El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez
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Название: El Errante I. El despertar de la discordia

Автор: David Gallego Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418230387

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СКАЧАТЬ demonios era eso? —preguntó uno de ellos. Nadie respondió, precisamente porque esa pregunta también los asaltaba.

      Se acercaban a la linde del bosque, y una vez que lo abandonaran, cabalgarían por una vasta llanura hasta la capital, de modo que sería más difícil que los sorprendieran, mientras que los árboles servirían de escondrijo a cualquiera que tramara algo contra ellos. Aunque esperaban que el peligro hubiera pasado, todos temían que el atacante de antes saltara en cualquier momento sobre ellos desde la oscuridad.

      Afortunadamente, no apareció nadie. Ante el grupo de escolta se abrió una vista amplia del territorio de Orea, cuyos límites se perdían en la distancia y se difuminaban con el mar que aparecía en el horizonte. Desde la posición en la que estaban se contemplaba toda la planicie que conformaba el paisaje del reino.

      Siguieron el camino mientras dejaban el bosque a sus espaldas. El capitán echó un último vistazo atrás, a tiempo de ver cómo los seguía otro jinete que sostenía un arma con la mano izquierda.

      —¡Cuidado! —gritó para alertar al grupo, pero, antes de que se dieran cuenta, el jinete ya los había alcanzado.

      Los dos hombres situados en la retaguardia cayeron en un abrir y cerrar de ojos. Los demás, conscientes de que la huida ya no era posible, se volvieron para plantarle cara. Debido a la oscuridad y a la velocidad con que avanzaba, Felion no vio los detalles de la pelea, pero que el jinete aún los siguiera le indicaba que todos sus hombres habían acabado de la misma forma.

      —¡Corra!, ¡yo lo detendré!

      El sacerdote continuó cabalgando, tal y como el capitán le ordenó, mientras este se detenía y daba media vuelta hacia su perseguidor.

      —Hasta aquí has llegado, hijo de perra —cargó hacia él—. ¡Esto es por mis hombres!

      En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, asestó un corte rápido y fuerte sobre el enemigo, pero el otro jinete se tumbó de espaldas sobre la grupa del caballo para esquivarlo y se incorporó para atacar al capitán, que se había quedado expuesto. Sin embargo, Felion corrigió la maniobra a tiempo e interpuso su arma en el trayecto de la espada del atacante, que había comenzado a describir un tajo descendente.

      Aquel intercambio de maniobras duró unos segundos, pero el tiempo pareció detenerse cuando el capitán observó cómo la hoja de su espada se cortó limpiamente al contacto con el acero de su rival. Se recuperó de la sorpresa demasiado tarde y recibió un golpe en la mandíbula que lo derribó.

      Tumbado en el suelo, vio al jinete seguir avanzando hacia el sacerdote, completamente indefenso. Vio la mitad partida de su espada, así como la parte de la hoja que todavía se sostenía en la empuñadura, agarrada aún por unos dedos engarfiados. Dirigió la mirada desde la mano hasta el extremo ensangrentado de su brazo, separado y situado a un metro de él. No sabía cómo explicar lo que acababa de suceder.

      Decenas de metros por delante, el caballo del sacerdote resollaba en un galope sin descanso. El viejo miraba hacia atrás con frecuencia, cada vez más asustado. Quienquiera que fuese aquella persona, había acabado con ocho hombres, y algo le decía que no se detendría ahí. No veía al perseguidor, pero sabía que no estaba a salvo. Sabía que iba tras él y no pararía hasta alcanzarlo. Hasta asesinarlo.

      Sin previo aviso, el caballo se desplomó, y el sacerdote cayó hacia delante de tal forma que dio con la cabeza en el suelo de piedra. Un reguero de sangre le apareció en la frente. Se giró hacia el caballo, que no se levantaba, así que continuó a pie. No se sentía en edad de correr, pero el miedo y el instinto de supervivencia hacen que hasta un cojo pueda levantarse y huir cuando se ve en peligro.

      El hombre tropezó y cayó al suelo, golpeado esta vez en los dientes. ¿De verdad había tropezado? No había notado nada que hubiera chocado con su pie, pero era la única explicación posible para que ahora estuviera tirado en el suelo. Trató de levantarse, y ahí fue cuando descubrió que algo iba mal.

      No conseguía que los pies le obedecieran. Realmente, ni siquiera los sentía. Tampoco las piernas. Las rodillas le dolían, pero creía que se debía a que habían recibido el impacto de la caída. Giró la cabeza y vio que ambas piernas se encontraban en el suelo, a unos dos pasos de distancia de él. Un alarido sobrecogedor inundó la atmósfera nocturna.

      Volvió la vista hacia delante, y allí estaba el jinete, observándolo desde su caballo negro. Desmontó y comenzó a caminar hacia el sacerdote. En una mano llevaba una pieza metálica, con un brillo incandescente. Se agachó junto al hombre y lo observó en silencio. Pasaron así casi un minuto en que el sacerdote no pudo más que intuir su final. Aquel hombre lo estaba torturando con la espera.

      —¡Mátame! —imploró—. ¡Hazlo ya, criatura impía! ¡Las Hermanas te castigarán por tus actos!

      El asesino miró al viejo con unos ojos cargados de ira.

      —Esas falsas deidades no pueden hacerme nada. Yo sirvo al auténtico Dios.

      Dicho esto, apretó el metal con saña sobre la frente del anciano, que gritó al sentir cómo se le quemaba la piel.

      Una voz sonó como un eco susurrante en la cabeza del ejecutor:

      —¡Dámelo ya!... ¡Aliméntame!...

      Tras marcar al sacerdote, el asesino lo silenció con la espada.

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