Название: Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri
Автор: Franco Nembrini
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Digital
isbn: 9788418746086
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Sí, la vida es justamente así, hay momentos que […] sirven para hacerte reconocer que todo es un don, que en nuestras manos está la intención, pero no el resultado.
Ahora lo estoy viviendo todo intensamente, cada día como si fuese el primero, acompañado por la memoria de los tercetos de Dante que, a través de mis amigos, me han llegado al alma con una contemporaneidad que me desarma.
¿No es como si Dante hubiese escrito para mí la Divina comedia? En un momento, quedan anulados el tiempo y el espacio gracias al encuentro y al testimonio.
Es cierto que después queda el trabajo de la vida, queda «la fatiga interminable, el esfuerzo de estar vivo hora tras hora, la noticia del mal ajeno, del mal mezquino, fastidioso como las moscas de verano; este es el vivir que corta las piernas»,2 como escribe Pavese3. Es cierto que seguimos siendo «bestiales como siempre, carnales, egoístas y cegatos como siempre»,4 por usar las palabras de Eliot5. La vida se desarrolla en este dinamismo —lo decimos aquí de una vez por todas— entre el «ya» y el «todavía no». La salvación, la vida nueva ya ha empezado, aunque aún no se haya cumplido; para ello hace falta la existencia entera. Sin embargo, en el abrazo de la misericordia ya no están en primer plano el límite, la fatiga y el mal, sino la novedad que Cristo ha introducido, el encuentro que nos ha cambiado la vida. Y todo adquiere una luz distinta.
De hecho, esto es lo que sucede (vv. 13-21):
Un suave color de zafiro oriental que se difundía por el sereno aspecto del aire puro hasta el primer cielo, devolvió el placer a mis ojos en cuanto salí de la atmósfera muerta, que me había entristecido los ojos y el corazón. El bello planeta que convida al amor hacía sonreír a todo el Oriente, echando un velo sobre la constelación de Piscis, que iba en su escolta.
¿Qué es lo primero que ve Dante al salir del infierno? La luz, el cielo. Volver a ver el cielo quiere decir levantar la cabeza, alzar la mirada y darse cuenta del ser, de la bondad de lo que existe, de la belleza que nos rodea. Lo primero que Dante ve no es su propia suciedad, el hollín que le mancha; eso lo verá enseguida y dirá que necesita lavarse y purificarse…, ¡pero después! Dante emplea todo su genio poético para comunicar esta claridad, este preludio de alba transparente y purísimo, como el cielo límpido de algunas mañanas de primavera. Una mirada que se estrena contemplando una nueva realidad, un mundo que se contempla como si fuera la primera vez: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
Y en este cielo purísimo, ¿qué es lo primero que se impone a la mirada? El amor. «El bello planeta que convida al amor» es Venus, la estrella de la mañana, el planeta dedicado a la diosa del amor. Es un anuncio de lo que nos espera, pues el amor es el tema del Purgatorio.
Inmediatamente después, Dante divisa «cuatro estrellas nunca vistas desde los primeros humanos» (vv. 23-24). Nos hallamos en el hemisferio austral, por lo que estas estrellas solo las vieron Adán y Eva cuando estaban en el paraíso terrenal. Los críticos se preguntan si Dante se refiere a la Cruz del Sur, la constelación que domina el cielo meridional y que figura también en algunos mapas medievales, o si lo que presenta es una imagen genérica. Pero esto es secundario. Lo principal es su valor simbólico: las cuatro estrellas representan las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) que, según la teología cristiana, Dios infundió en Adán y Eva. El hecho de que resulten visibles ahora indica que Dante ha recuperado la posición adecuada para afrontar el camino que le espera.
Luego, Dante baja la mirada y se encuentra ante sí una figura humana: es Catón, el que custodia el acceso al purgatorio.
