La Princesa del Palacio de Hierro. [Gustavo Sainz
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Название: La Princesa del Palacio de Hierro

Автор: [Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786077640134

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СКАЧАТЬ Quería ponerme lo mejor. Pensé que cuando llegaran mis papás todo iba a estar muy bien, porque pensé no hay problema ¿no? ¿Cuál es el problema? Pero fíjate que vi cuatro pastillas afuera del pomo. Eran cuatro. Entonces yo sin reaccionar ¿me entiendes?, sin pensar en nada malo, las cogí y me las tomé. Pero así como que pasas y ves un dulce y te lo echas, sin pensar que te puede hacer daño ¿no? Digo, después me enteré de muchísimas cosas que en ese momento no podía saber ¿no? Me las tomé y me fui tranquilísimamente… Y me volví a quedar dormida.

      En el inter me había estado hablando una de Las Tapatías y le habían dicho que estaba yo dormida. Pero ella sabía que tenía yo un sueño que nada más con que rasguñaran la puerta, despertaba ¿no? Entonces la muchacha iba y le decía fíjese que la señorita está dormidísima, le toco la puerta y no me abre. Entonces ella, por intuición, se imaginó algo ¿no? Entonces fue por un muchacho con el que andaba. Era doctor, era pediatra, creo. Y fíjate que era muy chistoso porque siempre le trataba de lavar el coco a mi amiga. Tú no eres para salir con un solo hombre le decía, no, tú no, tú tienes que salir con varios porque es tu carácter. Entonces él mismo le hacía citas con otros para que ella saliera con dos al mismo tiempo. Hasta con un hermano suyo ¿no? Pero La Tapatía Grande era de lo más cabrona y no sé bien cómo estuvo, pero le hacía cosas reterraras a la gente. Por ejemplo, tú, trataba de que todas sus relaciones llegaran a que le pidieran que se casara. Y cuando eso sucedía, ella mandaba tranquilamente a la chingada a su pretendiente. Era como una apuesta con ella misma ¿no? Bueno, y en esa época ella salía con el doctor y con un amigo del guapo guapo que se llamaba Andrés… Mientras tú te echas uno, él se echaba tres. Bueno, así decía a cada rato.

      Entonces se lanzó por ellos y llegaron a casa. Cuando los descubrí estábamos en la sala y trataban de despertarme. Habían intentado entrar en la recámara por una inmensa ventana que daba al jardín y la alberca, pero finalmente habían forzado la puerta. Entre Andrés y el médico me sacaron cargando y pasaron frente a la recámara de mis papás que estaban mirando no sé qué programa en la televisión y no se habían dado cuenta de nada. Me sacaron cargando y todo. Entonces Alberto, o quién sabe cómo se llamaba, empezó a darme café, empezó a enseñarme a caminar. Me preguntaba mi nombre y todo ¿no? Entonces empezó a tratar, en medio de mi dormida, a tratar de saber cuántas pastillas había tomado. La Tapatía Grande se preocupaba mucho y chillaba como gorrión, ay, gordita, estás muy dormida. Así me trataban, como loca. ¿Cuántas pastillas te tomaste? Y yo les decía: una. Y me decían no, gordita, creemos que te tomaste más de una. Y yo les decía dos. Y entonces pasaba un ratito y me decían gordita, creemos que tomaste unas cuantas más… Tres te has de haber tomado. Cuatro te has de haber tomado. Y yo les hacía señitas de que no, con el dedo les decía que no, que más de tres, que más de cuatro. Total, hasta que fui un poco ligando ¿entiendes? Entonces resultaron muchísimas, Se asustaron en serio, porque me parece que la dosis para envenenarte es de diez pastillas. Diez es la dosis suficiente para envenenarte y yo me había tomado ocho. Y entonces me hicieron jurar que cuando ellos se fueran me iba yo a meter a mi recámara, y que de allí no iba a salir sino hasta el otro día. Que debía procurar estar de lo más tranquila y que debía ponerme a leer. Total, les dije que sí ¿verdad? Entonces me metí en la recámara, ya bastante dormida…

      Ya tenía yo dos días encerrada, dos días, y de pronto mi mamá entró en mi cuarto, Ella no se había dado cuenta de que estaba encerrada ni de que habían venido Andrés, Alberto y La Tapatía Grande. Increíble, pero de nada se había dado cuenta. Entonces entró al cuarto. Rarísimo en ella porque es una gente tan dura, tan dura, que imagínate que vio los cadáveres degollados de mi amiga y sus hijos y dijo mira qué inocentes se ven, si hasta están todavía quemaditos, qué bueno que se van juntos al cielo. Y los cadáveres estaban sin cabeza ¿verdad? Era tan dura que te podía ver que estuvieras botada en donde fuera y no te pelaba ¿no? Un carácter muy fuerte, muy horrible, muy frío ¿no? Entonces fíjate que estaba yo en el cuarto y llegó a decirme que tomara un vaso de leche. En esa época era un poco menos dura ¿no? Estaba la luz apagada y entonces le dije no, mamá, fíjate que no, gracias. Entonces me dijo ¿por qué hablas así? Y le digo ¿cómo? Le digo estoy hablando bien… En la oscuridad… Entonces me dijo no. Y entonces prendió la luz y gritó de horror ¡AAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGHHHHHHHHH! Más o menos así, y salió despavorida de mi cuarto. Entonces yo me asusté ¿verdad? Me asusté muchísimo…

      ¿No lo estoy haciendo muy largote?

