El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez
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Название: El Errante I. El despertar de la discordia

Автор: David Gallego Martínez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418230387

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Al igual que en la calle, el interior de la vivienda estaba en una calma silenciosa. Comenzó a distinguir algunos de los objetos del interior en cuanto los ojos se acostumbraron a la oscuridad reinante. Estaba en un pasillo corto y estrecho, con una pequeña mesa a un lado, que daba a lo que parecía un salón. Todo el suelo estaba cubierto con una alfombra tupida, cálida al contacto con los pies casi descalzos. Las paredes estaban cubiertas con láminas de madera, y en ellas colgaban algunos cuadros con pinturas apenas apreciables. Entre el final del pasillo y el umbral del salón estaba el pie de las escaleras y, junto a él, una masa oscura tendida en el suelo. El chico se acercó para averiguar de qué se trataba, y de repente el tacto de la alfombra se confundió con otro más caliente, pegajoso y viscoso.

      Cuando estuvo al lado de la figura, se arrodilló para examinarla mejor: muchas arrugas en la cara y poco pelo en la cabeza, una nariz aguileña entre dos ojos pequeños y un gesto inexpresivo. La figura resultó ser un hombre, probablemente un criado, a juzgar por su ropa sencilla, limpia y cuidada. Apoyó la mano derecha en el pecho del hombre, donde una mancha oscura le ocupaba la mayor parte, pero la retiró al sentir el mismo tacto que en los pies: sangre. El chico se asustó al comprobar que aquel hombre había sido asesinado. Comenzó a sentir mucho miedo, pero no por él. Sin pararse a mirar nada más de la casa, subió las escaleras, marcando la huella de los pies con la sangre que acababa de pisar.

      La primera planta, como la planta baja, no presentaba un aspecto fuera de lo normal. Todo parecía estar en orden. Quienquiera que hubiese estado allí, no buscaba dinero ni riquezas. Alcanzó la segunda planta después de tropezar con algunos escalones debido a la prisa que llevaba. Volvía a estar en un pasillo, esta vez más largo y estrecho, f lanqueado por varias puertas cerradas. Su objetivo era la habitación iluminada que había visto desde el exterior.

      Pero, antes de poder avanzar, se encontró con la silueta de un hombre que apenas pudo distinguir en la oscuridad. El hombre se percató de su aparición y se giró hacia él. El chico retrocedió un par de pasos con un sudor frío que le caía por la espalda mientras la silueta daba un paso en su dirección. El segundo paso no llegó a darlo, debido a otra silueta aparecida de la nada que lo embistió a la altura de la cintura. Las dos figuras chocaron con una cómoda, de la que cayó un jarrón que estalló al tocar el suelo, y después se enzarzaron en una contienda personal. El chico no se entretuvo en mirar la pelea y corrió pasillo adentro para refugiarse en la primera habitación que encontró.

      La alcoba estaba en penumbra, alumbrada escasamente por el fuego de una chimenea. Era una estancia con unas dimensiones reducidas en la que había una cama individual adornada con un ostentoso cabecero de madera oscura, y una mesa y una silla del mismo tipo de madera. Junto a la chimenea, había una chica sentada en el suelo que sostenía un libro entre las manos, y cuya mirada ref lejaba más desconcierto que temor.

      —¿Cómo has entrado? —preguntó sin pensar ante la irrupción. Pero, después de examinarlo de arriba abajo, la chica cambió el gesto alterado por una sonrisa ligeramente maliciosa—. Si es el ladrón alborotador. ¿Has venido a robar y destrozar mi casa también?

      Él se quedó en silencio, tratando de encontrar las palabras para contestar, pero no parecía tener suerte en la tarea. Era incapaz de hacer otra cosa más que mirarla. Tenía el pulso acelerado, aunque no sabría decir si era por verla a ella o por el conf licto del que huía y que lo había llevado a la habitación. Otro destrozo sonó en el pasillo.

