Название: 17 Instantes de una Primavera
Автор: Yulián Semiónov
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Expediciones
isbn: 9789874039255
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Y ahora, sentado en un taburete atornillado al piso, el astrónomo gritaba por enésima vez:
— ¡No puedo más! ¡No puedo, no puedo! ¡Quiero vivir, simplemente vivir! ¿Entiende usted esto? ¡En la monarquía, en el capitalismo, en el bolchevismo! ¡No puedo más! ¡Me ahogan su ceguera, estupidez y locura!
—¿Quién te ordenaba escribir las proclamas? —Metódicamente, en voz baja, Holtoff repetía—: Esa porquería no se te puede haber ocurrido a ti. ¿Quién te transmitía los textos? Tu mano era dirigida por una voluntad ajena, enemiga ¿verdad? ¿Con qué enemigos te has puesto en contacto, dónde y cuándo?
—¡Nunca me he puesto en contacto con nadie! ¡Tengo miedo de hablar hasta conmigo mismo! ¡Tengo miedo de todo! —gritaba el astrónomo—. ¿Acaso ustedes no tienen ojos? ¿Acaso no entienden que todo está perdido? ¡Estamos perdidos! ¿Acaso no entienden que cada nueva víctima es ya un vandalismo? ¡Ustedes repetían constantemente que vivían en nombre de la nación! ¡Váyanse entonces! ¡Ayuden al resto de la nación! ¡Están condenando a morir niños desgraciados! ¡Son fanáticos, fanáticos ávidos que conquistaron el poder! ¡Están bien alimentados, fuman cigarros caros y beben café! ¡Déjennos vivir como personas y no como esclavos enmudecidos! —De pronto, el astrónomo quedó inmóvil, se secó el sudor de la frente y concluyó en voz baja—: O, mejor, mátenme aquí rápidamente. Es preferible volverse loco a comprender nuestra impotencia, y la estupidez de una nación a la que ustedes han convertido en un cobarde rebaño…
—Espere —dijo Stirlitz—. Un grito no es un argumento. ¿Tiene algunas propuestas concretas?
—¿Cómo? —preguntó el astrónomo, asustado.
La voz tranquila de Stirlitz, su manera de hablar sin prisa y sonriendo ligeramente, causaron en el astrónomo una impresión contraria: en la cárcel se había acostumbrado a los gritos y a los puñetazos en la cara. Uno se acostumbra con rapidez y pierde la costumbre lentamente.
—Yo le pregunto: ¿Cuáles son sus propuestas concretas? ¿Cómo debemos salvar a los niños, mujeres y ancianos? ¿Qué propone usted? Siempre es más fácil criticar y renegar. Mucho más difícil resulta proponer un programa razonable de acción.
—Rechazo la astrología —tras quedar pensativo durante largo rato, el astrónomo continuó lentamente—, pero admiro la astronomía. Me quitaron la cátedra en Kiel…
—¿Por eso eres tan rencoroso, perro? —gritó Holtoff.
—Espere —dijo Stirlitz, frunciendo el ceño con irritación—. No hay que gritar… Continúe, por favor…
—Vivimos en el año del Sol intranquilo. Las explosiones de las protuberancias, la transmisión de una energía solar excesiva influye en los cuerpos celestes, y los planetas y estrellas influyen, a su vez, en nuestra pequeña Humanidad…
—Por lo que veo —le interrumpió Stirlitz—, usted ha elaborado algún horóscopo. ¿Por eso está tan nervioso?
—Un horóscopo es un fenómeno intuitivo, tal vez hasta genial, pero no convincente. No, me baso en una hipótesis corriente y nada genial que intenté presentar: las relaciones recíprocas de cada habitante de la Tierra con el cielo y el sol… Esta correlación me permite evaluar con mayor exactitud y sensatez lo que está ocurriendo en mi patria…
—Me gustaría que tratásemos el tema más detalladamente —dijo Stirlitz—. Creo que ahora mi compañero le permitirá volver a su celda para que descanse un par de días. Después, reanudaremos nuestra conversación.
Cuando se llevaron al astrónomo, Stirlitz dijo:
—Hasta cierto punto es irresponsable de sus actos ¿no lo ves? Todos los científicos, escritores y artistas son irresponsables a su modo. Hay que tratarlos de manera distinta, porque viven una vida propia inventada por ellos. Manda a este tonto a nuestro hospital para que lo examinen. Tenemos demasiado trabajo serio como para perder tiempo con charlatanes irresponsables aunque, tal vez, de talento. Si hubiera paz, lo mandaríamos a un campo de concentración. Allí podrían reeducarlo y luego sería útil al Reich y a la nación trabajando en un instituto o en una cátedra. Pero ahora…
—Habla como un verdadero inglés de la radio londinense… O como un maldito socialdemócrata ligado a Moscú.
—Los hombres inventaron la radio para escucharla. Bueno, él la ha escuchado demasiado. No, esto no es serio. A nosotros, la inteligencia, no nos interesa. Sería bueno verlo dentro de varios días, simplemente para tantearlo y saber si es un científico de verdad o sólo un loco. Si es un científico serio, veremos a Müller, o a Kaltenbrunner, para pedirles que le den buenas raciones de comida y lo manden a las montañas donde ahora está la flor y nata de nuestra ciencia. Que trabaje allí. En seguida dejará de hablar, cuando no haya bombardeos, sino mucho pan con mantequilla y tenga su casita cómoda en las montañas, en un bosque de pinos… ¿No cree?
Holtoff sonrió.
—Con una casita en las montañas, mucho pan con mantequilla y ni un solo bombardeo, nadie protestaría.
Stirlitz miró a Holtoff con atención, hasta que éste no pudo soportar su mirada y comenzó a cambiar apresuradamente los papeles de su mesa de un lugar otro. Después dirigió a su subordinado una sonrisa franca y amistosa…
«Documento taquigráfico de una reunión con el Führer:
»Estaban presentes Keitel, Jodl, Havel, enviado del Ministerio de Relaciones Exteriores, Reichsleiter Bormann, Obergruppenführer SS Fegelein, representante del Cuartel General del Reichsführer SS, el ministro de industria Speer, también el almirante Foss, el capitán de corbeta Ludde-Neurat, el almirante Von Putkammer, ayudantes y taquígrafas.
»Bormann: ¿Quién anda por ahí todo el tiempo? ¡Molesta! Silencio por favor, señores militares.
»Putkammer: Pedí al coronel Von Belof que me diera datos acerca de la situación de la Lutfwaffe en Italia.
»Bormann: No se trata de esto. Todos hablan al mismo tiempo y hacen un ruido constante y fastidioso.
»Hitler: A mí no me molesta. Señor general, en el mapa aún no se han marcado los cambios recientes en Curlandia.
»Jodl: Mi Führer, usted no se ha fijado; aquí están las correcciones de la mañana de hoy.
»Hitler: El mapa tiene letras demasiado pequeñas. Gracias, ahora veo.
»Keitel: El general Guderian insiste de nuevo en evacuar nuestras divisiones de Curlandia.
»Hitler: Es un plan insensato. Ahora las tropas del general Rendulitsch que se quedaron en la retaguardia de los rusos, a cuatrocientos kilómetros de Leningrado, atraen de cuarenta a setenta divisiones rusas. Si retiramos nuestras tropas de allí, cambiará en seguida la correlación de fuerzas alrededor de Berlín y no a favor nuestro, como cree Guderian. En caso de retirar nuestras tropas de Curlandia, por cada división alemana en Berlín tendremos por lo menos tres divisiones rusas.
»Borman: Hay que ser un político sensato, señor mariscal de campo…
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