El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez
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Название: El Errante I. El despertar de la discordia

Автор: David Gallego Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418230387

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      —Si te duele, puedes llorar.

      Sentía ganas de hacerlo. Muchas. Pero no lo hizo. Iba a ser fuerte, costara lo que costara.

      —Gracias. Si he llegado hasta aquí, ha sido gracias a ti. Algún día me haré fuerte y nos iremos de aquí. Juntos.

      Piedra sonrió.

      —Pues mientras te haces más fuerte, yo seré fuerte por los dos.

      Los dos amigos sonrieron. En cuanto terminaron de cuidar las heridas, regresaron a la habitación. Melvo siguió acompañado de las gotas de agua sobre la almohada.

      Y entonces llegó uno de esos días. Un día en que, de pronto, el orfanato recibía varias visitas de personas bien vestidas. Un día en que los niños debían demostrar de qué estaban hechos. Cada cierto tiempo, al orfanato llegaban personas interesadas en adoptar niños, por lo que era habitual que, después de aquellas visitas, algunos de los niños dejaran de ser vistos por allí. Papá Oslo convocaba a algunos de los chicos en una de las habitaciones del sótano, siempre guarecida bajo llave y donde los niños no tenían permitido pasar a menos que fueran reclamados.

      Aquella tarde, Melvo descubriría qué se escondía tras esa puerta. No había visto a Piedra en todo el día. Se preguntaba dónde estaría.

      —Adelante —dijo uno de los encargados a dos del grupo de niños.

      Los niños obedecieron y la puerta se cerró tras ellos. Los demás pasaron varios minutos a la espera, hasta que el encargado volvió a hacer entrar a otros dos, y así cada cierto tiempo. Melvo no lo entendía: por más gente que pasara, nadie volvía a salir por allí. Los tiempos de espera tampoco parecían regulares, a veces sentía que se eternizaban y otras veces apenas debían pasar unos pocos minutos antes de la siguiente pareja. Llegó su turno, pero le hicieron entrar solo.

      Caminó por un túnel corto poco iluminado, acompañado por un encargado, hasta dar a una sala circular, al interior de un recinto precintado con barrotes. Sobre él había una grada que rodeaba el círculo central, donde varias personas sentadas lo observaban al otro lado de los barrotes. En el otro extremo del recinto circular había otro acceso. Melvo se fijó en el suelo de piedra gris, manchado en diferentes partes. Algunas, las más secas, presentaban una tonalidad amarronada, y otras tenían un aspecto más rojizo. Eran las más recientes.

      —Toma —dijo el encargado junto a Melvo—. Cógelo.

      Melvo abrió los ojos de par en par cuando vio el cuchillo que le ofrecía. Lo tomó, no sin vacilar ni preguntarse qué era aquello. El encargado se marchó por donde había venido mientras la puerta al otro lado se abría.

      —Ah, y ahora uno de mis mejores chicos —Melvo escuchó la voz de Papá Oslo sobre su cabeza—. Estoy seguro de que no os dejará indiferentes.

      En la puerta frente a Melvo apareció otro chico más alto, con los músculos de los brazos ligeramente marcados y con el pelo negro recogido en varias trenzas pequeñas que le caían por detrás hasta la nuca.

      Acababa de encontrar a Piedra. También llevaba un cuchillo.

      —Muy bien, chicos —dijo Papá Oslo—. Ya sabéis cómo va: es matar o morir.

      Piedra avanzó con paso firme hacia el centro, con la respiración visiblemente agitada. Melvo sintió cómo el ritmo cada vez más acelerado del pulso le taladraba la cabeza.

      —¿Piedra?

      Pero no dijo nada. Levantó el cuchillo y lo descargó sobre Melvo, lo que le provocó un corte superficial en el hombro poco después de apartarse del sitio.

      —Pelea —dijo Piedra rabioso.

      —No, ¿por qué? No quiero pelear. No contigo.

      —¡Pelea!

      Piedra atacó de nuevo. Melvo antepuso un brazo por instinto. El metal le provocó otro corte poco profundo. Hacía lo posible por mantenerse alejado de Piedra.

      —Esto solo puede acabar de una forma, Melvo, y yo voy a salir de aquí. No pienso perder, así que ¡pelea!

      Arrojó el cuchillo y se abalanzó sobre Melvo a la vez. Pudo esquivar el arma, pero no los nudillos que encontraron su sien. El golpe hizo que soltara el cuchillo.

      Piedra lo agarró por el cuello de la camisa y lo acercó con un tirón fuerte, que terminó con un impacto de rodilla en el estómago de Melvo. Se dobló, y Piedra lo agarró por la nuca, lo levantó unos centímetros del suelo y lo tumbó de espaldas con un trato poco delicado. Melvo nunca se había percatado de lo muy acertado que era el nombre de su amigo. Se había colocado sobre él y había empezado a descargarle un golpe tras otro. Las mejillas le ardían con cada nuevo impacto, al igual que los huesos de la cara. Sentía la humedad de la sangre procedente de la nariz en los labios, y su sabor le inundaba las papilas.

      En los ojos de su amigo solo podía ver rabia. Rabia y desesperación. No mentía al decir que no tenía intención de perder. Su amigo le estaba pegando de verdad. Iba a matarlo de verdad.

      Melvo vislumbró un brillo de reojo después de uno de los golpes. Comprobó que realmente estaba allí antes del siguiente golpe. Estiró el brazo. La mano. Los dedos. Lo tocó con la yema y lo arrastró hacia el interior de la palma. Realmente era matar o morir, y Melvo no quería morir, así que no le quedó más remedio que recurrir a la otra opción. Piedra detuvo los golpes cuando sintió la carne abrirse bajo sus costillas. Observó el lugar que le empezó a doler de repente, y vio un cuchillo hundido hasta la empuñadura. Se incorporó con torpeza, con los nudillos cubiertos de sangre. Miró hacia Papá Oslo y los demás en la grada, que compartían el gesto de sorpresa. Miró a Melvo una vez más, que se levantaba con un gesto de horror desfigurado por los golpes. Se miró las manos, marcadas con arañazos y cicatrices.

      —Voy a salir de aquí —la voz apenas le salió en un susurro de los labios.

      Y cayó, sin más, como una piedra arrojada al fondo de un lago.

      El silencio se adueñó de la sala. Nadie pujó por él. Es cierto que había vencido, pero quien de verdad era un buen candidato había sido el otro. Era una verdadera lástima que no volviera a respirar nunca más. Al final, uno de los asistentes lo compró por un precio reducido. Compró, y no adoptó, como Melvo descubrió, del mismo modo que descubrió que no todos los que abandonaban el orfanato era porque encontraran un hogar.

      Esa misma noche fue llevado a la residencia de su propietario. Lo alojó en una de las cuadras del establo. Durante los días siguientes, lo puso a prueba en diferentes contiendas, pero, tras la pelea con Piedra, Melvo se mostraba retraído y muy distante, lo que provocó que terminara por ser tratado a palos. Hasta los perros de caza recibían mejor trato que él. No hablaba cuando se le preguntaba ni obedecía las órdenes que recibía, por mucho que le pegaran para que lo hiciera. Era una herramienta que no cumplía su cometido, así que, al final, su dueño decidió abandonarlo en el bosque, como la basura que era.

      Capítulo 13

      —Estuve todo el día en el bosque. Tenía mucha hambre. Por la noche encontré un campamento y vi que tenían comida, así СКАЧАТЬ