      En lugar de seguir acostada bajé directo a ver televisión, a ver a mi papá y a mi mamá, a hacer sociales. Y yo dije ya me voy a contentar ¿no? Entonces fíjate que me metí al cuarto de la televisión y los dos se quedaron, bueno, se me quedaron viendo así como si vieran a un muerto ¿no? Mi propia madre y mi propio padre. Entonces les dije bueno, está bien, no se alarmen, me voy a ir a acostar, tengo mucho sueño. Y mi mamá caminó detrás de mí y me ayudó a meterme en la cama ¿no? Y volvió a decirme lo del vaso de leche. Entonces yo dije otra vez que no. Y entonces ella se puso a gritar. ¡Ay, por favor, tómate un vaso de leche, por lo que más quieras! Entonces mi mamá hincada en la cama, tú, en medio de los gritos, pidiéndome por favor que tomara algo. ¡Te lo ruego por lo que más quieras! Servilmente, en una recriminación bastante anticuada. ¡Tómate un vaso de leche! ¡Tómatelo! Total, para darle gusto dije sí y en menos de tres minutos regresó con el vaso. Lo apuré muy despacio, hasta que respiró aliviada, pues mientras bebía ella había mantenido la respiración. No sabes cómo te lo agradezco, dijo recuperando el vaso maquinalmente, ahora descansa.

      En cuanto salió me levanté a ver en el espejo. Primero para saber qué tanto los impresionaba. Segundo para refrescarme la cara. Porque me habían visto y pegado el grito en el cielo y eso me preocupaba, de repente cobraba consciencia de eso y me preocupaba ¿no? Y que me voy viendo y eran manchas. Porque estaba envenenada ¿no? Estaba totalmente desfigurada la cara, hinchadísima, y eran manchas moradas con blancas, de todos colores. Era yo toda un arcoiris, como si se me hubiera caído un payaso encima… A lo lejos se oían las voces de la televisión y yo me acosté ¿no? Entonces ya me acosté y no se volvió a tocar el punto.

      Desaparecieron de mi casa todas las navajas de rasurar, todos los cuchillos de cocina, todos los fenobarbitales, todos los frascos de estricnina. Todo. Porque yo creo que pensaron que me había tratado de suicidar, cosa que no era cierta ¿no? Simplemente yo trataba de descansar y de olvidarme de preocupaciones ¿no? Después me lo explicaba el médico. Que desde los dos primeros fenobarbitales que había tomado me emborraché, que estaba como si me hubiera bebido yo sola una botella de güisqui. Entonces lo que me pasó es que perdí la conciencia. Una palmada y cuás, voló. Y entonces yo no sabía lo que me hacía mal y lo que me hacía bien. Dicen que cuando me levanté y tomé los cuatro fenobarbitales, cuando me paré a bañar, cuando te dije que me sentía alegrísima. Bueno, dicen que cuando fui al baño tenía que irme pegando contra las paredes, que debo haber ido arrastrándome casi, porque ya llevaba una dosis tan fuerte que era como para que estuviera ahogada de borracha ¿no? Total, ya pasó. No tardé nada en recuperarme… Dos o tres días estuve pendeja, pero no tuve ningún problema, digo, que me haya quedado algún conflicto, alguna tara sicológica, alguna frustración o malformación porque quise matarme y no lo conseguí, no, nada de eso, nada. Y no quise envenenarme ¿verdad? Yo nada más había querido descansar, dormir un buen rato.

      (“Desde ese instante, las similitudes más remotas sugerían, con tal violencia, la idea de la muerte, que bastaba hallarse ante una lata de sardinas —por ejemplo— para recordar el forro de los féretros, o fijarse en las piedras de una vereda, para descubrir su parentesco con las lápidas de los sepulcros. En medio de una enorme consternación, se comprobó que el revoque de las fachadas poseía un color y una composición idéntica a la de los huesos, y que así como resultaba imposible sumergirse en una bañadera sin ensayar la actitud que se adoptaría en el cajón, nadie dejaba de sepultarse entre las sabanas, sin estudiar el modelo que adquirirían los repliegues de su mortaja.”)

      4. Lo palpable, lo mórbido

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