17 Instantes de una Primavera. Yulián Semiónov
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Название: 17 Instantes de una Primavera

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Expediciones

isbn: 9789874039255

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СКАЧАТЬ de fuerzas para oponerse al vandalismo bolchevique.

      Cada vez que daba una recepción, llegaba temprano por la mañana el Parteileiter de la organización berlinesa de los nacionalsocialistas, Goebbels. Era un enlace entre el partido y Goering. Goebbels se sentaba al piano y Goering, Karina y Thomas, hijo del primer matrimonio, cantaban canciones populares. En la casa del líder nazi del Reichstag no soportaban los ritmos desenfrenados del jazz norteamericano o francés.

      Precisamente a esta villa, alquilada con dinero del partido, llegaron Hitler, Schacht y Tissen el 5 de enero de 1931. Precisamente en esta villa lujosa se pudieron oír las palabras de la conspiración entre magnates financieros e industriales y el líder de los nacionalsocialistas, Hitler.

      Después Hitler triunfó. Karina regresó a Suecia en avión donde murió de un ataque epiléptico. Su último deseo fue que Herman hiciese todo lo posible para convertirse él también en el futuro en un «obrero del Führer».

      A raíz del putsch de Rohm, muchos veteranos se opusieron al Führer aduciendo que había traicionado la causa porque había suscrito un pacto con el capital. En las organizaciones de base del partido se decía:

      —Goering ha dejado de ser Herman. Se ha convertido en un presidente. No recibe a sus compañeros de partido. Los obliga humillantemente a hacer cola en su oficina. Está rodeado de lujos…

      Al principio, sólo los miembros de fila del partido lo comentaban en voz baja. Pero en 1935, cuando Goering se construyó el castillo Karinhalle, en las afueras de Berlín, se quejaron a Hitler, no los nacionalsocialistas corrientes, sino los cabecillas Ley y Saukel. Goebbels consideraba que ya desde su estancia en la villa Goering había empezado a echarse a perder.

      —El lujo corrompe —decía—. Hay que ayudar a Goering. Nos es demasiado querido.

      Hitler fue a Karinhalle, examinó el castillo y dijo:

      —Dejen en paz a Goering. Al fin y al cabo sólo él sabe cómo tratar a los diplomáticos de Occidente. Que Karinhalle sea una residencia para recibir a huéspedes extranjeros… ¡Que lo sea! Herman lo merece. Debemos considerar que Karinhalle pertenece al pueblo y que Goering sólo vive aquí…

      Durante el día se dedicaba a cazar venados domesticados y por la noche pasaba largas horas en la sala de proyecciones. Podía ver cinco películas de aventuras seguidas. Durante la función tranquilizaba a sus visitantes.

      —No se preocupen —les decía—. El final es bueno…

      Información para un análisis (Goebbels)

      Stirlitz echó a un lado el papel con la gruesa figura de Goering y tomó la hoja con el perfil de Goebbels. Por sus aventuras en Babelsberg, donde estaban los estudios cinematográficos del Reich y donde vivían todas las artistas, era llamado «el torito de Babelsberg». En su expediente se conservaba la grabación de la conversación entre la esposa de Goebbels y Goering a propósito de las relaciones de aquél con la actriz checa Lida Baarova.

      —¡Se perderá a causa de las mujeres! ¡Qué vergüenza! ¡El hombre que responde por nuestra ideología, se deshonra por aventuras casuales!— le había dicho Goering a su mujer.

      El Führer le recomendó el divorcio.

