Los santos y la enfermedad. Francisco Javier de la Torre Díaz
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Название: Los santos y la enfermedad

Автор: Francisco Javier de la Torre Díaz

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788428835091

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СКАЧАТЬ enfermedad del espíritu que consiste en vivir en la «ilusión» y no en la verdad, en los capítulos tercero y cuarto salí al paso de distintos males vinculados al cuerpo. El capítulo quinto es resultado de haber diagnosticado un nuevo mal en el espíritu humano, cuya específica sintomatología se manifestaba en las relaciones interhumanas 90.

      De hecho, la salud es el tema central del capítulo 3, que está dentro de mi visión global sobre la salud, como hemos visto. Escribí sobre la salud del cuerpo y la salud física –la valetudo– o también la falta de ella. La misma Regla ofrece tres categorías de servidor de Dios:

      1) los que gozan de buena salud;

      2) los que, sin estar enfermos, son débiles;

      3) los que propiamente se hallan enfermos.

      Asimismo, subrayé la importancia del enfermo y los débiles de la comunidad. Para reconducir la vida de los hermanos enfermos expuse la necesidad de recuperar la salud. El plan era individual y no comunitario. Lo que buscaba promover era la justa relación interna del hombre, más que la externa. Hablé sobre la salud, que es solo la cara luminosa de la otra realidad sombría que es la enfermedad 91.

      Para mí, la salud está dentro de un plan unitario: amar a Dios y amarse a sí mismo como al prójimo. En este amor a sí mismo se manifiesta mantener la salud o evitar la enfermedad tanto del cuerpo como del alma 92. Reflexioné sobre la salud y la enfermedad en la Regla. Es que, para mí, «el monasterio refleja la composición sociológica de la sociedad, pero a un nivel más simple» 93. Y por tanto la importancia de la salud en el monasterio significa la importancia de la salud y la enfermedad en la sociedad.

      Con respecto a los enfermos, observé que su cuerpo no resistía la única comida de los días de ayuno 94. Y, por tanto, no solo son infirmi (débiles), sino que también están «más delicados». Por tanto, hay diferencia entre los débiles (infirmi) y los enfermos (aegrotes), ya que los fuertes son los que gozan de buena salud. La debilidad puede ser debida a un anterior tenor de vida 95. Por tanto, la medicación adecuada para la ingestión de alimentos es el descanso (dormir) y el vestido, ya que no todos sufren con la misma intensidad, y es necesario un trato alimentario diferente 96.

      Hablé sobre la aegritudo (enfermedad). «A consecuencia del pecado original, el hombre perdió la salud de que había gozado hasta entonces; una de las manifestaciones de la enfermedad natural en que se vio envuelto es el hambre y la sed, para las que es medicación adecuada el alimento y la bebida» 97. Desde la sabiduría popular recogí el dicho: «Unos comen para vivir, otros viven para comer» 98. Reflexioné cómo el comer sin parar acaba en enfermedad 99, además de que la falta de templanza acaba en enfermedad 100. Será importante la conveniencia de que el enfermo reduzca la ingestión de alimentos para no empeorar 101.

      El trato cuidadoso durante el período de convalecencia fue mirar las situaciones personales. Después de la enfermedad, el período de convalecencia es considerado como debilidad (infirmitas). Por tanto, no hay tratamiento específico, sino que «se dé al convaleciente un trato que le lleve a restablecerse cuanto antes» 102. La evolución positiva lleva a la recuperación.

      Mientras el capítulo 3 está centrado en el enfermo mismo, el capítulo 5 contempla la responsabilidad de la comunidad frente al enfermo 103. Hablé sobre el trato que ha de darse al enfermo, pero no establecí la clara distinción de los tres estadios contemplados, que son la enfermedad, la convalecencia y la robustez 104.

      Existe distinción entre el aspecto físico del cuidado de la salud y el aspecto moral de la represión de la concupiscencia. La concupiscencia tiende por sí misma al abuso, el abuso daña la salud y la falta de salud daña a la integridad 105.

      En la vida eterna, la salud es plena y, por tanto, «el presente está entendido como enfermedad» 106. «Lo que todavía no ve lo espera con paciencia. Y lo que espera es la salud del cuerpo, pues a eso se refiere la redención del cuerpo. Lo que aún se espera implica que lo que ahora llamamos salud no es propiamente tal. El hombre no puede considerarse sano mientras sufra el hambre, la sed y el cansancio. Si no les aplica el remedio, esto es, el alimento, la bebida y el sueño respectivamente, esos males le conducen a la muerte. Solo podrá hacerse de salud cuando se pueda vivir sin tales remedios» 107. La enfermedad, por su propia naturaleza, acarrea degeneración 108.

      El pasado remite al momento previo al pecado de Adán en que la salud era plena, aunque no definitiva. El presente se caracteriza por la falta de esa salud plena. La enfermedad radical que arrastra el hombre consigo es la de la mortalidad, que tiene por satélites el hambre, la sed y el cansancio […] el futuro apunta a la salud plena y definitiva 109.

      En síntesis, los textos agustinianos sobre la salud tienen este formato de una curva de arriba abajo y de abajo arriba 110.

      a) Salud

      b) Pecado.

      c) Enfermedad.

      d) Medicación.

      e) Abuso.

      f) Efectos.

      g) Remedio.

      h) Modelo.

      i) Salud.

      En los siervos de Dios que se hallan enfermos, su enfermedad no es natural, fruto del pecado de Adán, sino más bien fruto de ella 111. «La enfermedad natural se supera, aunque de forma provisional, aplicando la medicación también natural del alimento, vestido, descanso» 112. Además, para los síntomas diferentes hay que reclamar tratamientos específicos 113.

      En el capítulo 5 de la Regla hablé además del oficio de enfermero 114, pues, «cuando por razones de salud alguien necesite una dieta especial, no debe solicitarla él mismo, sino otro, encargado a tal efecto» 115. Al mismo tiempo, «el siervo de Dios que no goza de buena salud ha de renunciar a su criterio en cuanto a lo que ha de tomar de la despensa en favor del criterio del enfermero» 116.

      Además es responsabilidad del médico 117 –lo que conlleva aceptar los criterios de los demás 118– decidir si un siervo de Dios que se encuentre débil ha de ir o no a los baños, tanto si el paciente lo rechaza como si lo ansía. Lo mismo es el médico quien va a decidir cuándo existe un dolor sin lesión visible en el cuerpo 119. Por tanto, hay que anteponer el criterio del médico y obedecerle cuanto ordene. «El precepto de obedecer sin murmurar al médico brinda la oportunidad, en un caso, para exponer los efectos negativos de la murmuración, signo de desunión y cuya ausencia es un aspecto del amor, y, en otro, para introducir cuál ha de ser la recta relación con el médico. Haciendo una aplicación para el presente, se ofrece el criterio siempre válido: cuidar la salud» 120.

      Además está fijada una doble directriz. La primera, referida al hecho de la enfermedad: se ha de creer al siervo de Dios que afirma sufrir alguna dolencia; la segunda, referente al tratamiento adecuado: si existe duda respecto de la eficacia del que solicita el paciente, se ha de consultar al médico 121, pues «el médico representa una instancia de objetividad» 122.

      Uno podía asistir a los baños únicamente en bien de la salud. Y esto no para recuperarla, cuando el siervo de Dios está enfermo, sino para robustecerla cuando aún se halla convaleciente. Y por tanto deje en manos de la ciencia médica fijar cuándo ha de tomarse, y sin rechistar a sus prescripciones 123.

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