El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez
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Название: El Errante I. El despertar de la discordia

Автор: David Gallego Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418230387

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СКАЧАТЬ querida.

      Lis gritó, pero el de la nariz rota le tapó la boca con una mano y la empujó hacia dentro de la posada. Alertado por el grito, Thomas se acercó a la puerta.

      —¡Suéltala!

      Estaba dispuesto a empezar una pelea, pero los otros dos hombres corrieron hacia él, lo agarraron por los brazos y lo empujaron hasta chocar con una pared. Thomas se derrumbó al perder el equilibrio, y los hombres comenzaron a patearlo.

      —¿Me has echado de menos, cielo? —el aliento le apestaba a alcohol—. Por cierto, antes no he podido presentarme en condiciones: soy Reimus, coleccionista de tesoros y ladrón de virginidades, y tú, querida, estás de suerte.

      Lis abrió los ojos, aterrada, y trató de liberarse y gritar, pero Reimus le atenazaba la muñeca. Intentó golpearlo, pero pronto se vio superada por la fuerza del hombre, que terminó por empujarla contra una mesa.

      —Por favor, cielo, no hagas esto tan difícil —acercó la cara al cuello de la mujer e inspiró profundamente—. De todas las mujeres, las vírgenes sois mis favoritas, porque tratáis de resistiros, pero en realidad os encanta, y sé que después os sentís agradecidas.

      Lis y Reimus seguían forcejeando mientras Thomas trataba de incorporarse y resistirse a sus agresores, cuyas patadas no cesaban. Reimus desabrochó los cordones del corpiño de Lis, dejando expuestos sus pechos. Hizo una mueca.

      —No son muy grandes, pero creo que sabré darles uso.

      Dicho esto, comenzó a pasar la mano por la mujer, que había empezado a llorar ante la impotencia que sentía. Thomas ya no se movía, y los hombres lo habían dejado tirado para centrarse en su compañero. Los tres hombres seguían sonrientes.

      —Déjanos algo a nosotros, Reimus.

      —Eso, no seas tacaño.

      —Por supuesto, muchachos, pero ya sabéis que a mí me corresponde la primera vez.

      Lis tenía el torso colocado boca abajo sobre la mesa, que se balanceaba al mismo ritmo que ella. Agarraba los bordes de la tabla con una fuerza fruto de la rabia y la humillación.

      —Lis —susurró Thomas.

      Todo lo que podía oír eran el llanto ahogado de la mujer y los gemidos grotescos del hombre. Trató de levantarse una vez más, pero una última patada en la sien le hizo perder el conocimiento.

      ***

      La pelea en la vivienda se había interrumpido para dar paso a una persecución por las calles del distrito superior. Garrett perseguía a su rival, que había escapado en cuanto tuvo la oportunidad. Aunque levemente, había conseguido herirlo, y Gunthar huyó antes de que lo alcanzara una segunda vez, que podría resultar mortal.

      Gunthar corría por la calle en dirección a la Asamblea, pero giró bruscamente un recodo, con lo que rompió el campo visual con su perseguidor. Garrett siguió sus pasos, que lo condujeron a un pequeño jardín encerrado entre dos edificios, con bancos de piedra en los laterales y una fuente en el centro, y al que se podía acceder únicamente a través del arco de piedra donde él se encontraba. La vegetación dominaba la mayoría de los rincones del lugar.

      Pero Gunthar no estaba allí. En su lugar, había una persona de rodillas en el centro del jardín y con las manos a la espalda. Un saco le cubría la cabeza. Garrett escrutó todo el recinto, pero no veía a nadie más, de modo que se acercó con paso lento y firme a la persona arrodillada. Le retiró el saco con un movimiento rápido, lo que dejó a la vista el rostro de un hombre mayor que presentaba señales de haber recibido un trato poco cordial. Uno de los ojos estaba hinchado y tenía la nariz y los labios ensangrentados. Una mordaza le impedía hablar.

      —¿Y tú quién eres?

      —Permíteme que os presente —la voz de Gunthar sonó cercana, pero dispersa por el lugar, por lo que resultaba difícil de ubicar—. Garrett, este es Denys, un hombre de negocios que ha amasado una inmensa fortuna. Ah, y también es un miembro del Consejo, aunque seguro que todo esto no te importa.

      Garrett seguía buscando en la oscuridad.

      —¿A qué juegas? ¡Muéstrate!

      —Es posible que me confundiese a la hora de contarte nuestro pequeño plan, y ahora mi error te va a salir muy caro —se echó a reír—. Veo que aún eres tan fácil de engañar como siempre.

      Garrett comenzaba a alterarse. Examinaba cada rincón del jardín, pero no lograba encontrar la fuente de la voz que se burlaba de él. Deseaba echarle las manos al cuello y callarlo para siempre.

      —Creo que mi socio considerará esta situación muy beneficiosa para comenzar la renovación de Rhydos. Puede que, incluso, me recompense con un lugar entre los miembros del Consejo, ahora que ha quedado un puesto vacante.

      La voz se detuvo, y un resorte metálico sonó en el recinto. Algo silbó cerca de Garrett. Se giró hacia el hombre maniatado, al que descubrió en el suelo con un virote de ballesta clavado en la espalda.

      —Quizá puedas sobrevivir a una pelea contra varios oponentes, pero me pregunto cuánto tiempo podrás esquivar la horca —sonó otra risa—. Asesinar a un miembro del Consejo no está bien, Garrett.

      —Voy a matarte, Gunthar —apretaba los puños con rabia.

      —¿Todavía estás con esas? Creo que me moriría de aburrimiento si esperase a que lo hicieras. Lo siento, Garrett, pero me temo que esto sí que es una despedida. Acuérdate de mí cuando te vayan a ejecutar.

      La voz cesó de repente, y el silencio volvió a reinar en el patio. Otra voz en forma de eco susurrante apareció en la cabeza de Garrett:

      —Será mejor irse cuanto antes…

      Garrett miró el cuerpo del consejero asesinado.

      —Sí, será lo mejor.

      Garrett desistió en la búsqueda de Gunthar y se dispuso a salir del patio, pero en la entrada acababa de aparecer un guardia con una antorcha en la mano. El ruido lo había acercado allí mientras patrullaba. El guardia, que bloqueaba el paso de la salida, observó a Garrett, y luego al cuerpo tendido en el suelo, y, después de apartarse los mechones de pelo de los ojos, dedicó a Garrett una mirada incriminatoria.

      —Créeme —comenzó Garrett—, yo soy el bueno en todo esto.

      —Me cuesta confiar en un hombre que se afana tanto en ocultar su identidad —Teren desenvainó el arma, tratando de mantener un pulso firme que disimulara su nerviosismo.

      Garrett suspiró.

      —Tú lo has querido.

      Llevó despacio la mano a la empuñadura de la espada.

      —Sin sangre, Garrett… No lo empeores... Apártalo de la salida y vete...

      Y, como si estuviera de acuerdo, Garrett retiró la mano con la misma tranquilidad.

      —No sabía que el cuerpo de la guardia aceptara niños entre sus filas —provocó Garrett mientras analizaba al guardia con atención—. ¿Qué te han prometido a ti? ¿Dinero?, ¿poder?

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