La familia itinerante. Sun-Ok Gong
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Название: La familia itinerante

Автор: Sun-Ok Gong

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640172

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СКАЧАТЬ después de cambiar este teléfono por otro nuevo.

      En ese instante se oyó el chillido de su abuela y colgó. Afuera nevaba a grandes copos. En las noches en que nevaba mucho, la abuela y el abuelo solían pelearse, igual que sus padres tiempo atrás. La paz de la Nochebuena se disipó.

      —¿Qué estabas haciendo para estar tan divertida tú sola?

      Parecía que el abuelo se sentía molesto de que la abuela hubiera pasado un buen rato comiendo y bebiendo con los vecinos en el edificio comunal. La abuela, que no quería escuchar sus aburridas palabras, llamaba a Michong sin razón, enfadada, en voz alta, repetidas veces, y, como de costumbre, la insultaba.

      —Maldita sea esta hija de puta. ¿Ha estado vagando por el pueblo esta mala hija sin tener edad para hacerlo?

      Michong permanecía quieta. De repente intervino Younggui:

      —¿Hermana mayor, has cometido alguna falta? ¿Por qué está tan enfadada la abuela?

      Era una señal del sentido de fraternidad de Younggui hacia su hermana, que le había comprado un trompo Dragón Ace y no podía olvidarlo. Cuando Younggui intervino ante su abuela, ésta ya estaba al borde de desmayarse del enojo.

      —Esta mala chica, astuta como una zorra, ya se ganó la confianza de su hermano. ¡Vecinos! ¿Qué hago, qué tengo que hacer en contra de esta chica tan taimada?

      La nieve caía con una serenidad inverosímil. En esa noche no se oía siquiera el ruido del viento. A veces se oía ladrar los perros. Hyangsuk dijo que después de la medianoche mataría a una de las perras de su casa, y agregó que la enterraría en la falda de la montaña y luego llamaría a un comprador de perros para vendérsela. Propuso dejar la aldea con el dinero conseguido de la venta. Al oír un ladrido, de golpe recordó lo que había sucedido antes. Hyangsuk les contó que Chongsik y Byongho, de la aldea Dangchuri, habían vendido de esa manera cinco perras. Éste era un secreto entre Chongsik y Hyangsuk, con quien salía en estos días, y quien le contó todo a Michong. Chongsik le regaló a Hyangsuk los pendientes que compró con el dinero obtenido. Por otra parte, ella pensaba que no habría ningún problema si salía con Chongsik, cuya abuela siempre le decía: “Oye, canalla”. Creía que la anciana se moriría en poco tiempo. ¿Por qué quería Chongsik a Hyangsuk, que era tan fea? Al recordar la hermosa cara de él, Michong sintió cada vez más celos y soledad. La abuela guardaba silencio y Michong creyó que podría dormir, de modo que cerró los ojos.

      —Mañana los van a filmar. No muestren ningún indicio de que son hijos sin padres, para eso vístanse con ropa limpia y vayan después al local. ¿Saben que es un asunto fácil presentarse en la televisión? Tienen que estar en la fila de adelante para que su madre los vea claramente.

      Michong no sabía por qué la televisora había entrado en la aldea, pero habían prometido hacerles fotos a Michong y a su hermano, y a ella le latía el corazón de la emoción. La abuela monologaba así en la alcoba interior, más allá de la puerta corrediza, sin importarle si alguien la escuchaba o no:

      —Sí. Lo que podemos mostrarles no son más que esas cosas. El jefe de la aldea nos ha dicho que no digamos palabrotas. Después de que hayan filmado la manera de vivir de las ocho provincias de Corea del Sur, ¿en qué libro las van a poner?

      —¿Libro? Entonces, ¿no las pondrán en la televisión?

      —No me digas más. Y no te hagas el sabelotodo. Da lo mismo que sea en un libro o en televisión.

      —Entonces, ¿qué has hecho?

      Parecía que deseaba enterarse en secreto.

      —¿Qué crees que hice? No he dicho ni una palabra y he estado con la boca cerrada, pero me pidieron que dijera algo y me moría de vergüenza sin poder abrir ni cerrar la boca.

      —Pero si te dije desde el principio que te pusieras la dentadura postiza para ir y te fuiste sin ponértela.

      —¡Ah! El agua del vaso en que la metí estaba tan congelada que no pude sacarla, y encima decían por el amplificador que nos reuniéramos rápido. Y como no me la puse, no comí mucho, así que me regresé. Entonces, ¿por qué está tan enojado conmigo, como si yo hubiera tomado alguna comida especial?

      —Escucha: estuviste en el club social todo el día, y Michong, esa mala chica, no me contestó a pesar de que la llamé muchas veces. ¿No es esto motivo suficiente para estar enfadado?

      —Y, entonces, esta diabla ¿habrá ido al pueblo hoy? Oye, ¿me oyes, Michong? Esta maldita hija de… Ay de mí, ¿sabrá cómo la he criado? ¿Cómo puede comportarse de esta manera?

      Michong fingía dormir; y así, sin darse cuenta, se quedó dormida profundamente.

      Ya era la mañana. Era la blanca Navidad. Era la mañana del día de la blanca Navidad, en que se difundían vagamente las campanadas de la iglesia en el pueblo vecino, más allá del camino de pedregullo, cuando el padre de Kyongae, de Dangchuri, visitó a Michong.

      —Michong, ayer por la noche mi hija Kyongae desapareció. ¿No ha venido por aquí, verdad?

      —Anoche me dijo que iba a hacer la maleta para salir de casa, pero creí que era una broma.

      —No lo era, es verdad. Ayer se volvió loca pidiéndome dinero y se lo di. Después me dijo que le había comprado a un amigo, un fulano, un celular. La regañé un poco y luego desapareció.

      —Éste es el teléfono celular.

      —¿Conque eras tú? Dámelo. Lo compró con el dinero de su madre, por lo tanto no puede ser tuyo. Además, las chicas de poca edad no deben usarlo.

      El teléfono le fue arrebatado por el padre de Kyongae. Ella pensó que esto significaría una despedida para siempre de Kyongae. Michong se dirigió a pasos lentos hacia un rincón del patio, donde había una palangana y se lavó la cara. Al lado había un recipiente que servía para poner la comida del perro, y en él estaba, muy congelada, la prótesis dental de la abuela. Pensó que debería verter agua caliente y, para ello, iba hacia la cocina cuando la abuela, en ese mismo momento, le dio un golpetazo en la espalda de manera imprevista.

      —¿Por qué me pegas?

      —Por qué razón has hablado tan francamente y te has dejado arrebatar el teléfono, muchacha idiota?

      Las campanadas sonaban pacíficamente, pero el mundo en que se encontraba Michong no parecía sereno en absoluto.

      Después СКАЧАТЬ