La familia itinerante. Sun-Ok Gong
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La familia itinerante - Sun-Ok Gong страница 6

Название: La familia itinerante

Автор: Sun-Ok Gong

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640172

isbn:

СКАЧАТЬ el que ella podría ganar dinero sin andar metiendo las manos en el agua todo el día. Para entonces, todos los aldeanos ya sabían que esas dos mujeres trabajaban en un restaurante del pueblo. En cuanto se enteraron Guisok y Dalgon del trabajo de sus esposas, al principio casi enloquecieron del enojo, pero en cuanto ellas les entregaron el sueldo del primer mes, se quedaron callados.

      —Tú, hermana mayor, ¿no querrías irte conmigo?

      —Pero… mis hijos…

      —Con más razón, teniendo hijos tendrás que ganar más, aunque sea poco, si es posible, mientras ellos sean pequeños.

      A decir verdad, a Yongja le daba ahora asco la vida de Seúl. La vida como ayudante en una fábrica, aunque había pasado muchísimo tiempo, era tan dura que no tenía ganas de recordarla. Sin embargo Myonghwa, que dejó su casa como si fuera a trabajar a un restaurante, la convenció. Bueno, no, en realidad la mente de Yongja era la que titubeaba. Caminaban hacia el restaurante, pero Myonghwa se dirigía a la estación del tren. Sin saber por qué, los pasos de Yongja seguían, contra su voluntad, los de Myonghwa. De esto hacía ya tres años. En Seúl las dos mujeres casadas habían conseguido, gracias al señor Bae, un trabajo subsidiario como ayudantes y, a la vez, como cantantes en una sala de canto. Cobraban por las horas que servían a los clientes. Pero Myonghwa, después de haber vivido de esa manera con Yongja aproximadamente un año, desapareció siguiendo al señor Bae. Sólo sabía que éste era presidente de una empresa, pero no sabía de cuál ni el nombre completo de él. La decisión de ganar dinero con voluntad de hierro a lo largo de un año para luego volver a casa, se disipó paulatinamente en el curso de uno o dos años. Desde entonces, Yongja no tenía a dónde ir a comer, dormir ni vestirse; vagabundeaba de una sala de canto a otra. Sin embargo ahora, acostumbrada a esta forma de vida, mantenía muy limpio y liso el cutis y cuidaba su cuerpo, de modo que se había convertido en una mujer elegante sin darse cuenta, lo cual no le parecía nada mal. Tenía ganas de volver a casa, pero le pareció que estaba demasiado lejos. Yongja se percató de que ya no era la mujer de hacía tres años. No era sino la mujer de otro hombre distinto a su marido. Se acostaba con uno que no era su marido y el fruto del amor entre ellos crecía en su seno. El hombre que la embarazó trabajaba en el taller de automóviles Hermanos, que estaba junto a la cervecería Tudari y a una sala de canto. El dormitorio donde Yongja meditaba tumbada boca arriba lo compartía con él. Realmente Yongja no quería dar ni un paso fuera de ahí. Quería vivir para siempre en esa pequeña habitación con el hombre llamado Hoon, a quien amaba tanto, siempre que su marido no viniera a romper esa paz.

      El sueño de Yongja, casarse después de trabajar con diligencia en su casa, se rompió de un día para otro debido a que fue violada por Dalgon, un condiscípulo de la primaria. De haber sabido que sería atacada por Dalgon, habría sido mucho mejor casarse con el cortador Park, que había intentado seducirla en una fábrica de confecciones. En aquel entonces Yongja se había fugado y regresado a su casa en su pueblo natal por temor al señor Park, que tenía un poco de estrabismo. Al volver a recordarlo, notaba que era mejor el señor Park que Dalgon, que siempre la golpeaba borracho. Pero era un asunto pasado, y por eso pensó, repetidas veces, que tenía derecho a vivir una nueva vida y que ni Dalgon ni ninguna otra persona tenían por qué romper la paz que ella misma, Seo Yongja, viviría dichosamente ahí; a la vez deseaba que sus hijos, Kim Michong y Kim Younggui, vivieran sanos y salvos y, si fuera posible, que encontraran una nueva madre para empezar una nueva vida con felicidad.

