El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez
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Название: El Errante I. El despertar de la discordia

Автор: David Gallego Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418230387

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СКАЧАТЬ oponente. A Teren se le entrecortó la respiración al reconocerlo. Esperaba volver a verlo. De hecho, quería volver a hacerlo y así enfrentarse a él, pero no esperaba que fuera tan pronto. El corazón se le aceleró y empezó a embargarle el miedo. Toda esa masacre había sido fruto de un único hombre. Viendo aquella escena, quienquiera que se ocultara bajo esa ropa no parecía humano.

      De pronto, alguien gritó una orden, y los demás obedecieron. Los soldados del pelotón se reagruparon y formaron una línea férrea, a la par que, en los tejados de los edificios colindantes a la plaza, comenzaron a aparecer arqueros listos para atacar. Teren no pudo reaccionar. A pesar de estar tras la línea de soldados, sintió cómo la mirada del hombre se detuvo en él.

      Lo que ocurrió después le pareció muy rápido como para atender a todos los detalles: escasos segundos antes de que los arqueros abrieran fuego, el asesino corrió hacia la línea. El estómago le dio un vuelco mientras la figura se acercaba a zancadas con la mirada puesta en él, dejando tras de sí los proyectiles errados de los arqueros. Teren desenvainó el arma, a la espera del momento en que tuviera que darle uso. La línea se mantuvo, pero hubo quienes se adelantaron para detenerlo, encontrando su final con aquella decisión y creando grietas en la formación.

      Ya lo tenía al alcance de la espada. Teren asestó una estocada, pero el hombre la esquivó y aprovechó la exposición del soldado para rodar sobre su espalda y sobrepasarlo, y emprendió el descenso de la calle a toda prisa, seguido por cada vez más soldados. Teren clavó la espada en el suelo para apoyarse en ella. Se sintió desfallecer, con el corazón aún desbocado y el miedo recorriéndole hasta el último rincón del cuerpo. La espalda le ardía. Ahora estaba seguro de que la herida había vuelto a abrirse.

      Los soldados comenzaron a descender también la calle, tras los pasos del atacante. Y, cuando Kendra pasó a su lado, el joven la agarró por el brazo con fuerza, casi por instinto.

      —Pero ¿qué…? —Kendra no esperaba el agarre repentino. Se giró para comprobar qué sucedía—. ¿Tú? ¡Suéltame!

      —¿Qué piensas hacer?

      —No voy a dejar que ese asesino se marche sin más.

      —No puedes con él. Te matará.

      —No lo sabré si no me enfrento a él.

      —Por las Hermanas, ¡para ya! ¡Mira a tu alrededor! —dijo, mientras señalaba la masacre allí presente—. Tú sola no vas a conseguir nada. ¿De verdad crees que vencerías al autor de esto?

      —¿Y lo que se te ocurre es dejarlo escapar?

      La mujer se zafó del agarre con un movimiento brusco y violento, y marchó con el resto de sus compañeros. Teren permaneció allí mientras veía correr a los demás guardias, dispuestos a cazar a ese criminal. Parecía ser el único que tenía claro que un enfrentamiento con ese hombre era una condena a muerte.

      ***

      —Menudo desastre… Aunque te las has apañado mejor de lo que esperaba…

      —He estado en situaciones peores.

      —Tal vez, pero me pregunto cómo harás para sobrevivir a esto… Toda la ciudad piensa que fuiste tú el responsable de los asesinatos, y no has demostrado tu inocencia precisamente con lo que acabas de hacer…

      —No me juzgues.

      —Por favor, no... Jamás se me ocurriría…

      Resacoso avanzaba con velocidad por el camino que conducía a Lignum, levantando una estela de polvo a su paso. No había nadie tras él, había logrado escapar de la capital y, si lo estaban siguiendo, les llevaba suficiente ventaja como para salir airoso. Recorrió el mismo camino que esa mañana, pero en mucho menos tiempo. Debía desaparecer por un tiempo, así que recogería al chico y se largaría.

      —¿Desde cuándo te haces cargo de otros?... ¿Y qué piensas hacer con él?... ¿Vas a llevarlo contigo?...

      Eso era verdad, llevar al chico con él solo lo pondría en peligro. Quizá fuera mejor desaparecer sin más. Quedaba algo de comida en el armario, y contaba con una cabaña para vivir. El muchacho estaría bien allí. Pero no tardó en abandonar ese pensamiento. Apenas había llegado a la aldea cuando vio en la distancia a los mismos cuatro caballos que había visto por la mañana, junto al campamento que estaba a un lado del camino, y a sus respectivos jinetes caminando hacia la cabaña de la colina, con las armas dispuestas.

      —Maldición.

      Instó al caballo para que acelerara aún más hasta que llegó a la altura de los cuatro hombres. Alertado por el ruido de los cascos, el último de ellos dio media vuelta, pero no pudo esquivar al hombre que cayó con todo su peso sobre él. El ataque llamó la atención de los otros, que se sobresaltaron al verlo.

      —¡Es él! —gritó uno.

      —¡Matadlo! —dijo otro—. Solo necesitamos su cabeza para cobrar la recompensa.

      Aunque estaban armados, aquellos hombres no contaban con la experiencia que sí tenía Garrett. Ni siquiera tuvo que desenvainar para acabar con ellos. Algunos de los habitantes presenciaron el espectáculo violento que se desarrolló en la aldea. Definitivamente, Garrett tendría que irse de allí. Nadie querría tenerlo como vecino después de eso, y no pasaría mucho antes de que los habitantes de Lignum fueran a por él o lo denunciaran a las autoridades.

      En cuanto acabó con el último, entró en la casa y, para su sorpresa, en el interior de la cabaña no había nadie.

      —¿Azael?

      Con timidez, el chico asomó la cabeza de debajo de la cama, y salió al comprobar que era Garrett quien había entrado. Abrazaba su libro contra el cuerpo con ambos brazos.

      —Nos vamos —sentenció Garrett.

      Tras una carrera al galope que dejó atrás la aldea, Resacoso adoptó un paso lento. Se habían alejado mucho, o al menos eso es lo que le parecía a Azael, que no estaba acostumbrado a los viajes largos. Las nubes del cielo se habían dispersado cuando llegaron a un cruce de caminos, cerca del cual había una vivienda sencilla construida con piedra y cubierta con tejas. El caballo se detuvo junto al edificio, y jinete y pasajero desmontaron. Garrett golpeó la puerta de madera con el puño. Poco después, un hombre de aspecto fuerte, con perilla y ningún pelo en la cabeza, abrió la puerta.

      —Mierda —exclamó en cuanto vio quién había llamado. Cerró la puerta tan rápido como pudo.

      —Vamos, Iolnar. ¿No te alegras de verme?

      —¿Sinceramente? No —sonó desde dentro—. Cada vez que apareces los problemas vienen contigo, y el que termina pagando soy yo.

      —Esta vez será diferente. Venga, abre la puerta.

      —No te creo. Sé que me vas a meter en algún lío tuyo.

      —Iolnar, te recuerdo que me debes una. Si no fuese por mí, aún estarías pudriéndote en aquella prisión.

      —Sí, prisión en la que acabé por tu culpa.

      —Podría haberte dejado allí, pero en lugar de eso me jugué el cuello para sacarte. Vamos, abre la puerta.

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