La Princesa del Palacio de Hierro. [Gustavo Sainz
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Название: La Princesa del Palacio de Hierro

Автор: [Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786077640134

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СКАЧАТЬ era imitar el chou ¿no? Cuando vayas a la casa te lo hacemos, le dijimos al Monje. Y sí, dijo sí.

      Entonces allí en Las Dos Tortugas, un día, ¡oh maravilla!, van llegando todos los del Abacosobatá. Entonces olvídate, eran nuestros maximazos, para nosotras eran, bueno, y los habían invitado. Entonces nos hicimos muy amigos mi hermano y yo de ellos. Puros negros… Horribles ¿no? Pero sensacionales, padres padres. Con un sentido del ritmo, tú, y de la música, bueno, que para qué te cuento. Entonces un día en una cena de mi hermano, porque era cumpleaños de mi hermano… Bueno, les dijimos a mis papás fíjense que vamos a hacer una cena. Sí, perfecto, qué quieren, para que les compre, qué van a hacer de cenar, para cuánta gente. Vamos a ser más o menos veintitrés y queremos estar sentados a la mesa. Y queremos que nos hagan arroz con pollo o frijoles con puerco, cualquiera de las dos cosas. Entonces mi papá, que deveras olvídate, era esplendidísimo, dice, pero cómo ¿arroz con pollo? Sí, sí, sí, arroz con pollo. Pero por qué. Así queremos comer… Y es que es la comida típica de los negros ¿no?, sobre todo en Cuba, es un platillo así de los principales ¿no? Entonces cuando llegan, estábamos, bueno, nos hicieron nuestra cena con todo lo que dijimos, todo lo que tú quieras. Y entonces ah, pues de repente mi papá bajó para ver quiénes estaban y cómo iba todo. Estábamos uno dos tres veintiún negros del Abacosobatá, todos los negros del Abacosobatá y nada más mi hermano y yo de blancos, los únicos blancos. Entonces, cuando mi papá nos vio, subió y le dijo a mi mamá hay puros negros, hay puros negros en la casa. Imagínate el susto de mi mamá… Empezó a gritar sube tantito, sube. Y apenas me vio empezó quiénes son esa bola de negros que dice tu papá que están allá abajo. Son nuestros amigos… Y nos pusimos a reír. La Tapatía Chica olía a orégano, su hermana dijo que el capitán murmuró que todo apestaba a fábula, y El Monje se reía tan chistoso, no sé cómo lo hacía: rechinaba los dientes, sí, rechinaba los dientes…

      Bueno, no, mi mamá, cada cosa que le pasaba… Porque aparte fíjate que acababa de descubrir que teníamos un cuarto oscuro ¿no? Había un cuarto en la casa que nadie usaba. Entonces, como mi mamá nunca pelaba nada, porque es toda discreción, digo, distracción, nosotros tomamos un cuarto y lo pintamos de negro y cambiamos todos los focos por focos rojos. Y cerrábamos con llave ese cuarto. Entonces les habíamos dicho a mis papás y a todos que era nuestro cuarto literario. Éramos La Vestida de Hombre, mi hermano y yo. Vivíamos en la casa y cada día a uno de nosotros le tocaba limpiar los sillones, tirar las colillas y ventilar aquello. Porque en las noches, como mis papás estaban en su cuarto, recibíamos allí a los amigos. Entonces mis papás no sabían dónde estábamos, si abajo o arriba, en realidad no les importaba. Habíamos puesto unos sofás, un tocadiscos, unas cosas así. Entonces encendíamos los focos rojos y allí llegaban todos nuestros cuates… En las mañanas abríamos las ventanas para que se oreara el cuarto, para renovar el aire ¿no? Pero lo dejábamos siempre con llave… Entonces, un día, no sé cómo estuvo, La Vestida de Hombre había hecho el quehacer y había dejado la puerta abierta. Sí, la dejé sin llave, dijo. Entonces de casualidad que a mi mamá se le ocurre abrir y abre la puerta y se va encontrando con un cuarto negro, con el piso pintado de negro y los muebles negros, con los focos rojos y todo. Y como ella nunca se había dado color del cuarto, que empieza a dar de gritos desquiciada, ¡un burdel!, ¡un burdel! ¡Tienen un burdel!

      Entonces que nos traen el café. ¡Un burdel! ¡Un burdel! Que nos sirven el café ¿no? ¡Tienen un burdel! Primero a Las Tapatías, luego a mí, después a La Vestida de Hombre y por último a nuestro anfitrión, el capitán con una risita condescendiente. Estábamos tomándolo ¿no? Bueno, estaba muy caliente y yo esperé a que se enfriara un poco, o tenía risa, no sé. Tienes que conocer el cuarto literario, decía La Tapatía Chica. Ah, no, les estaba explicando las canciones del Abacosobatá. Y de repente me estaba llevando la taza a la boca y que viene el capitán y me detiene la mano. Su mano prieta llena de pelos, brrr… No, no, no, no, no, permítame, por favor. Y que me quita la taza, tú, y que se la lleva, como había pasado con la sopa. Y yo digo por qué me la quita. Y me dice señorita, perdóneme, pero el café se toma caliente. El Monje me miraba con ojos desorbitados y nariz pinochesca. Mis amigas se botaban de risa ¿no? Es que estoy esperando que se enfríe, dije con suavidad. Perdóneme, pero se lo voy a calentar. Y El Monje con las manos en su taza, como si las tuviera amarradas. ¡Pero yo estoy esperando que se enfríe! No, nada de eso, el café se toma bien calientito. Diablos castrados, para no hacer mucho escándalo, o para no llamar la atención del muchacho guapo que había llegado y me miraba de vez en cuando, pues me quedé callada ¿no? Ya qué dices. Al pinche Monje le hubiera tocado protestar ¿verdad?

