La familia itinerante. Sun-Ok Gong
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La familia itinerante - Sun-Ok Gong страница 7

Название: La familia itinerante

Автор: Sun-Ok Gong

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640172

isbn:

СКАЧАТЬ dijiste que soy un hombre frío? Realmente no me conoces; me parece que no me conoces en absoluto. Yo, Kim Dalgon, soy un hombre verdaderamente fracasado por culpa de la empatía, ¿sabes?

      Dalgon se llenó de furia sin razón.

      —¡Cálmese, por favor! A decir verdad, yo, Cho Younggap, soy un hombre que lleva una vida muy enredada.

      —Mira a toda la gente. No hay nadie que crea que su vida no es complicada —esta alusión hacía referencia a su propia vida en realidad.

      —Oiga, usted ya se imaginará, pero ¿sabe por qué siempre llevo a mi hijo a todas partes?

      —Mi mujer se fue de casa. Hace cierto tiempo volvió y se fue de nuevo. Esa maldita mujer se llevó el dinero que había ganado trabajando en la remodelación de un local. Un dinero que cobré poniendo en riesgo mi vida frente al dueño del restaurante.

      El corazón de Dalgon empezó a latir intensamente para luego acelerarse mucho más.

      —No me digas más. Tengo un corazón bastante débil, por eso, cuando escucho una historia ajena y mala, se me revuelve el interior.

      —Me parece que tiene una enfermedad crónica. No es necesario que preste tanta atención a los asuntos ajenos. ¿Me permite seguir contándole?

      Aunque Dalgon no se lo permitió, Younggap puso cara de haberse decidido a hablar de su inquietante realidad, como si fuera algo para picar. Por su parte, Dalgon quería gritarle que dejara de hablar, que no atizara las llamas que ya estaban ardiendo; sin embargo, seguía ingiriendo alcohol.

      —No me preguntes a mí, pregúntale a tu mujer.

      —Justamente, voy a buscarla antes de que termine el día. Hermano mayor, ¿me haría el favor de acompañarme?

      —¿Por qué yo…?

      —Dicen que vive con un holgazán, pero no tengo fuerzas porque no como nada desde hace tres días. Déle usted una paliza a ella en mi lugar, por favor.

      ¿Qué acababa de decir este hombre? Younggap le decía lo que, en realidad, debía decirse a sí mismo.

      —Oye, Younggap, ¿quieres que te dé un consejo? La mujer que se va de casa nunca vuelve. Eso es todo lo que sé de mujeres.

      Pero, ¿qué había dejado salir de su boca? ¿O cuál era la razón por la que tan fluidamente le venían estas palabras que no guardaba en el fondo de su mente? ¿Se debía al alcohol o a la embriaguez? Su expresión era cada vez más seria.

      —Si es una persona que se debe ir, déjala ir sin causarle daño. Es una ley razonable.

      —Pero no puedo hacerlo.

      —Una vez que empiezas a ser engañado, una vez, dos veces… la vida termina. Date por vencido.

      Lo que le dijo al otro era precisamente lo que debía aconsejarse a sí mismo.

      El niño que comía en silencio el pollo, gritó de repente:

      —¡Nieve! Papá, ¡ya empieza a nevar!

      —Hermano mayor, vayamos esta noche por las calles sobre las que cae la nieve, en busca de esta mujer que se dio a la fuga hace tiempo, después de haberme robado.

      —Es una buena idea, pero tengo cosas que hacer en otro lugar.

      Dalgon se incorporó de su asiento. Le temblaban las piernas. Estaba nevando en plena Nochebuena. Por un momento pensó a dónde ir. Entró de repente a la primera sala de canto que vio, sin preocuparse por su ubicación. Un joven cajero, sentado detrás del mostrador, lo condujo amable a una habitación que, por supuesto, estaba vacía, pero Dalgon abrió bruscamente la puerta de otra, en la que se escuchaba una canción.

      —Oiga, por favor, su habitación es ésta.

      —He venido aquí a buscar a una persona.

      —¿De quién habla usted?

      —Una mujer, una señora.

      Younggap, que había entrado a la sala detrás de Dalgon, le susurró que el lugar donde trabajaba ella no era este tipo de sala, sino una cervecería. Dalgon sacudía la cabeza negativamente, afirmando que era una sala de canto. Agregó que le había llegado un informe muy confiable de que trabajaba en un lugar de esos. El joven cajero los expulsó. La calle nocturna resplandecía. Younggap de repente estalló en carcajadas. Al verlo reír, también le salió a Dalgon, automáticamente, una sonora carcajada. El niño que vio reírse a los adultos también se echó a reír. Junto a los dos hombres que reían a carcajadas pasaban transeúntes que los miraban de reojo. Younggap, después de reír largo tiempo, de repente le preguntó:

      —¿Por qué se reía tanto?

      —Y tú, ¿por qué?

      —No lo sé.

      Dalgon le preguntó al niño de Younggap:

      —Oye, ¿por qué te reías también?

      —Porque si no me río, me siento triste.

      Ante esta respuesta, los dos hombres, con expresión de verdadera tristeza, miraron fijamente sus rostros reflejados en el escaparate de una tienda frente a ellos.

      Ya era de noche. Michong, cubierta con un edredón, marcó un número de teléfono.

      —Oye, Kyongae, soy Michong. Está nevando ahora… ¿Tú qué haces?

      —Estoy haciendo la maleta.

      —¿Qué? ¿A qué maleta te refieres?

      —Esa mujer me dijo que no podía vivir conmigo. Y mi padre me dijo que me fuera de casa.

      —¿De verdad vas a marcharte de tu casa?

      —Los muy bestias me han dicho definitivamente que no podían vivir conmigo, y, entonces, tengo que irme. ¿Qué más da?

      —¿Quieres venir a mi casa?