La familia itinerante. Sun-Ok Gong
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La familia itinerante - Sun-Ok Gong страница 5

Название: La familia itinerante

Автор: Sun-Ok Gong

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640172

isbn:

СКАЧАТЬ falla, en realidad, había consistido en casarse con Kim Dalgon. Al recordarlo, Yongja se excusaba subrayando que era una mujer inocente y que no sabía nada de asuntos mundanos. Hacía ya tres años que había abandonado la casa. A los 22 ya estaba embarazada imprevistamente, por lo que se casó y empezó a vivir con su marido en la casa de la que se fue a los 33 años. Ahora tenía 36, sin un lugar adonde ir; había dejado su casa y, en verdad, no tenía adonde ir. En realidad, nunca había tenido la firme decisión de abandonar la casa. La razón de que se hubiera ido estribaba únicamente en el deseo de ganar dinero. Nunca pensó en un plan de fuga. Su marido borracho le pegaba y todo era por el dinero. En la casa ya no había nadie que le ofreciese dinero a ella. Su marido trabajaba en la cocina de un restaurante del pueblo para ganarse la vida, pero su salario era incluso insuficiente para pagar parte del préstamo obtenido con el pretexto de ser descendiente de agricultores y pescadores, y por eso difícilmente se hacía cargo de mantener a la familia. Por este motivo Yongja quería trabajar en un restaurante especializado en costillas de res en el centro del pueblo. Ahora pensaba que de no haber conocido en aquella época al señor Bae, se habría quedado en su casa. Imaginaba que si no lo hubiese visto, aún estaría abonando con estiércol un rincón del campo. Esta especulación sobre su posible situación la fastidiaba un poco. Sin embargo, cuando recordaba el pasado, advertía con tranquilidad que había otra persona que había tenido un papel decisivo para hacerla salir de su casa: Myonghwa, una mujer que había venido a Corea desde Yonbyon, China. Si Myonghwa no la hubiera encandilado, Yongja no habría visto al señor Bae ni estaría en esa tierra de Seúl que desconocía en absoluto. Cuando pensaba en su situación actual, sola y tumbada en el colchón de una habitación de hostal, lo primero que le venía a la mente no era su marido, sus niños o sus suegros, sino las caras del señor Bae, de Myonghwa o de clientes cuyo aspecto no recordaba con claridad, pero que después de haber bebido y cantado en el salón se habían alojado borrachos con ella. Se preguntaba por qué tenía esos recuerdos. Y ella misma llegaba a la conclusión de que no era que no quisiera acordarse de su familia, sino que le daba miedo pensar en ellos. Cuando lo hacía, se quedaba sin aliento, por lo que intentaba no hacerlo. Un recuerdo siempre atraía a otro, y así sucesivamente. Ahora no sabía dónde estaba Myonghwa, quien la había sonsacado y había escapado con ella a Seúl. Las mujeres del pueblo se habían marchado una tras otra, por lo que el lugar entero se hallaba en revuelo total.

      Guisok, un amigo de su marido, se casó con Myonghwa, chica de Yonbyon, a la edad tardía de 37 años. La boda fue organizada por el Instituto de Dirección Agrícola, cuyo nombre luego cambiaron por el de Centro de Técnicas Agrícolas. Se sabía que las chicas de Yonbyon eran sencillas, pero Yongja era mucho más ingenua todavía. Por eso a veces repetía para sí misma, como si fuese versillo de canción: “Oídme, por favor, no queráis a las chicas de Yonbyon”. Era una especie de lamento sobre su posición, pero no había quién supiera por qué Yongja hablaba de esa manera.

      El día que Yongja fue a la huerta de perales de una aldea vecina como jornalera a envolver cada fruta en una bolsa de papel, Myonghwa le dijo:

      —He venido hasta Corea, ¿acaso no tendré alguna vez la oportunidad de ver Seúl? A mí no me gusta en absoluto la vida del campo.

      —¿Te interesa tanto ir a Seúl?

      —Dicen que se come bien, se viste bien y se vive bien ahí.

      —No, no lo creas.

      —Tú, hermana mayor, ¿has vivido en Seúl?

