La familia itinerante. Sun-Ok Gong
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Название: La familia itinerante

Автор: Sun-Ok Gong

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640172

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СКАЧАТЬ día Michong, para desquitarse de la golpiza propinada por su abuela la noche anterior, se escondió después del desayuno en una habitación cerrada llevando un álbum en la mano. Younggui la siguió y allí dentro hicieron pedazos una tras otra las fotografías de su madre. Mientras las despedazaba, Michong soltaba todas las groserías que había oído de boca de su abuela por la mañana. Y mientras insultaba, derramaba extrañas lágrimas de tristeza cada vez que sacaba una foto. Llorar ante las imágenes la ponía más histérica, por eso hacía pedazos las fotos de su madre hasta convertirlas en polvo. Younggui la interrogó en voz baja (no podía hablar muy fuerte porque su garganta siempre estaba cubierta de flemas: su voz se había vuelto ronca desde de que su madre dejó la casa y él pasó tres días y tres noches llorando):

      —Oye, hermana, ¿por qué maldices a nuestra madre?

      —Porque la odio mucho.

      —Por favor, a mí no me maldigas que me da mucho miedo.

      —¿Has cometido alguna falta?

      —No.

      —Dímelo francamente.

      —La verdad es que anoche fui yo el que le robó a la abuela el dinero.

      —Oye, tú, ven para acá. ¿Por qué no le dijiste nada cuando me estaba pegando, sabiendo que eras el ladrón?

      —Es que me daba mucho miedo confesárselo.

      —Eres un hijo de puta, te voy a matar.

      El puño voló hacia la cabeza de Younggui. Michong estaba tan acostumbrada a oír todo el día indecencias, que ahora salían automáticamente de su boca. La noche anterior la abuela le había dado una violenta paliza porque habían desaparecido unos veintitantos mil wones, ganancia obtenida de la venta de un perro. Michong reprimió las ganas de morder bruscamente la mano con la que su abuela le pegaba: finalmente era ella quien los alimentaba. El abuelo se había lesionado la columna vertebral trabajando en el tractor y, desde entonces —Michong era una niña—, no podía ocuparse en nada. Lo único que hacía era jugar al solitario con cartas coreanas y fumar, por lo que las dos mujeres, Michong y su abuela, eran las únicas en condiciones de colaborar en las tareas domésticas. Por eso la abuela sentía siempre un rencor oculto. Y con mucha frecuencia le soltaba a su nieta toda clase de palabras ofensivas. El día anterior también lo había hecho.

      —Carajo, hija de puta. Todavía te mantienes con vida. Es mejor que te ahogues en un vaso de agua, idiota.

      Michong, acompañada de Younggui, esperó en la habitación cerrada —conteniendo la respiración— a que su abuelo se durmiera y su abuela se fuera al edificio comunal. Él acostumbraba a tomar sin falta una siesta después del desayuno. La abuela, antes de salir, le gritó a Michong:

      A pesar de haberla llamado varias veces, no obtuvo respuesta alguna. Soltó blasfemias hacia el cielo y después se marchó. Michong hizo comprobar a Younggui que el abuelo estaba dormido. Luego salió sigilosamente de la casa con el deseo de no regresar jamás. Younggui, que jugaba en el patio con un trompo que le había dado un amigo, llamó a Michong:

      —¿A dónde vas, hermana?

      —¿Para qué quieres saber?

      —¿Quieres que te dé dinero?

      —¿De verdad?

      En efecto, Younggui sacó de la bolsa 20 000 wones y se los dio a Michong, quien pensó que aunque había recibido injustamente la golpiza del día anterior, ahora obtenía los beneficios.

      —Entonces, ¿robaste este dinero para dárselo a tu hermana?

      —Claro, naturalmente.

      —Muchas gracias, Younggui —y acarició bruscamente la cabeza que había golpeado un momento antes.

      —No, no es nada, no hace falta agradecerme tanto.

      —Bueno, cuando regrese a casa te traeré algo que te guste.

      —Cómprame un trompo Dragón Ace.

      Mientras tanto, la abuela de Sukhi, una chica vecina de Michong, pasó al patio abriendo la puerta:

      —¿No está tu abuela?

      —Se ha ido al edificio del pueblo.

      —¡Qué diligente es! Y tú, ¿no vas allí?

      —No voy a ninguna parte.

      —¿Vas a ir a otro lugar?

      Sacudió la cabeza repetidas veces en forma negativa. La abuela de Sukhi la miró de pies a cabeza con los ojos llenos de sospechas y luego salió de la casa. Michong sentía, desde hacía tiempo, que las ancianas, en especial las que además eran aldeanas, la miraban como si quisieran vigilar todas sus acciones. Este tipo de miradas las resentía desde que su madre se había marchado de casa. Y mientras iba al centro del pueblo, la mirada de la abuela de Sukhi la alcanzó una vez más.

      —Hace un rato la abuela de Sukhi me encontró preparándome para salir de casa, ¿irá con el chisme?

      —Estas abuelas se deberían de morir cuanto antes, pues desconfían muy fácilmente de todas las personas.

      Las palabras habituales de Kyongae esta vez parecían tener un dejo de violencia.

      —Es verdad. Cuando fui a su aldea, ¿sabes cómo me llamó la abuela de Chongsik? “Oye, chiquilla”, así me dijo. Me quedé paralizada. Que alguien use la palabra “chiquilla” para hablarme me vuelve casi loca.

      Hyangsuk refunfuñaba como si aún no se calmara el rencor por la forma en que la abuela de Chongsik la había llamado: “Oye, chiquilla”, y se reía sarcásticamente. Al parecer, había oído la palabra “chiquilla” en boca de la abuela de Chongsik cuando fue a visitarlo a su casa. También Michong se había enterado de que la abuela usaba la palabra “chiquilla” siempre que veía a las chicas, con una cara de que iba a volverse loca porque no podía hacerles nada, y empleaba expresiones como: “Ay de mí, estas comensales inútiles, producto de la boda de ambas casas”, que los chicos normales no entendían.

      Kyongae levantó de nuevo la mano hacia el coche que venía detrás de ellas. Era una furgoneta verde. Tuvo la esperanza de que se detuviera, porque tenía muchos asientos. La furgoneta se paró suavemente delante de ellas, tal como lo deseaban.

      —Oigan, chiquillas, ¿a dónde van?

      Hyangsuk frunció el ceño СКАЧАТЬ