad; por el otro, cuando intentamos ser fieles a la verdad, nos volvemos duros, no conseguimos acoger la diversidad, nos cuesta aceptar que el otro tenga una manera propia de entender la realidad, distinta de la nuestra, y nos enrocamos en defender lo que nos parece justo.

      Pero las palabras del salmo bíblico no hablan de algo imposible, sino que constituyen más bien un anuncio: «La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan» es la promesa que el texto sagrado hace a los hombres. El salmo identifica esta conciliación imposible con un acontecimiento futuro, el cumplimiento de la promesa de Dios a su pueblo. Los cristianos afirmamos que esta promesa se ha cumplido en Jesucristo: en él se realiza lo que, de otra forma, sería imposible. Dios manifiesta su acción en la historia haciéndose compañero del hombre en Jesús, que es misericordia y perdón.

      La diferencia entre infierno y purgatorio reside en esto.

      De forma ingenua, tendemos enseguida a pensar que los condenados han sido «peores», que han cometido pecados más graves; y que las almas del purgatorio también pecaron pero un poco menos, que sus culpas no fueron tan graves. En cambio, no es así. La diferencia de fondo no está en la gravedad de los pecados cometidos. Por citar un ejemplo palmario, Bonconte da Montefeltro se pasó la vida matando a gente, como su padre Guido, pero Guido está en el infierno y Bonconte en el purgatorio. ¿Por qué? «Por una lagrimita» (Purgatorio V v. 107). Bonconte se arrepintió y su padre no. La diferencia determinante entre los condenados y los purgantes no está en la gravedad del pecado, sino en la actitud que la persona asume ante su pecado. Los condenados son hombres y mujeres que se han obstinado y cerrado en su propio error; las almas del purgatorio son pecadores que, desde lo hondo de su mal, han alzado la mirada, han reconocido sus errores, han pedido perdón y han aceptado la misericordia de Dios. Cada uno de ellos podría hacer suyas las palabras de Manfredi, que sintetizan maravillosamente lo que estamos diciendo (Purgatorio III vv. 121-123):

      Horribles fueron mis pecados, pero la bondad infinita tiene brazos tan largos que toma en ellos a quien a ella se vuelve.

      Lo esencial no es pecar un poco menos o ser algo más bondadosos, sino aceptar el perdón que se nos ofrece. Y, dado que es la clave de toda nuestra experiencia humana, quiero que nos detengamos en ello, sugiriendo tres imágenes —una cinematográfica y dos literarias— que han sido fundamentales en mi historia, en mi comprensión tanto del arte como de la vida.

      La primera imagen es una secuencia de La misión, una película sobre las reducciones jesuíticas en el Paraguay del siglo XVIII.8 El protagonista de la historia, Mendoza —interpretado por un soberbio Robert de Niro—, asesina a su hermano en un duelo por celos y, encarcelado, no habla, no come y quiere morir. Sin embargo, el sacerdote que acompaña a los presos le convence de que es posible volver a empezar y, así, acaba entrando como novicio en la Compañía de Jesús. Pero todavía no ha experimentado en sus carnes el perdón, aún no ha pasado página de verdad; es más, parece que su elección de una vida religiosa fuera una forma de penitencia para expiar el mal cometido. Esta dinámica queda reflejada en una escena inolvidable en la que Mendoza trepa por una pared escarpada, llevando a hombros una pesada red que contiene toda la chatarra que le recuerda su vida pasada, su vida de soldado y, por tanto, su delito. Siempre he visto en esta escena el peso del pasado del que nunca logramos liberarnos, que sigue frenándonos, que nos impide volver a empezar libres de ataduras y con el corazón en paz. En la cima están los guaraníes, aquellos a los que él daba caza como comerciante de esclavos, mirándole con preocupación. Al verle sufrir de tal manera, uno de ellos se le acerca de repente, coge un cuchillo y corta la cuerda que sujeta esa carga, que se precipita por el despeñadero. Y Mendoza rompe a llorar. Es la escena de llanto más bonita que he visto jamás, se trata de un llanto liberador. Este ser perdonado representa verdaderamente el «renacer de lo alto», la posibilidad de volver a empezar.

