Название: Los santos y la enfermedad
Автор: Francisco Javier de la Torre Díaz
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788428835091
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En el 411, en una carta a Albina, Piniano y Melania, ofrecí excusas por mi ausencia, y es que, «o por mi estado de salud o por mi complexión», no podía tolerar el frío, aunque habían venido de tan lejos solo para visitarnos 27. La humedad, a causa del clima costero de Hipona, penetraba en mis huesos.
En la primavera del 414, ya a los de 60 años, tuve que excusarme de asistir a asambleas. Decía a Ceciliano que yo no podía sobrellevar tanto peso, pues, aparte de mi propia debilidad, notoria para todos los que me conocían íntimamente, se me había echado encima la vejez, enfermedad común del género humano 28.
Ya cerca de la Navidad del 425 29 aludí a mis achaques en un sermón en Hipona. En aquel momento dije que
mucho he hablado; disculpad esta vejez locuaz, pero tímida y débil. Como veis, los años me acaban de hacer anciano, más por la debilidad de mi cuerpo desde hace ya tiempo. De todos modos, si Dios quiere y me da fuerzas, no os defraudaré en lo que os he dicho. Orad por mí para que, mientras el alma more en este cuerpo y tenga fuerzas, muchas o pocas, pueda serviros en la palabra de Dios 30.
Como había dicho unos quince años antes 31 en otro sermón, que pudiera ser una buena descripción mía: «Uno es hombre: nace, crece, envejece. Múltiples son los achaques de la vejez: aparecen la tos, las flemas, las legañas, la angustia y la fatiga. Así pues, envejece el hombre y se cubre de achaques; envejece el mundo y se cubre de tribulaciones» 32.
La cuestión de la voz siempre me ha dado algunos problemas. Hablé mucho y dicté muchas obras sin cansarme. Recuerdo un hecho en relación con mi voz, en el 426, durante la designación de mi sucesor en la cátedra de Hipona 33, cuando tuve que parar al menos seis veces para que la gente se callase y se mantuviese en sumo silencio antes de hablar y pronunciar unas palabras.
Cerca del final de mi vida, en el tercer mes del asedio de mi ciudad, enfermé con unas fiebres 34, además de que la enfermedad de la vejez estaba más presente. Tenemos todo el escenario desde la perspectiva de mi amigo Posidio en la biografía sobre mí:
Así lo hizo él en su última enfermedad, de la que murió, porque mandó copiar para sí los Salmos de David que llaman de penitencia, los cuales son muy pocos, y poniendo los cuadernos en la pared, ante los ojos, día y noche, el santo enfermo los miraba y leía, llorando copiosamente; y para que nadie le distrajera de su ocupación, unos diez días antes de morir nos pidió en nuestra presencia que nadie entrase a verle fuera de las horas en que le visitaban los médicos o se le llevaba la refección. Se cumplió su deseo, y todo aquel tiempo lo dedicaba a la plegaria. Hasta su postrera enfermedad predicó ininterrumpidamente la palabra de Dios en la iglesia con alegría y fortaleza, con mente lúcida y sano consejo. Y al fin, conservando íntegros los miembros corporales, sin perder ni la vista ni el oído, asistido por nosotros, que lo veíamos y orábamos con él, se durmió con sus padres, disfrutando aún de buena vejez 35.
b) Mi visión sobre el tema del cuerpo
Fui elaborando mi filosofía sobre el tema a medida que iba viviendo mi vida 36. Notaba que «el cuerpo es un instrumento imperfecto y, en cuanto ocasión de error, carga pesada para el alma» 37. Al mismo tiempo, «del cuerpo recibe el alma la verdad, pero también le sirve de ocasión de engaño» 38. El orden jerárquico que establecí fue siempre el mismo: Dios, alma, cuerpo 39. El valor del cuerpo es como el de un compañero integral del alma. Hay una unidad esencial del cuerpo y del alma, y no desprecio hacia el cuerpo, pues la resurrección del cuerpo significa que la carne será restaurada 40: «Para que no temáis ni siquiera perder un cabello de vuestra cabeza, sabed que yo [el alma] resucito íntegramente en la carne» 41. Por tanto, «la salud perfecta del cuerpo será la final inmortalidad de todo el hombre» 42.