      Al ratito, tú, que viene y vuelve a servir. Entonces, fíjate que le digo oiga. Pero en vez de escucharme propone ¿van a tomar un coñac? No, fíjese que no, muchas / Es que una cena sin coñac no es cena. Soy abstemio dijo El Monje, vivaz, soy Abstemio de Valle Arizpe… Y espérenme tantito dijo el capitán, nosotras con la bocota abierta como el foro del Palacio de Bellas Artes. Y que se va y trae el coñac. Cortesía de un servidor, dice melifluo y cumbanchero. ¡Tortugas ninfómanas! Y El Camello más serio que fraile en cuaresma ¿no? Ni levantaba la vista.

      Estábamos otra vez tomándonos el café y que viene con otra jarrotota de café y nos vuelve a llenar las tazas ¿no? Oiga, no, de verdad, ya no queremos, ya no queremos, muchísimas gracias… Los abusos se renovaban. Estábamos reteserias y no sabíamos qué hacer. Algo pegosteoso se derramaba sobre todas las cosas. Desde los aperitivos a los que habíamos renunciado no había ninguna esperanza. La situación se nos resbalaba de las manos. Y el capitán sí, sí, otro poquito, sí, los ojos centelleantes, les va a caer retebien su café… Y bebíamos tantito y volvía a llenar las tazas. Óyeme, parecía un restorán respetable y estaba lleno de gente. Y por si fuera poco, en el líquido ese nos podían poner cualquier cosa. Y las golfas aquellas seguían allí, unas encima de la mesa, manoseando y dejándose manosear, pero haciendo un escándalo de cuatro orquestas… Total, otra vez nos empezó a llenar las tazas y El Monje no protestaba, no pedía la cuenta ni nada. El guapo guapo y la mitad de su pandilla desaparecieron en uno de los baños y la conversación decayó definitivamente. Porque habíamos estado hablando ¿no? Como disimulando que estábamos en una situación fuera de lo común, como fingiendo que eso nos podía pasar a nosotros como si nada, que habíamos vivido más de la cuenta, pero mucho más ¿no? Mucho más… el maldito café no se acababa nunca y mi respiración era aceleradísima…

      Al ratito, cuando El Monje estaba distraído viendo cómo La Vestida de Hombre se aplicaba pomada bajo un seno, le hice señas al capitán y le pedí que me trajera la cuenta… Bueno, nada más con la mano, como escribiendo en el aire. Le hice así, que nos trajera la cuenta. Él se había ido a llenar una vez más la jarra de café ¿no? Y Las Tapatías parecían palomas con sueño. Y entonces fíjate que el capitán se voltea y dice muy despacio, muy estudiado, muy cortés, hasta elegante y teatral a un tiempo: no, de ninguna manera, no. Y yo le decía que sí con la cabeza, con las manos, con todo el cuerpo. Y él no. Pensé resistir hasta el último instante y darle luego una patada con todas mis fuerzas, reventarle los huesos. Oye, le digo al Monje de Jalisco, fíjate que no nos quieren traer la cuenta. Y La Vestida de Hombre llena completamente de pomada lloró: ay, pero por qué. Y les digo pues quién sabe… Entonces una de Las Tapatías que se levanta, flaquita flaquita, pero muy brava, y que grita ¿nos van a traer la cuenta o no? De perfil, casi transparente, parecía que no había dicho nada. No, gruñó el capitán, todavía no, acercándose. Las mesas, los meseros y los demás parroquianos oscilaban peligrosamente. Entonces Las Tapatías, como en un destello, dijeron vámonos, aprisa. El Monje hizo a un lado su silla, incorporándose. Yo no traté de moverme. Pese a mi repulsión sentía cierta curiosidad por lo que iba a ocurrir. ¿O me faltaba valor para gritar de miedo y de estupefacción?

      Entonces corrió el capitán y les cerró el paso, inesperado, impidiéndoles cualquier movimiento. Yo me levanté como impulsada por un resorte. La Vestida de Hombre se inclinó como para abrocharse un zapato o ponerse pomada en un tobillo, pero en realidad gateó debajo de la mesa tratando de escapar. Hasta El Monje dio un paso adelante con cara de pendejo ¿no? Cierta inspiración diabólica descendía sobre el capitán peludo y nosotros parados СКАЧАТЬ