Название: El continente vacío
Автор: Eduardo Subirats
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia
isbn: 9786075475691
isbn:
La primera figura del no-reconocimiento del indio no se formuló bajo la espada mortal del conquistador, sino bajo el significante sacerdotal de la culpa. La función real del misionero cristiano era y es la estigmatización del indio como ser servil, diabólico o demente, y en consecuencia necesitado de su eclesiástica protección. Bajo esta determinación sacramental las comunidades originales de América fueron preventiva y definitivamente privadas de voz. Colón los había descrito como seres sin ley ni forma de vida. «Parecen asaz aptos para recibir la fe católica», se decía, por toda definición, en la bula de Alejandro VI.110 Homúnculos los llamó Ginés de Sepúlveda. Francisco de Vitoria los comparó, más liberalmente, con los niños y los dementes, en un apéndice de su Relectio de Indis.111 Francisco Suárez, que abogó asimismo por una concepción liberal de la conquista y, en consecuencia, rechazó drásticamente la doctrina de la Guerra Santa, no dejó de asumir que los indios «son peores que locos» y, en consecuencia, «no son dueños de sus propias vidas».112 Vasco de Quiroga, el fundador de la llamada utopía indigenista en América, manifestó expresamente, en su Información en derecho, que todas las formas de gobierno de los indios eran serviles y malas, cuando los americanos no vivían sin gobierno alguno, es decir, como bestias.113 A esta serie variopinta de evaluaciones teológicas les sucedía a continuación la más larga retahíla de demonizaciones de sus cultos satánicos, sus dioses sanguinarios, su perversa sexualidad y sus torcidos conocimientos y formas de vida.
Una vez negada la legitimidad de su ser, no era difícil dar el siguiente paso: la clausura ontológica de su forma de vida. Los Colloqvios ilustran sobremanera esta insidiosa subrogación, por parte de los misioneros franciscanos, de una negatividad absoluta de la existencia indígena: «vuestros dioses, vuestras formas de vida, vuestra palabra» no son reconocidos en modo alguno como propiedades de título legítimo, sino como maquinaciones del diablo y como tales tenían que ser necesariamente eliminadas. La verdadera destrucción de las Indias es idéntica con esta clausura teológica de la existencia del americano.
Pero la llamada conquista espiritual no podía cumplirse solamente a partir de un mudo terror. No podía emanar de una oposición simple entre héroes sanguinarios y vasallos vencidos, ni del conquistador elevado a los altares de un sujeto absoluto y sublime, versus un indio maldecido como existencia culpable y esclava. Tampoco era posible que el nuevo orden se instaurara a partir del secuestro simple de la palabra, la memoria y las formas de vida del americano. Era preciso que el sujeto vencido y negado abrazara, en una subsiguiente escena, el discurso del héroe y del misionero cristianos como su principio interior de identidad y salvación. Era preciso que el indio asumiera voluntariamente su impuesta condición de vasallaje como una nueva dignidad. Era necesario, además, demostrar que el habitante de América deseaba su travestimiento, sujeción y subjetivación bajo los poderes nuevos, y que se los apropiaba como auténtica emancipación y verdadera libertad.
Para que el nuevo sistema colonial apareciera como un orden interior, principio de identidad y fundamento de la libertad, era menester la previa derogación del principio arcaico de violencia y poder que, al mismo tiempo, lo había fundado. Semejante negación no significaba, empero, la supresión real de la violencia. Más bien, se trataba de su refutación nominal y de su suspensión virtual. La nueva identidad del indio debía representarse fuera del ámbito efectivo e inmediato de la violencia real que ejercía el poder colonizador. Para ello había que deslegitimar el principio de vasallaje militar, y de crueldad y sujeción violenta del indio. Era necesario desplazar y ocultar (verdrängen en el sentido en que Freud definió este proceso psicológica y políticamente) la violencia constituyente del orden colonial para poder reformular su principio teológico y político de conversión cristiana del indio como auténtica emancipación, y había que redefinir esta conversión liberadora como el verdadero objetivo y sentido del proceso de colonización.
Desde el punto de vista de la sucesión de acontecimientos históricos puede afirmarse con bastante solvencia que, ya a mediados del siglo XVI, la leyenda heroica del descubrimiento había llegado a su fin. La síntesis de la espada y la cruz se había revelado como un principio de terror. El mismo significante conquista fue desplazado por el de pacificación. Eso no quiere decir que pudiera cuestionarse la violencia fundacional del nuevo orden. La crítica y el rechazo de la violencia ciega y brutal de la conquista solo podía ser formulada desde el propio sistema de conversión y a partir de su lógica y logística que había definido la conquista de las Indias como empresa apostólica. Solo en nombre de este apostolado misionero del poder colonial, cuyo principio trascendente había formulado clara y distintamente la bula Inter caetera, podía cuestionarse la destrucción de las Indias.
Todos estáis en pecado mortal [increpaba Antón de Montesinos en su célebre sermón del 30 de noviembre de 1511, no a los indios, sino a los colonos españoles de la isla Española]. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacíficas, dónde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?
Esta fue el acta de nacimiento de una crítica del proceso de colonización cuyo objetivo explícito no era una resistencia contra su principio teológico y político, sino contra su forma sanguinaria y violenta.
El sermón de Montesinos era una noble protesta contra la inhumanidad de la conquista española. Sin duda alguna apelaba a los mejores sentimientos y fines morales. Pero no debe perderse de vista que, sobre todo, constituía la más cabal y consecuente expresión del principio interior de este proceso colonizador. «¿Y qué cuidado tenéis de quien les doctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos?» Montesinos solo ponía en cuestión el proceso real de colonización americana para sublimar a partir de sus ruinas su concepto teológico y político en estado puro: la transustanciación de la teología política de la colonización en una teología de la liberación.114
El breve discurso de Montesinos planteaba las dos tesis fundamentales del nuevo espíritu reformista: la desautorización teológica del concepto militar de la conquista como verdadera guerra de vasallaje y rapiña; y la subsecuente reformulación del amor cristiano, la caritas, como verdadero principio de conversión, o sea, como el instrumento privilegiado de la conquista espiritual de América. Por consiguiente, no se trataba tan solo de un concepto limitado de la destrucción colonial americana, ni tampoco de un limitado concepto de una resistencia contra los abusos del poder colonial. Se trataba de la transustanciación semiológica o retórica de la abolición de las memorias y formas de vida del indio subyecto, y del expolio de sus tierras y de su fuerza de trabajo en el espectáculo sacramental de una única y verdadera libertad.
La doctrina de la guerra santa no era suprimida con ello. Nuevas formas de violencia se perfilaban en el horizonte de las reformadoras alternativas: desde la violencia sacramental de la confesión hasta la violencia institucional de la Inquisición, pasando por las fórmulas liberales que legitimaban, a posteriori y condicionalmente, la guerra de conquista en el caso de cultos llamados criminales, de gobiernos autóctonos considerados imperfectos o de la defensa de la fe cristiana allí donde se supusiera amenazada por los salvajes, de acuerdo con la teología política de un Suárez o un De Vitoria. El principio de la guerra santa no fue suprimido, sino transferido y sublimado en el nuevo discurso de la auténtica conversión y una perfecta colonización. Su violencia se hizo interior, se elevó a principio СКАЧАТЬ