El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez
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Название: El Errante I. El despertar de la discordia

Автор: David Gallego Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418230387

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Teren se erguía firme frente a una de las lápidas sencillas, en silencio y con el semblante serio, mientras contemplaba la inscripción: «Nilus Rendor, defensor de la justicia hasta el final». Cerró los dedos con fuerza alrededor de la empuñadura de la espada.

      —No te fallaré, padre.

      ***

      —No me mates, por favor.

      —Hace un momento tú has intentado matarme —Garrett se rascó la barbilla—, así que creo que lo justo es que yo hiciese lo mismo, ¿no te parece?

      Garrett agarraba por el cuello de la ropa con una mano a uno de los cuatro hombres, y en la otra tenía la daga con la que le había atacado. Los cuerpos sin vida de los otros tres yacían esparcidos por el camino.

      —Por favor, tengo familia —su expresión ref lejaba terror y angustia.

      —Oh, ¿y sabe tu mujer con qué te ganas la vida?

      El hombre no contestó.

      —Largo —dijo Garrett con desdén mientras lo empujaba—. Pero tu arma me la quedo yo. ¡Corre! ¡Y no te pares!

      El hombre obedeció sin dudar, y corrió tan rápido como se lo permitieron las piernas. Garrett jugueteaba con el arma, sonriente.

      —Sería muy aburrido matarte sin más —miró al caballo—. Apuesto a que puedo alcanzarlo.

      Dicho esto, arrojó la daga, que impactó en la espalda expuesta del corredor. Satisfecho al comprobar que no se levantaba, Garrett se dirigió hacia la montura.

      —Vámonos, Resacoso.

      El caballo cruzó la aldea al galope, levantando el polvo a su paso, y se detuvo junto a la cabaña de la colina. Garrett, una vez dentro, abrió el armario y descorrió el panel trasero falso, dejando al descubierto varios cinturones pequeños de cuero que alojaban numerosos cuchillos arrojadizos en ellos. Garrett se colocó uno en la cintura y otros dos sobre los hombros a modo de bandoleras, que se cruzaban en el pecho. Cuando terminó, extrajo la cinta roja del bolsillo y la sostuvo en la mano antes de apretarla en el puño y salir de la cabaña.

      El atardecer tocaba a su fin, y la noche comenzaba a adueñarse del día. Los habitantes de Lignum regresaban de los bosques en carros tirados por bueyes, con troncos apilados en ellos. Parecía que aquella iba a ser otra noche tranquila en la pequeña aldea familiar. Garrett contempló el ir y venir de los trabajadores a lomos de la montura durante unos segundos en los que no había más sonido que el rumor del viento a través de los árboles.

      —Parece que esta noche tampoco vamos a poder descansar —resopló—. No sé por qué me molesto.

      Capítulo 8

      Las nubes tapaban la luna, por lo que todo estaba sumido en la oscuridad. La ciudad había cesado su actividad por completo. Las calles estaban vacías, y las personas descansaban en sus viviendas o se entretenían en las tabernas, a excepción de los guardias asignados a las patrullas nocturnas, reconocibles por las antorchas que portaban.

      —Por supuesto que vendrá. Si algo sé de él, es que cuatro hombres no son suficientes para detenerlo. Pero no os preocupéis, no supondrá ninguna molestia.

      El chico se despertó cuando alguien pasó hablando cerca de donde estaba él, un hueco erosionado en la pared de un callejón poco frecuentado del distrito medio, en el que había improvisado una cama con un saco viejo lleno de tierra. Salió con cuidado de su escondrijo para no golpearse la cabeza, y después se estiró para desperezarse. Aún se sentía desorientado por el sueño del que acababa de despertar. Volvía a tener hambre, pero aún conservaba un muslo de pollo asado apenas roído que había conseguido arrebatarle a un perro tras pelearse con él.

      No le llevó mucho tiempo arrancar los pocos trozos de carne que quedaban en el hueso. Una vez terminado, se lamió los dedos para conservar más tiempo el sabor en la boca, y tiró los restos en un lado del callejón. Era de noche y hacía frío, pero no se veía capaz de seguir durmiendo hasta el amanecer. Todavía tenía hambre, pero sabía que a esas horas de la noche no podría conseguir nada sin colarse en algún edificio, una idea que no le resultaba agradable por el riesgo que conllevaba.

      Comenzó a caminar por las calles sin rumbo fijo, arrastrando la mano por las paredes rugosas de los edificios y esquivando a los guardias, por temor de que aún tuvieran la intención de dar con él por el alboroto de la mañana.

      Se detuvo en uno de los puentes, el mismo en el que se había parado esa mañana. Observaba la corriente del río con la mirada perdida y con la cabeza en otro lugar. Recordó la persecución de esa mañana y cómo había salido airoso al final. Se sintió afortunado de que aquella chica no lo delatara. Y entonces, una idea vino a él. Miró hacia el final de la calle, que conducía al distrito superior. Comenzó a caminar, con la casa de las enredaderas en la fachada en mente.

      ***

      Teren ascendió la calle principal del distrito superior por segunda vez. Ya había recorrido todas las calles del distrito y se disponía a hacerlo una vez más, y así hasta el final del turno, tras el que lo esperaba un merecido descanso en una cama caliente. Ansiaba que llegara ese momento: le pesaban los párpados, estaba cansado y comenzaba a tener frío. El poco calor que desprendía el fuego de la antorcha apenas le calentaba la cara. A pesar de todo, continuaba con la patrulla, alerta en todo momento, acercando la fuente de luz a cualquier lugar oscuro que mereciese la pena comprobar.

      Se había convertido en una tarea monótona, por lo que Teren comenzó a fantasear sobre peleas contra bandidos y criminales en las que resultaba victorioso con unas pocas f lorituras. Visualizaba cada movimiento con lujo de detalles, recordando alguna de las lecciones que había recibido en su entrenamiento como miembro de la guardia. Todavía no se había visto envuelto en un combate real, pero se creía capaz de desenvolverse con facilidad cuando llegara el momento. Siempre se había manejado bien con la espada desde que su padre comenzara a entrenarlo cuando era pequeño.

      Estaba cada vez más absorto en las peleas y las victorias imaginarias, por lo que apenas prestaba atención al entorno, hasta que un ruido cercano lo arrancó de sus fantasías. Desenvainó la espada.

      —¿Quién va? —dijo con voz sobresaltada.

      ***

      El chico se masajeaba los dedos del pie mientras apretaba los dientes y contenía las ganas de gritar. Debido a la escasa visibilidad, había tropezado con una pila de cajas, lo que provocó que algunas cayeran y produjeran un ruido seco sobre el suelo empedrado. Abandonó con rapidez ese lugar sin apartarse de las sombras, pendiente del guardia que rondaba por allí y al que acababa de alertar, y que ya se acercaba a su posición espada en mano.

      Pronto se halló frente a la fachada del edificio que buscaba, desde donde comprobó que la habitación de la segunda planta que daba al balcón estaba ligeramente iluminada. La puerta principal estaba cerrada, y las ventanas de la fachada no se podían abrir. La única forma de entrar por ellas sería rompiendo los cristales, una solución que solo daría problemas, así que se entretuvo en buscar otra forma de entrar.

      En la parte trasera de la vivienda encontró una puerta metálica en un muro alto y sólido de piedra, por la que se accedía a un pequeño patio trasero en el que, aparte de una mesa con dos sillas y una jardinera con algunas f lores, no había nada más. La entrada requería de una llave, pero, para sorpresa del muchacho, ya СКАЧАТЬ