      —Después de haber terminado la escuela primaria fui allí. Trabajé como ayudante cierto tiempo en una fábrica de confección de ropa.

      —Aunque fueras ayudante en una fábrica de hilados, te aseguro que vivías más cómodamente que aquí, en este pueblo, ¿no te parece?

      —¿Te parece que es tan fácil comer con dinero ajeno?

      —Es cierto. Pero allá no se te quemaba la cara por el sol, ¿verdad?

      —Eso es verdad, porque ni la luz del sol ves. Y, además, dicen que en el agua de los grifos disolvieron una solución que blanquea la cara.

      —Hermana mayor, ¿hasta cuándo tendremos que soportar esta situación? Nosotras nacimos igual que otras mujeres y, sin embargo, unas viven con la cara bien cuidada y mueren, mientras que otras la pasamos quemándonos la piel y también morimos al final.

      La diferencia de edad entre Myonghwa y su marido Guisok era de 10 años, y quizá por no haber llegado todavía a los 30 tenía especial interés en los tratamientos de belleza. Era mucho más guapa que Yongja, sin embargo le gustaban más los tratamientos que a ella. Es verdad que las mujeres, mientras más guapas, mayor atracción muestran, desde un principio, por todo lo relacionado con la belleza. Myonghwa decía que le caía bien Yongja porque era una mujer ingenua, y le confesaba, de vez en cuando, ciertos asuntos que guardaba para sus adentros, diciéndole que su marido no era un hombre fiable, ni sus suegros ni los vecinos de la aldea, y que la única en la que de verdad podía confiar era ella.

      —Hermana mayor, cuando vine a Corea tenía grandes sueños, pero lo que he vivido aquí no tiene nada que ver con eso.

      —¿Qué sueño tenías?

      —Mi sueño era ganar mucho dinero y así invitar a toda mi familia, a mis padres y a mis hermanos, a vivir en Corea. Ahora todo eso quedó frustrado.

      Cuando Myonghwa estaba preparando la boda, su futuro marido le había prometido apoyar económicamente a sus padres y a sus hermanos, pero ahora decía que ni pensarlo. Él no hacía nada para mantener a la familia y a ella, en cambio, la tenía trabajando todo el día y, para colmo de males, le respondía diciendo: “¿Cuándo prometí tal cosa?”

      —Mira, ¿acaso no parezco una verdadera criada? Y menos que una criada, pues las criadas al menos ganan dinero, en cambio yo soy completamente una esclava, sí, una esclava.

      Myonghwa soltó un profundo suspiro y de repente le dijo:

      —Hermana mayor, ¿no quisieras dejar este trabajo de envolver peras y marcharte conmigo para ganar dinero de verdad?

      —¿Cómo?

      —Dicen que si uno trabaja en algún restaurante del pueblo, ahí sí que se gana dinero. Si te animas, te vienes conmigo. Anda, vámonos a hacer dinero.

      Yongja no sabía por qué motivo dejó salir de su boca aquellas palabras:

      —Si te vas, me iré contigo.

      Cuando Yongja terminó de pronunciarlas, el corazón comenzó a latirle aceleradamente. Al mismo tiempo, algo le auguraba que en su vida había llegado un momento de cambios, y esto le producía una extraña sensación de esperanza.

      —¿De qué hablan? Déjenme participar en su diálogo.

      La vecina de la casa de abajo, mujer nunca satisfecha si no se entrometía en los asuntos de los otros, intervino de repente en la conversación.

      Myonghwa le hizo un guiño a Yongja.

      —No es nada. Solamente charlábamos, nada más.

      La vecina torció un poco la comisura de los labios. En tales situaciones, la mejor solución era pasar todo por alto, como si nadie supiese nada. Tras envolver peras, al día siguiente, por la madrugada, Myonghwa visitó a Yongja. Las dos salieron de la casa como si se dieran a la fuga. Al principio se fueron a trabajar a un restaurante, teniendo mucho cuidado de que los vecinos no lo notaran. En el restaurante, Myonghwa era conocida como la Novia de Yonbyon y era popular СКАЧАТЬ