      —Ven. Corre —el chico señaló el hueco bajo la cama con una mano mientras se acercaba a él y hacía señas con la otra.

      La joven no se movió del sitio. Únicamente le dedicó una mirada con una ceja levantada.

      —Hay un hombre muerto ahí abajo, y ahí fuera hay dos personas peleando. Por favor, ven y métete debajo.

      —¿Esperas que me lo crea?

      Más alboroto procedente de fuera. El chico apretó lo dientes y masculló una maldición antes de acercarse a la chica, agarrarla por el brazo y obligarla a tumbarse bajo la cama. Curiosamente, la chica no se resistió.

      —¿Así que esta es tu forma de acercarte a las mujeres? —dijo ella cuando estuvieron los dos bajo la cama—. Dime, ¿te ha funcionado alguna vez antes?

      Él la miró con gesto arrugado. La tenía sorprendentemente cerca. El pulso se le aceleró más. Ya sabía por qué era.

      —¿De qué hablas?

      —Quizá con alguna campesina sucia, pero conmigo no te funcionará.

      —Te equivocas, de verdad que hay alguien ahí fuera.

      —¿Ah, sí? ¿Y qué haces en mi casa, para empezar?

      El chico sintió cómo le subía la sangre a las mejillas. Suerte que la oscuridad bajo la cama escondiera el rubor.

      —Yo…

      —No me lo digas, ¿te has enamorado de mí solo con verme una vez?

      Él no supo qué responder, de modo que ella tomó el silencio como una afirmación. Se echó a reír.

      —Qué infantil —dijo entre risas—. Qué básicos sois los hombres.

      Pero su carcajada fue interrumpida cuando la puerta se abrió de golpe y un hombre entró de espaldas a ras del suelo, como si algo lo hubiera empujado con fuerza. Llevaba una vestimenta f lexible y ajustada al cuerpo que le dejaba los brazos expuestos, y una media máscara metálica, un poco más grande que un antifaz, le cubría la cara. Cuando se levantó, en el umbral de la puerta apareció otro hombre, que se cubría la cabeza por completo a excepción de los ojos. Ambos portaban una espada, pero ninguno la había desenvainado aún.

      —¿Secuestrar niños? No esperaba que cayeras tan bajo.

      El chico, sorprendido al escuchar aquel tono familiar, se asomó para reconocer al jinete que lo había salvado en el bosque la noche anterior.

      —Nunca le hago ascos a un trabajo si la paga es buena.

      Los hombres hablaron mientras se propinaban puñetazos, golpes y patadas. Los dos se movían con destreza y atacaban con agresividad, pero la mayoría de los golpes eran bloqueados. Ambos luchadores parecían estar muy igualados en cuanto a sus condiciones para el combate. Llegó un momento de la confrontación en que los dos desenvainaron las armas, y los metales empezaron a intercambiar opiniones, y, al igual que había sucedido con los puños, las espadas tampoco alcanzaban los blancos. Costaría mucho declarar a un vencedor en aquella pelea.

      ***

      En cuanto se fueron todos los clientes, Lis se puso a limpiar y a recoger las mesas, ayudada por Thomas, el hijo de uno de los leñadores de la aldea que comenzaba a seguir los pasos de su padre, y que aprovechaba cada vez que Lis estaba distraída para observarla.

      —Gracias por ayudarme, pero puedo encargarme yo si estás cansado.

      —Tranquila —dijo con una sonrisa—, no es ninguna molestia.

      La verdad es que sí estaba cansado, pero esos ratos eran los únicos en los que podía verla. Cuando eran niños pasaron mucho tiempo juntos, pero había comenzado a trabajar recientemente en el aserradero, lo que no le permitía estar con ella tanto como quisiera.

      Thomas estaba absorto en esos pensamientos cuando alguien llamó a la puerta. No era habitual que apareciese gente por allí a esas altas horas de la noche, СКАЧАТЬ