      Al percibir la desconfianza de la propietaria de la pensión, Dalgón sacó fuera al niño y a su padre, Younggap. Sin embargo, no tenía a dónde ir con ellos. Tampoco quería dejarlos ir adonde quisieran. Por eso, sin ninguna razón, Dalgon le preguntó:

      —¿Has comido?

      El otro le respondió precipitadamente:

      —La comida es importante, pero tengo ganas de ir a algún lugar a tomar una copita.

      Aunque Younggap no lo hubiera dicho a propósito, las ganas de tomar una copita no le parecieron mal, pues resultaría difícil marcharse en busca de su mujer en pleno uso de razón, pero no lo dijo y entró taciturno a una taberna cercana. En cuanto se sentaron, el hijo de Younggap miró a su padre afligidamente y dijo: “Papá, pollo frito”. Lo reprendió furiosamente diciéndole que allí servían sólo patas de pollo, por lo que no había pollos fritos y agregó: “Los hijos de familias pobres siempre desean lo que no se sirve en un restaurante”. Ante esa situación, Dalgon se ablandó. Apresuradamente salió de la taberna y entró en una pollería ubicada justo al lado. Puso un pollo frito delante del niño; Dalgon y Younggap empezaron entonces a tomar aguardiente coreano. Younggap fue el primero en tomar un pedazo del pollo frito de su hijo. Avariciosamente mordió un muslo del pollo y dijo:

      —Hermano mayor, fui al local donde trabajaba antes.

      Explicó que había estado poniendo ladrillos hacía tres meses para la remodelación de un restaurante.

      —¿Y eso?

      —Es que el dueño abre su restaurante con normalidad, y sin embargo nunca me pagó nada.

      —¿Y entonces?

      —¿Había otro remedio? Entré precipitadamente a la cocina, desconecté el tanque de gas, me lo cargué sobre un hombro, entré al salón del restaurante e hice una locura.

      —¿Así que te cobraste lo que te debía?

      —Claro que sí. Ya me conoce, hermano mayor, yo, Cho Younggap, soy un hombre dócil. A pesar de ello, siempre hay circunstancias que me obligan a hacer locuras.

      —Pero, oye, a pesar de tu locura estás aquí sano y salvo. Tendrás que agradecerlo a Dios.

      Según dijo Younggap, el dueño del restaurante no era, al parecer, un hombre malo.

      Como empezaba a anochecer y Dalgon no tenía ganas de seguir escuchándolo, atinó a levantarse de su asiento. Younggap se lo impidió enseguida.

      —¿Hoy es Nochebuena, no? Después de tanto tiempo he venido a pasar esta noche con usted, hermano mayor, que es del mismo pueblo que yo. ¿Me va a dejar solo?

      —Oye, tengo otras cosas que hacer, ¿no entiendes?

      —¿Qué cosas?

      —No tienes por qué saber más al respecto.

      —Hermano mayor, ¿tiene secretos para su hermano menor y paisano?

      —A ver, déjame decírtelo claramente: ¿desde cuándo eres mi hermano menor?

      —De verdad siento mucha tristeza al escuchar esas palabras. He venido a consultarlo sobre mi vida. Desde el principio sabía que usted era un hombre de carácter; ahora veo que en realidad es muy frío. No puedo sino creer que la humanidad en este mundo está totalmente perdida.

      A Dalgon se le escapó una risa burlona cuando escuchó decir a Younggap que quería consultarlo sobre la vida. El que quería consultar con alguien acerca de la vida era él mismo. De los dos, quien era más empático era Kim Dalgon, naturalmente. Younggap le habló de manera tan franca que decidió, aunque no fuera a aconsejarle nada sobre la vida, tomar un poco más de alcohol con él, por lo que volvió a sentarse desganadamente. ¡Empatía! Por su causa Dalgon no había podido abandonar a su mujer Seo Yongja. No era que él se hubiera casado con ella por amor. Pensaba que el hombre cometía errores y que él había cometido uno con Seo Yongja una vez. Ella había reaccionado aferrándose al dobladillo de su pantalón, con lágrimas en los ojos, suplicante, preguntándole qué sería de ella. Y él había accedido a desposarla aunque no la quisiese. СКАЧАТЬ