17 Instantes de una Primavera. Yulián Semiónov
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Название: 17 Instantes de una Primavera

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Expediciones

isbn: 9789874039255

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СКАЧАТЬ el cabello negro y ojos azules. Habla con acento berlinés, pero seguro que es de Sajonia».

      Stirlitz miró su reloj pasado de moda y pensó: «Ya hay que cambiarlo. Si este ‘Longines’ se adelantara o atrasara, podría adaptarme a ello; pero a veces se atrasa y otras se adelanta. Muy mal, no sirve para nada».

      —¿Qué hora es? —preguntó Stirlitz.

      —Cerca de las siete…

      Stirlitz sonrió: «Una niña feliz… Puede permitirse decir “cerca de las siete”. La gente más feliz de la tierra es la que puede manejar su tiempo sin temor a las consecuencias… Pero ella habla con acento berlinés, estoy seguro. Incluso con un poco del dialecto de Mecklemburgo…»

      Al oír el ruido del automóvil que se acercaba, gritó:

      —Niña, vete a ver quién ha llegado.

      Oyó el sonido de la puetra al abrirse. La muchacha se asomó al pequeño despacho donde él estaba sentado junto a la chimenea, y dijo:

      —Es un señor de la Policía.

      Stirlitz se levantó, se estiró y fue a la antesala. Allí estaba el Unterscharführer SS con una gran cesta en la mano.

      —Señor Standartenführer, su chofer ha enfermado y yo he venido a traerle su ración…

      —Gracias —dijo Stirlitz—. Póngala en el refrigerador. La muchacha le ayudará.

      No acompañó al Unterscharführer cuando abandonó la casa. No abrió los ojos hasta que la muchacha, que había vuelto al despacho silenciosamente, le dijo en voz baja desde la puerta:

      —Si Herr Stirlitz desea, puedo quedarme también por la noche.

      «Es la primera vez que la niña ve tanta comida —pensó—. Pobre niña».

      Stirlitz se estiró de nuevo y contestó:

      —No hace falta… Puedes coger la mitad del salchichón y el queso sin necesidad de eso…

      —Oh, no, Herr Stirlitz —contestó ella—. No es por la comida…

      —¿Estás enamorada, estás loca por mí? Sueñas con mi pelo canoso ¿verdad?

      —Los hombres canosos son los que más me gustan en el mundo…

      —Está bien, niña, seguiremos hablando de las canas… Después de que te cases. ¿Cómo te llamas?

      —Marie. Ya le dije: Marie.

      —Sí, sí, perdóname, Marie. María Magdalena. Todas vosotras, las pequeñas Marie, sois pecadoras ¿no? Coge el salchichón y deja de coquetear ¿Qué edad tienes?

      —Diecinueve.

      —Oh, una muchacha ya adulta ¿Hace mucho que llegaste de Sajonia?

      —Sí. Desde que mis padres se mudaron para acá.

      —Bien, Marie, vete a descansar. Temo que empezará el bombardeo y tendrás miedo de caminar cuando haya comenzado.

      La muchacha se fue. Stirlitz cubrió las ventanas con cortinas peladas para que no se vieran las luces y encendió la lámpara de mesa. Se agachó junto a la chimenea y notó de repente que los leños habían sido colocados precisamente como a él le gustaba: formando un pocito, y la corteza de abedul estaba lista en un rústico platillo azul.

      «No le hablé nunca de esto… O sí… Se lo dije. De todos modos la niña tiene memoria —pensó encendiendo la corteza—. Todos nosotros pensamos sobre los jóvenes como los maestros viejos. Visto desde fuera debe de ser muy ridículo. Yo mismo me he acostumbrado a considerarme un viejo: «cuarenta y cinco años…»

      Esperó a que el fuego empezara a lamer con avidez los leños de abedul, se acercó a la radio y la encendió. Era una emisora de Moscú: estaban transmitiendo viejas romanzas. Stirlitz recordó la vez que Goering les había dicho a sus hombres del estado mayor: «No es patriótico escuchar la radio enemiga, pero a veces me gustaría tanto oír las tonterías que dicen de nosotros». Entonces fue cuando Stirlitz comprendió que Goering era un cobarde estúpido: la información de que él escuchaba la radio enemiga provenía de sus criados y de su chofer, reclutado por Müller. Si el «Nazi número 2» trataba de fabricar su coartada de esta manera, expresaba así su cobardía y su total inseguridad en el día de mañana. Stirlitz pensaba que no valía la pena ocultar que se escucha la radio enemiga. Al contrario, debería simplemente comentar adecuadamente las transmisiones del enemigo, ridiculizarlas y hacer bromas groseras. De seguro esto impresionaría más a Himmler, quien no se distinguía por ninguna sutileza excesiva de razonamiento.

      La romanza terminó con una suave música de piano. La voz lejana del locutor moscovita (por lo visto, un alemán) comenzó a decir las frecuencias en que se transmitía la emisora los viernes y los miércoles. Stirlitz anotó las cifras: eran una clave para él. Lo había esperado ya durante seis días. Apuntaba las cifras en una columna alineada. Eran muchas, y el locutor, tal vez temiendo que no tuviera tiempo de anotarlas, las leyó nuevamente.

      Y otra vez volvieron a escucharse las maravillosas romanzas rusas.

      Stirlitz sacó del armario un tomito de Montaigne, tradujo las cifras en palabras y las relacionó con el código oculto entre las sabias verdades del grande y sereno pensador francés.

      Después de descifrar el radiograma, quemó la hojita llena de cifras y palabras, mezcló la ceniza con las de la chimenea y tomó un poco más de coñac.

      «¿Por quién me toman ellos? —pensó— ¿Por un genio o un todopoderoso? Es imposible…»

      Le sobraban razones para pensar así. La orden que le habían transmitido a través de la radio moscovita decía:

      «De Alex a Justas:

      »De acuerdo con nuestros datos, en Suecia y Suiza fueron vistos altos oficiales del SD y la SS tratando de entrar en contacto con los agentes de los aliados. Particularmente en Berna los hombres del SD trataron de establecer contacto con la gente de Allen Dulles. Usted debe averiguar lo siguiente: qué significan estos esfuerzos 1) una desinformación, 2) una iniciativa personal de los altos jefes del SD, 3) el cumplimiento de una misión del centro.

      »En caso de que estos funcionarios del SD y la SS cumplan una misión de Berlín, es necesario aclarar quién les encomendó esta misión. Más concretamente: quién, de entre los dirigentes máximos del Reich, busca contactos con Occidente.

      »Alex».

      …Seis días antes de que Stirlitz recibiera este mensaje cifrado, Stalin había leído los últimos informes de los agentes soviéticos. Llamó a su casa de campo al jefe de la inteligencia y le dijo:

      —Solamente los principiantes en política pueden considerar que Alemania está definitivamente agotada y que, por lo tanto, no es peligrosa… Alemania es un resorte contraído hasta el límite, que debe y sólo puede ser vencida aplicando por ambos lados esfuerzos igualmente poderosos. En caso contrario, si la presión por un lado se convierte en apoyo, el resorte, al soltarse, puede asestar un golpe en dirección contraria. Será un golpe fuerte: primero, porque el fanatismo de los hitlerianos continúa siendo enorme, y segundo, porque el potencial militar de Alemania está СКАЧАТЬ