      —A usted la voy a apoyar —dijo—, pero hasta que su esposo no aprenda a comportarse como un verdadero nacionalsocialista, hombre de alta moral y abocado al estricto cumplimiento del deber sagrado ante la familia, le negaré todas las entrevistas personales…

      Ahora todo esto había quedado relegado a un segundo plano. En enero de ese año, Hitler visitó la casa de Goebbels el día de su cumpleaños. Le llevó a su esposa un ramito de flores y le dijo:

      Cuando cuarenta minutos después Hitler se hubo marchado, Magda Goebbels dijo:

      —El Führer no hubiera visitado jamás a los Goering…

      Berlín estaba en ruinas, el frente pasaba a ciento cuarenta kilómetros de la capital del milenario Reich, pero la resplandeciente Magda Goebbels celebraba su victoria. Su esposo estaba junto a ella, su cara se había puesto pálida de felicidad. Tras una pausa de seis años, el Führer visitaba su casa…

      «Ahora esto carece de importancia —continuaba analizando Stirlitz—. Ahora todo esto es vanidad de vanidades…»

      Dibujó un gran círculo y comenzó a sombrearlo despacio con líneas precisas y muy rectas. Ahora recordaba todo lo relacionado con los Diarios de Goebbels. Sabía que el Reichsführer se interesaba por ellos y en su momento había hecho el máximo esfuerzo por leerlos de algún modo. Sólo pudo ver la fotocopia de varias páginas. La memoria de Stirlitz era fenomenal: fotografiaba visualmente el texto y lo memorizaba casi mecánicamente, sin esfuerzo alguno.

      «9 de diciembre de 1943. Epidemia de gripe en Inglaterra —apuntaba Goebbels—. Hasta el rey está enfermo. Sería maravilloso que esta epidemia fuera fatal para Inglaterra, pero es demasiado bueno para ser verdad.

      »2 de marzo de 1943. No descansaré hasta que todos los judíos sean sacados de Berlín. Después de la conversación con Speer en Obersalzberg fui a visitar a Goering. Este nacionalsocialista tiene en sus bodegas veinticinco mil botellas de champaña. Estaba vestido con una túnica y su color me produjo alergia. Pero qué le vamos a hacer, hay que aceptarlo como es».

      Stirlitz sonrió. Recordó que en 1942 Himmler había dicho lo mismo, palabra por palabra, sobre Goebbels. Este no vivía en una gran casa de campo con su familia, sino en una pequeña y modesta villa construida «para el trabajo». Estaba junto a un lago y se podía llegar a ella a través del mismo, pues el agua sólo llegaba a los tobillos y el puesto de guardia de la SS se encontraba apartado. Hasta ahí llegaban las actrices en un tren eléctrico y después continuaban el trayecto a pie atravesando el bosque. Goebbels consideraba un lujo excesivo e indigno de un nacionalsocialista traer a las mujeres en automóvil. Él mismo las acompañaba a través de los juncos y al día siguiente, por la mañana, cuando los hombres de la SS aún estaban durmiendo, las sacaba de allí. Por supuesto que Himmler lo supo en seguida. En aquel momento dijo: «Hay que aceptarlo como es…»

      Stirlitz arrugó las hojas con los dibujos de Goering y Goebbels, las colocó sobre la llama de la vela y esperó a que la llama comenzara a quemarle los dedos para tirar las hojas a la estufa. Las removió con un bello atizador de hierro fundido, volvió a la mesa y comenzó a fumar.

      Después acercó las dos hojas restantes: Himmler y Bormann. «Excluyo a Goering y Goebbels. Nadie va a apostar por ellos. Ni por uno ni por otro. Tal vez Goering se atreva a negociar, pero ha caído en desgracia y no cree en nadie. ¿Goebbels? No. No lo haría. Es fanático, luchará hasta el final, pero es posible apoyarse en él, porque en seguida comenzará a buscar una alianza. Uno de los dos: Himmler o Bormann. Si puedo obtener garantías de uno de ellos para trabajar contra los demás, ganaré. Si fallo en mis cálculos, seré un cadáver. Inmediatamente. ¿Por quién apostar? Creo que por Himmler. Nunca podrá decidirse a negociar. Sabe el odio que rodea su nombre… Sí, por lo visto, es Himmler…»

      Precisamente en ese momento Goering, adelgazado, pálido, con un dolor que le partía la cabeza, regresaba a Karinhalle desde el Bunker del Führer. Esa mañana había viajado en su automóvil al frente, hacia el lugar donde se habían abierto paso los tanques rusos. De allí corrió en seguida a ver a Hitler.

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