El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez
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Название: El Errante I. El despertar de la discordia

Автор: David Gallego Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418230387

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СКАЧАТЬ instalada una barra de madera que recorría toda la habitación, donde un hombre entrado en años y con los ojos hundidos bajo unas cejas pobladas limpiaba unas jarras.

      A esas horas de la mañana, la mayoría de los habitantes de Lignum seguían ocupados con sus respectivos trabajos, por lo que apenas había personas en la posada cuando Garrett apareció. El posadero lo observó mientras se sentaba en una mesa que había en un rincón, cerca de la puerta.

      Poco después, a la mesa acudió una chica joven con una sonrisa radiante, con un plato de guiso de ternera, y se lo sirvió a Garrett sin mediar palabra. Aunque pasaba pocas veces por allí, Garrett siempre pedía lo mismo, por lo que llegó el punto en que le servían sin necesidad de preguntarle.

      La chica que le había servido la comida se llamaba Lis, una muchacha que había comenzado a convertirse en mujer. El pelo, de una tonalidad dorada, lo llevaba recogido en una cuidada trenza que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Era amable con todos los que pasaban por la posada, pero también era capaz de ser estricta con ellos cuando bebían más de la cuenta, y todos allí la respetaban, aunque fuese tan joven. O, al menos, así solía ser.

      Aquel día un grupo de tres hombres escandalosos ocupaba una de las mesas. Reían a carcajadas y eructaban sin reparos, indiferentes al desprecio que se apreciaba en las miradas de los demás presentes hacia ellos. Por su manera de comportarse, no parecían ser de allí. Garrett les dedicó una mirada, pero sin dejar de devorar la comida en ningún momento.

      —¡Oye, moza, tráenos más vino! —gritó uno de ellos.

      Lis no parecía cómoda teniendo que atenderlos, pero lo hacía diligentemente, con la esperanza de que se marcharan pronto. Se acercó a la mesa con otra jarra de vino y comenzó a servirlo. Mientras, uno de los hombres le subió la mano por una de las pantorrillas. Lis se sintió avergonzada, pero no supo cómo reaccionar, así que no dijo nada cuando el hombre llegó a la nalga. Solo deseaba que desaparecieran y no regresaran nunca.

      Garrett, aun ocupado con la comida, no les quitaba el ojo de encima a los hombres ni se perdía un solo detalle, como la mano juguetona de uno de ellos. Lis se retiró de la mesa, pero el hombre que había empezado a tocarla, moreno y con el pelo recogido en una coleta corta, la apresó por la muñeca.

      —Ven aquí, muchacha. No me dejes así.

      —Por favor, señor, suélteme —Lis comenzaba a preocuparse. Nunca le había ocurrido algo semejante.

      —Qué educada —bajó el tono de voz—. ¿También eres así en la cama?

      Lis estaba cada vez más nerviosa. Consiguió liberar su muñeca y se alejó de la mesa, pero el hombre, que no esperaba encontrar resistencia, la siguió. El posadero dejó las jarras para intervenir.

      —Déjala —se puso delante del hombre con la mano en alto.

      —Aparta, viejo —agarró al posadero con ambas manos y lo empujó con fuerza—. Oye, perra, ¿qué estás haciendo?

      Lis estaba asustada frente a la actitud tan agresiva del hombre. Los otros dos observaban la escena mientras bebían.

      —Señor, por favor, déjeme en paz —Lis no era capaz de mirarlo a los ojos.

      —Venga, cielo, ¿no quieres divertirte? Lo pasaremos bien —notó una mano que le atenazó el hombro de repente—. Viejo, ya te he dicho que no te metas.

      Pero la sorpresa del hombre fue enorme cuando, al darse la vuelta, recibió un puñetazo en la nariz que lo tiró al suelo. Garrett se sacudió la mano. Los otros dos, que tardaron en reaccionar por la cantidad de vino que llevaban encima, se levantaron de su sitio, desafiantes.

      —¿Le damos una paliza, Reimus?

      Reimus levantó una mano para calmarlos mientras se llevaba la otra a la nariz, de donde comenzaba a brotar sangre. Sus compañeros se acercaron a él y lo ayudaron a levantarse.

      —Esto no se ha acabado —dijo señalando con el dedo a Garrett, que permanecía impasible—. Salgamos de aquí, muchachos.

      Nadie abrió la boca mientras los alborotadores se dirigían a la puerta, gruñendo y murmurando.

      —¿Estás bien? —preguntó Garrett en cuanto se hubieron ido.

      Lis asintió, todavía asustada e incapaz de articular palabra. El posadero agradeció a Garrett su intervención.

      —Era necesario —dijo—. No me dejaban comer tranquilo.

      Capítulo 6

      Alveo era la ciudad más grande y la capital de la República de Rhydos. Estaba situada en el curso medio del río Antis, lo que proporcionaba abundantes terrenos fértiles en los alrededores para el cultivo. Fuera de las murallas de la ciudad era todo un conjunto de aspas de molinos y campos dorados donde los campesinos trabajaban cosechando el trigo bajo el sol apremiante del mediodía.

      El río Antis dividía la ciudad en dos partes, conectadas por numerosos puentes de piedra lo suficientemente amplios para permitir el tránsito de personas, caballos y carruajes. La ciudad estaba ligeramente en pendiente, y ese desnivel físico se había tomado como referencia para distribuir los distintos estamentos en la ciudad.

      La mayoría de las viviendas estaban en el distrito inferior, pertenecientes a los campesinos y a los comerciantes con poca riqueza. Era una zona donde las casas se colocaban con el único criterio de ocupar los espacios que estuvieran disponibles, y el suelo ni siquiera había llegado a adoquinarse, por lo que solía ser el distrito más sucio y polvoriento de los tres.

      Por encima estaba el distrito medio, que contenía la zona comercial, donde se encontraban la plaza del mercado, las calles de los artesanos y las distintas posadas y tabernas. El cuartel, la oficina del alguacil y los calabozos estaban ubicados también en ese distrito. Allí los edificios se distribuían con más orden, y el suelo de las calles ya era de piedra, aunque con algún que otro desperfecto.

      El distrito superior era el más reducido de los tres, y el más grandioso. Lo ocupaban las viviendas de los comerciantes más ricos y de las personas más inf luyentes, y el punto más alto estaba dominado por la Asamblea del Consejo, responsable del gobierno de Rhydos. En ese distrito también se encontraba una de las parroquias de la Capilla. El paisaje allí era un regalo para la vista, con fuentes labradas cada pocos pasos y zonas ajardinadas, y, en los espacios que quedaban libres entre unas edificaciones y otras, se habían formado patios interiores con abundante vegetación f lorida y bancos de piedra. Eran unos lugares que invitaban a los habitantes del distrito superior al descanso y a compartir veladas íntimas.

      En Alveo, a medida que descendía el río, también lo hacía la riqueza de los habitantes. A Teren se le había asignado patrullar el distrito superior. Vestía una cota de malla sobre la que llevaba el uniforme propio de la guardia de Alveo, un sobreveste de tela tintada de azul y amarillo, con el símbolo de cinco espigas de trigo colocadas en círculo sobre el corazón. Vigilaba las calles del distrito con una amplia sonrisa en la cara y una sensación de orgullo que le inundaba el cuerpo, mientras apretaba con fuerza la empuñadura de la espada que llevaba atada a la cintura, la misma que había pertenecido a su padre. Continuó con la patrulla, apartándose los rizos de los ojos cada poco tiempo.

      ***

      El estómago ya no le iba a conceder tregua. El chico deambulaba por las calles cercanas al mercado, con la esperanza de encontrar cualquier СКАЧАТЬ