Название: Los santos y la enfermedad
Автор: Francisco Javier de la Torre Díaz
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788428835091
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Hablé sobre la doble función de la medicina, «curar las enfermedades y mantenernos en forma» 70, y, por tanto, de una función profiláctica, y otra curativa. «Unas son, en efecto, las prescripciones médicas para conservar la salud –se dan a los sanos para que no enfermen–, y otras las que reciben quienes ya están enfermos para que recuperen la salud que perdieron» 71. Defendí la noción de la medicina en términos de cualquier cosa que proteja o restablezca el bienestar del cuerpo 72.
Al mismo tiempo expuse los límites hasta donde puede llegar la ciencia médica: «Se dice que la medicina conoce la salud, pero no conoce las enfermedades, y, sin embargo, las enfermedades se diagnostican mediante las técnicas de la medicina» 73.
Comenté algo sobre el principio de totalidad y también sobre la función del médico con una comparación con Cristo, que «es médico y sabe que hay que amputar el miembro gangrenado, no sea que, a partir de él, se gangrenen otros. Se amputa un dedo porque es preferible tener un dedo menos a que se gangrene todo el cuerpo. Si de este modo hace un médico humano en virtud de su arte; si el arte de la medicina elimina alguna parte de los miembros para que no se gangrenen todos, ¿por qué Dios no va a amputar en los hombres lo que sabe que está gangrenado, para que alcancen la salud?» 74.
Sobre la relación entre médico y enfermo, después de una de mis enfermedades 75, di un ejemplo en un sermón:
Cuando un enfermo pide al médico lo que le gusta en un momento dado, y ha hecho venir al médico precisamente para que, mediante él, se le proporcione la sanidad, pues no hubo otra causa para hacer venir al médico sino lograr la salud. Y, por eso, si quizá le gustan las frutas, si le gustan las cosas frías, prefiere pedirlas al médico y no a su siervo. De hecho, para perjuicio de su salud puede ocultar su petición al médico y pedirlas al siervo; ciertamente, el siervo obedece al señor más a una señal de dominación que para remedio de la salud. En cambio, el enfermo prudente, que ama y aguarda su salud, elige pedir al médico eso mismo que le gusta en un momento dado, de forma que, negado por el médico, nada reciba a voluntad, sino que más bien crea a este en orden a la salud. Veis, pues, que aun cuando el médico no da algo al pedidor, no lo da precisamente para dar, pues precisamente para proporcionar útil sanidad no proporciona lo inmoderadamente querido 76.
Además, reflexioné sobre la confianza en las decisiones humanas de los médicos, y «¡cuántas cosas hacen los médicos contra la voluntad del enfermo y, sin embargo, no actúan contra la salud! Y si el médico se equivoca alguna vez, Dios nunca» 77. Además, en otro comentario valoré la relación médico-enfermo, donde «a veces el enfermo pide muchas cosas al médico que el médico no le concede. No le oye según su voluntad, sino según su salud. Pon a Dios como tu médico y pídele la salud del alma, y él será tu salvación; no como si fuera algo distinto de tu salvación; él mismo es tu salvación» 78. Y en otro lugar decía: «¡Cuántas cosas inconvenientes piden los enfermos a los médicos y cuántas les niegan los médicos por misericordia!» 79. También descubrí la importancia de la confianza en esas relaciones:
¿No ves cuánto soportan los hombres bajo las manos del médico, teniendo puesta la esperanza incierta en el hombre que promete? «Sanarás –dice el médico– si te hago un tajo». Lo dice un hombre y se lo dice a un hombre. El que lo dice no está seguro, ni tampoco el que lo escucha; porque lo dice al hombre quien no conoce al hombre, y no sabe con exactitud lo que se realiza en el hombre; y, sin embargo, el hombre cree las palabras del hombre que ignora, y con mucho, lo que se realiza en el hombre, y le somete sus miembros, y le permite vendarlos, y muchas veces que los saje y los cauterice. Quizá recobra la salud por algún tiempo, y, ya curado, no sabe cuándo ha de morir; si es que no muere mientras es curado; o quizá no puede ser curado. ¿A quién prometió Dios algo y le engañó? 80
Además expresaba: «Medicina picante, pero salutífera; tal era la que el médico aplicaba al enfermo. Bajo el efecto de la medicina, el enfermo suplicaba que el médico le quitase lo que le había dado; el médico no le hacía caso, y precisamente así atendía su deseo de curación» 81.
Asimismo, «¡cuánto tenemos que sufrir aquí, y nadie nos hace caso! [...] Sería cruel un médico que escuchase a alguien no tocando la herida y la infección» 82. Por tanto, el médico tiene que formular un tratamiento, como dije en un sermón:
Fijaos en un enfermo. Un enfermo que se odia en cuanto enfermo se odia como es: entonces comienza a ponerse de acuerdo con el médico. Porque también el médico le odia como es. De hecho, si le quiere sano, es porque le odia en su estado febril; y el médico persigue la fiebre para liberar al hombre. De igual modo son fiebres de tu alma la avaricia, la sensualidad, el odio, el deseo perverso, la lujuria, la frivolidad de los espectáculos; debes odiarlas junto con el médico. De esta manera vas de acuerdo con el médico, te apoyas en el médico y escuchas y haces con agrado lo que él te manda, y, cuando ya vayas recuperando la salud, comienza también a agradar lo que te prescribe. ¡Cuán insoportable resulta el alimento a los enfermos a la hora de comer! Juzgan peor la hora de la comida que la del acceso de fiebre. Y, no obstante, se ven obligados a ir de acuerdo con el médico, y, aunque de mala gana y por la fuerza, se vencen para tomar algo. ¿Con cuánta avidez aceptarán, cuando estén sanos, preceptos mayores de quien, estando enfermos, a duras penas aceptan los menores? Pero ¿de dónde proviene esto? De que odiaban a la fiebre y se habían puesto de acuerdo con el médico, y juntos, el médico y el enfermo, acosaban a la fiebre 83.
Narré también el hecho acaecido a «un hombre llamado Curma, pobre curial del municipio de Tulio, próximo a Hipona, que era magistrado de aquel lugar y sencillo labrador; cayó enfermo y, privado de los sentidos, estuvo acostado como muerto durante algunos días. Un levísimo soplo de nariz, que apenas se sentía al acercar la mano, era el pequeño indicio de que tenía vida, para no permitir que fuera enterrado exánime. No movía miembro alguno ni tomaba alimento» 84. ¡Qué susto!
En asuntos médicos, mi visión religiosa de la vida me inclina más a poner mi confianza en las manos de un médico divino que a buscar una cura a través de un médico humano 85. Aun en Soliloquios acepté el consejo de la razón de orar por la salud corporal y espiritual 86. Este tema de los médicos y la medicina fue una afición mía, que usaba también como base para comparar con Cristo Médico. Pero antes vamos a desarrollar mi propuesta comunitaria para el tema de la salud.
4. Mi propuesta comunitaria para el tema de la salud
Como ya dije, cerca del 397 escribí una Regla para servir como referente a todos los religiosos. En ella escribí también sobre la salud 87, de modo particular en el capítulo 3 de la misma Regla 88. De hecho, un СКАЧАТЬ