Los santos y la enfermedad. Francisco Javier de la Torre Díaz
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Название: Los santos y la enfermedad

Автор: Francisco Javier de la Torre Díaz

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия:

isbn: 9788428835091

isbn:

СКАЧАТЬ une stratégie de communion. Roma, Institutum Patristicum Augustinianum, 1992.

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      RADDE-GALLWITZ, A., Basil of Caesarea, a Guide to his Life and Doctrine. Eugene, Cascade, 2012.

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      SAN AGUSTÍN ENFERMO Y SU EXPERIENCIA SALUDABLE

      DAVID CORTIS, OSA

      Facultad de Teología

      Universidad de Malta

      1. Introducción

      La película The Doctor («El doctor»), de 1991, cuenta la historia de un cirujano de corazón, egocéntrico y distante, que trata a sus pacientes como números de una lista. Pero, en un momento determinado, él mismo se pone enfermo y se disgusta mucho cuando le tratan como un mero paciente. Por tanto, voy a intentar demostrar cómo la experiencia de la enfermedad en alguien puede cambiar la manera de hablar sobre ella. Lo haré a través de san Agustín. Dejaremos que san Agustín nos narre en primera persona 1 su experiencia como enfermo, su visión sobre el cuerpo y el tema de la salud, la medicina, sus experiencias con los médicos y los aspectos teológicos de estos temas.

      2. Mi experiencia como enfermo

      a) Un análisis médico desde mis escritos

      Tuve una salud bastante frágil 2, y aun así viví hasta los 76 años, que por aquella época eran muchos. Aparte de esto, gracias a Dios, era capaz de poner mi salud al servicio de los otros y, por tanto, tenía fuerza moral y psicológica 3. Con respecto a las enfermedades, mi apreciación tiene sus raíces en mi propia experiencia personal. Como conté en mis Confesiones, un libro de alabanza a Dios, «siendo aún niño fui preso repentinamente de un dolor de estómago que me abrasaba y me puso en trance de muerte» 4. Este cólico me produjo un intenso dolor que me duró un buen tiempo. La enfermedad fue lo suficientemente grave como para pensar en bautizarme –de modo especial mi madre, Mónica, alarmada por la violencia del ataque–, algo que entonces se retrasaba bastante tiempo. Pero, cuando vieron que me había curado rápido, no me administraron el bautismo. Pudo ser una sencilla indigestión ocasionada por aquellas frutas demasiado verdes que comí 5 u otra clase de enfermedad que no recuerdo. Tampoco sé si llamamos al médico o no. Por otro lado, en el juego era ambicioso y me esforzaba, por lo menos, en igualarme a los demás. Por tanto, siendo muchacho, era robusto 6.

      Esta no fue la última vez que estuve al borde de la muerte. De joven, en el año 383, cuando tenía 29 años, estaba en Roma como huésped de un maniqueo 7 y «fui recibido con el azote de una enfermedad corporal […] cargado con todas las maldades que había cometido contra ti [oh Dios], contra mí y contra el prójimo, además del pecado original, en el que todos morimos en Adán» 8. «Parecía que se trataba de una grave enfermedad de carácter infeccioso» 9. Pero, gracias a Dios, me restablecí y me salvé «en cuanto al cuerpo, para tener a quien dar después una mejor y más segura salud» 10.

      Cuando era joven, tenía miedo a los dolores, a la muerte y a la pérdida de mis amigos. En Los soliloquios escribí así:

      Agustín: A mi parecer, solo me turbarían tres cosas: el miedo a la pérdida de los amigos, el dolor y la muerte.

      Razón: Amas, pues, la vida en compañía de tus queridísimos amigos, y la buena salud, y la vida temporal del cuerpo, pues de lo contrario no temerías perderlas.

      Agustín: Confieso que es así 11.

      Tres años después, en el verano del 386, «debido al excesivo trabajo literario, había empezado a resentirse mi pulmón y a respirar con dificultad, acusando los dolores de pecho que estaba herido y a negárseme a emitir una voz clara y prolongada; me turbó algo al principio, por obligarme a dejar la carga de aquel magisterio casi por necesidad o, en caso de querer curar y convalecer, interrumpirlo ciertamente» 12. Tenía dolores en el pecho, dificultades respiratorias y debilidad en la voz. Por eso, en el otoño del 386, mi amigo Verecundo me ofreció hospitalidad en una casa en Cassiciacum, no muy lejos de Milán.

      Además de esto estaba atormentado «con un dolor de muelas», dolor de dientes, y «como arreciase tanto que no me dejase hablar, se me vino a la mente avisar a todos los míos presentes que orasen por mí» 13 ante el Señor, Dios de toda salud. No tenía ninguna fuerza para hablar y, por tanto, «escribí mi deseo en unas tablillas de cera y las di para que las leyeran. Luego, apenas doblamos la rodilla con suplicante afecto, huyó aquel dolor. ¡Y qué dolor! ¡Y cómo huyó! [...] Nunca desde mi primera edad había experimentado cosa semejante» 14.

      Poco tiempo después, cuando tenía 32 años, al terminar las vacaciones de la vendimia, anuncié a los estudiantes milaneses mi renuncia como profesor oficial de retórica por dos razones. Por una parte, había determinado consagrarme al servicio de Dios y, «por otra, no podía atender a aquella profesión por la dificultad de la respiración y el dolor de pecho» 15. El problema de la respiración y el dolor en el pecho continuaba, aunque nunca decía qué tipo de enfermedad en el pecho tuve 16.

      Los problemas de las infecciones, los problemas respiratorios y los problemas con la voz que tuve, los tres fueron importantes en mi profesión de retórico antes de convertirme a la Iglesia católica. Estos problemas de salud influyeron mucho cuando, cerca del año 397, escribí una regla para servir como referente a todos los religiosos.

      Alrededor del año 389 viajé desde Tagaste a Cartago, pero, como escribí en una carta 17 a Nebridio –un amigo íntimo mío, que murió a una edad precoz y que venía de una familia rica, lo cual no garantizaba la salud en mi mundo–, porque el trayecto no fue corto y además, con mi debilidad corporal, no podía hacer lo que quería. Entonces tomé la decisión de renunciar en absoluto a querer más de lo que podía 18.

      Hacia la mitad del año 397 estuve otra vez enfermo. Recuerdo que, en una carta 19 que escribí al hermano Profuturo por la muerte del primado Megalio, decía al inicio que había estado «bien por lo que toca al espíritu, cuanto place al Señor y según las fuerzas que se ha dignado infundirme; pero, en cuanto al cuerpo» 20, había estado en cama. Ni podía caminar, ni mantenerme en pie, ni sentarme, por la hinchazón y dolor de las hemorroides 21. Además, pedí que rogara por mí «para que utilice con temperancia los días y para que tolere con buen ánimo las noches» 22.

      En el año 410, a la edad de 56 años, me retiré a una villa en el campo, en las afueras de Hipona, a causa de СКАЧАТЬ