c) Mi visión sobre el tema de la salud
El tema de la salud me gustaba mucho 43, como una afición, ya que yo había estado enfermo varias veces y entendía mejor el sufrimiento por el que pasaba la gente. La salud es un bien necesario 44, un «bien natural» 45, una «cosa de este mundo» 46, un bien enlazado con la vida 47 y, por tanto, un valor en sí mismo 48 y al servicio de otros valores 49. Asimismo, «en atención a la salud se requiere alimento y abrigo y, en caso de enfermedad, medicina» 50. Nunca uno toma la salud por asumida:
Quizá diga alguien: «¿Cómo puede suceder que no engendre cansancio el repetir siempre lo mismo?». Si consigo mostrarte algo en esta vida que nunca llega a cansar, has de creer que allí todo será así. Se cansa uno de un alimento, de una bebida, de un espectáculo; se cansa uno de esto y aquello, pero nunca se cansó nadie de la salud. Así pues, como aquí, en esta carne mortal y frágil, en medio del tedio originado por la pesantez del cuerpo, nunca ha podido darse que alguien se cansara de la salud, de idéntica manera tampoco allí producirá cansancio la caridad, la inmortalidad o la eternidad 51.
Pero, a la vez, toda «nuestra vida no es otra cosa que una enfermedad, y una larga vida no es otra cosa que una larga enfermedad» 52. También «la enfermedad del cuerpo tiene su fuente en el hecho de que el cuerpo es una entidad material mudable, compuesta de muchas partes que tienen tendencia natural a separarse» 53. Y, por tanto, es un tema que toca el corazón, como decía en un sermón:
Ved, hermanos, cómo, en beneficio de la salud temporal, se suplica al médico; cómo, si alguien enferma hasta perder la esperanza de continuar con vida, ¿acaso se avergüenza, acaso siente reparos en arrojarse a los pies de un médico muy cualificado y lavar con lágrimas sus huellas? Y si el médico le dice: «A no ser que te ate, te queme, te saje, no podrás curar», ¿qué responderá? «Haz lo que quieras con tal de que me cures». ¡Con qué ardor desea una salud efímera, de unos pocos días! Por ella acepta ser atado, sajado, cauterizado, custodiado para que no coma lo que le agrada, no beba lo que le apetece, ni siquiera cuando le apetece. Lo sufre todo para morir más tarde, ¡y no quiere sufrir un poco para nunca morir! Si te dijera Dios, que es el médico celeste por encima de nosotros: «¿Quieres sanar?», ¿qué le dirías tú sino: «Quiero»? Quizá no lo dices porque te crees sano, siendo esta tu peor enfermedad 54.
Así pues, ponemos la confianza en un médico si queremos curación, y de igual modo confiamos en Dios si deseamos la salud espiritual.
Ayudé a construir un hospital, con la ayuda también de la gente, como dije en un sermón, alrededor de 426: «El hospital cuya construcción estaba prevista, lo veis ya terminado. Yo se lo impuse, yo se lo ordené. Él me obedeció de muy buena gana, y, como veis, es ya una realidad» 55.
En mi última enfermedad, la gente se acercó, y rodeaban mi lecho muy respetables personas 56, y también para pedir sanación en este final de mi vida, como narró bien Posidio,
un hombre se acercó a su lecho con un enfermo, rogándole le impusiera las manos para curarlo. Le respondió que, si tuviera el don de las curaciones, primeramente lo emplearía en su [propio] provecho. El hombre añadió que había tenido una visión en sueños y le habían dicho: «Vete al obispo Agustín para que te imponga las manos y serás sano». Al informarse de esto, luego cumplió su deseo e hizo el Señor que aquel enfermo al punto partiese de allí ya sano 57. СКАЧАТЬ