      La segunda imagen pertenece a un texto muy querido para mí, Miguel Mañara, del escritor lituano Oscar Milosz9. Se trata de una obra de teatro que reinventa poéticamente una historia real: la de don Miguel Mañara Vicentelo de Leca, un noble español del siglo XVII que, gracias primero al amor de una joven y después al dolor por su muerte —casualmente, es la misma dinámica que vivió Dante—, pasa de una existencia disoluta a una vida de santidad.

      En el corazón del relato, Milosz escribe un diálogo fundamental con el abad del convento en el que don Miguel ha solicitado entrar.10

      EL ABAD: Conozco vuestros delitos, don Miguel de Leca; pero necesitáis que la negra confesión atraviese vuestra boca como la suciedad del vómito. El arrepentimiento del corazón no es nada si no sube hasta los dientes, e inunda de amargura los labios…

      DON MIGUEL: No he trabajado en seis días. No he hecho obra alguna. Y el séptimo día, mi trabajo fue blasfemar, escupir sobre la tierra y sobre Dios. No he honrado ni a mi padre ni a mi madre. Mi padre me ha maldecido y mi madre ha muerto de dolor. He mentido. Mil veces he dicho: amo, mientras todo mi corazón se reía con una sonrisa perversa. Y el mentiroso puede retirar todo lo que ha dicho; pero ¿cómo podría retirar yo lo que he hecho? He robado. He robado la inocencia. Sé que el penitente restituye, pero yo no puedo restituir. He matado. Mis víctimas están negras como mi pecado ante el rostro de Dios y sucias por mi lujuria. He deseado la casa de mi prójimo, he llevado el fuego de mi deseo a la casa de mi prójimo. Y es una casa que no se reconstruye con dinero. He hecho todo esto. Todo esto he hecho, padre…

      EL ABAD: No hace falta hablar más de esas miserias, de esas locuras, mi querido niño grande, ¿comprendes? Son historias que hay que dejar a quienes el orgullo de sus pecados atormenta todavía. […] ¿No comprendes, hijo? Lo que ocurre es que piensas en esas cosas que ya no existen y que nunca han existido, hijo mío.

      Es absolutamente extraordinario. El abad no hace la vista gorda ante el pasado de Miguel, no le dice: «No pasa nada, ha sido culpa de las malas compañías, de la sociedad…». No. El abad obliga a don Miguel a nombrar sus culpas una a una, según vimos ya en el primer canto del Infierno y volveremos a ver en repetidas ocasiones en el Purgatorio; cada cual debe confesar su culpa, expresar a viva voz su pregunta, su propia fatiga, su error. Pero, después de confesar sus pecados, Miguel sigue atado a ellos, pensando en ellos, hablando de ellos, y el abad le corta en seco, cambia completamente de registro: «Lo que ocurre es que piensas en esas cosas que ya no existen y que nunca han existido, hijo mío».

      En esto consiste la misericordia, en la experiencia del perdón que permite pasar página y volver a empezar de nuevo. Independientemente de lo que hayas hecho, cualquiera que sea tu error y tu culpa, la bajeza de la que hayas sido cómplice, puedes volver a empezar. Porque debajo de todo tu mal, de tus pecados y de tus errores sigue latiendo el corazón que Dios ha creado, y ese corazón conserva la impronta de Dios, que es el deseo de bien, de verdad y de belleza.

      La tercera imagen pertenece a un poema de Pascoli, «Los dos huérfanos», que representa la opción contraria, la ausencia de alguien que nos perdone.11 Se trata de un diálogo entre dos hermanos que han perdido a su madre. Es un texto muy duro porque refleja cómo es la vida cuando falta la posibilidad de perdonar.

      «Hermano, ¿te aburro ahora, si te hablo?».

      «Habla: no puedo dormir». «Escucho

      como СКАЧАТЬ