Salta enseguida a la vista el paralelismo con Caronte, el guardián del infierno. Este, «un viejo de barba y cabellos blancos» (Infierno III v. 83); «larga y blanqueada por las canas era su barba» (v. 34) dice refiriéndose a Catón. Pero esta similitud no hace sino evidenciar el contraste. El primero era brutal y desprendía una luz infernal —«Caronte, demonio con ojos en brasa» (Infierno III v. 109); «que en torno a los ojos tenía un círculo en llamas» (Infierno III v. 99)— mientras que el segundo brilla como si tuviera delante el sol (vv. 37-39):
Los rayos de las cuatro luces santas cubrían de tal modo su rostro de resplandores, que lo veía como si tuviese el sol delante.
Es preciso detenerse en la figura de Catón. ¿Quién es Catón? Es uno de los protagonistas de la historia de la antigua Roma. Gran defensor de la república, cuando ve que César vence y que se avecina una dictadura que él no puede tolerar, se quita la vida. Él, que dedicó su vida a afirmar las libertades republicanas, renuncia a la vida para defender el valor supremo de la libertad.
En la época de Dante, Catón era una figura controvertida. Siendo un pagano, y además culpable de uno de los pecados más graves, el suicidio, tendría que haber ido directamente al infierno; sin embargo, había una corriente de la cultura cristiana que consideraba su gesto como prefiguración del sacrificio de Cristo. Dante se decanta por esta visión y sitúa a Catón en el purgatorio. Y no lo hace en un lugar cualquiera, sino justo en la entrada, como el primero de los salvados. ¿Por qué? Porque quiere subrayar dos conceptos que le importan especialmente. El primero es que la salvación que trae Jesucristo abarca toda la historia. No voy a repetir la reflexión que hice al hablar del limbo a propósito de la salvación de los paganos.6 Al situar aquí a Catón, Dante corrobora que la salvación es posible, por vías misteriosas, incluso más allá de los límites del tiempo y del espacio visibles para los hombres. El segundo concepto es la trascendencia de la libertad. ¿Por qué se suicidó Catón? No lo hizo por desprecio de la vida, como los suicidas condenados en el infierno, sino por defender un valor más alto que la vida misma, un valor sin el cual la vida no es digna de ser vivida. En la salvación de Catón percibo el eco de la afirmación de Jesús: «Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?» (Mc 8, 36). Hay algo que vale más que la vida: su valor, su significado. Y por este se puede morir. Como escribió recientemente Benedicto XVI: «Hay bienes que nunca están sujetos a concesiones. Hay valores que nunca deben ser abandonados en nombre de un valor mayor y que están incluso por encima de la preservación de la vida física. […] Dios es más incluso que la supervivencia física. Una vida comprada al precio de la negación de Dios, una vida que se base en una mentira última, no es vida».7 Naturalmente Ratzinger no se refiere al suicidio, sino al martirio; pero sus palabras me ayudan a entender las razones que impulsaron a Dante a situar a Catón entre los salvados, pues él también sacrificó su vida por afirmar el valor supremo de la libertad, sin el cual la vida «no es vida».
Simplificando para que resulte más claro, podríamos decir que el suicidio del condenado en el infierno es un acto de orgullo, mientras que el de Catón es un acto de humildad. Los suicidas del infierno reemplazan a Dios como señores de la vida y Catón ofrece a Dios su vida en sacrificio. A su dios, que es la libertad, naturalmente. Pero se trata en cualquier caso de un acto de sumisión, es decir, de humildad: «ofrezco mi vida por defender esa libertad que Otro ha dado a los hombres».
Tanto es así que ¿con qué luz brilla Catón? En su rostro se reflejan las cuatro virtudes cardinales con una intensidad tal que parece estar iluminado por el mismo sol. Esto equivale a decir que se mantuvo fiel a su corazón, al deseo que Dios puso en él —tan amante fue de la libertad—, que es como si hubiese visto un reflejo de la luz de Dios.
La oposición entre Catón y Caronte se manifiesta además en los diferentes modos de dirigirse a Dante. Caronte le había increpado enseguida: «Apártate de los que ya han muerto» (Infierno III v. 89), es decir: «Vete, no puedes estar aquí». En cambio, Catón, aun estando sorprendido por la presencia de Dante, no lo echa, sino que le pregunta (vv. 40-48):
¿Quiénes sois vosotros, que, contra la corriente del temeroso río, habéis СКАЧАТЬ