El coro de las voces solitarias. Rafael Arráiz Lucca
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El coro de las voces solitarias - Rafael Arráiz Lucca страница 17

Название: El coro de las voces solitarias

Автор: Rafael Arráiz Lucca

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788412145090

isbn:

СКАЧАТЬ rigores de la vida, ni la evasión frente a la realidad; era una experiencia de orden espiritual, que incluso llegaron a tener como de distinta y hasta superior jerarquía que la experiencia religiosa. Los modernistas sabían que la materia del poema era de alto voltaje, que los juegos florales tan afectos al romanticismo superficial eran completamente ajenos a su esfera de concepción. Los vínculos entre el ocultismo y el modernismo fueron mucho más estrechos de lo que suele admitirse. No podía ser de otra manera si en el programa modernista estaba la libertad, la disposición a entrar hasta en las cuevas más oscuras sin que les temblara el pulso.

      En honor a la verdad, en todo este programa de aportes la mano de Darío es indispensable. Sin que dejemos de reconocer los cimientos iniciales de Martí, lo cierto es que Darío es el protagonista del movimiento en sus dos etapas establecidas: sobrevivió a los iniciadores (Julián del Casal muere en 1893, José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera en 1895 y José Asunción Silva en 1896) y acompañó a la segunda generación modernista hasta que quedó rendido por la muerte. También, la obra de Lugones es insoslayable, sobre todo en esa segunda etapa del modernismo que precisa Henríquez Ureña. Y detengámonos aquí por un instante. Con las dos etapas ocurre algo curioso: el arranque individualista inicial, lleno de graciosos desplantes, de amor al lujo, de cosmopolitismo, de exotismo, fue atemperándose en razón de un llamado. Me refiero al llamado americano. Los modernistas tuvieron la necesidad de darle forma a un reclamo patriótico, guardando todas las advertencias frente al peligro del patrioterismo, al que habían condescendido el neoclasicismo y el romanticismo. Lo importante es que hay un cambio de rumbo, un tránsito de la geografía exótica a la doméstica. De los perfumes asiáticos a los dioses aztecas. Si fuésemos a buscar los aportes más significativos del modernismo, me temo que los encontraríamos en la primera etapa, en la etapa de ruptura. Es como si para desprenderse de la rémora hubiesen tenido que cantar más alto, más lejos y más raro, con mayor libertad. Ya en la segunda etapa pueden encontrarse los primeros vestigios de su propia retórica. De hecho, la vanguardia que sustituirá al modernismo está incubándose en el alma de sus sucesores. Pero, para complicar el panorama, no puede afirmarse que las obras más interesantes de los poetas, individualmente consideradas, hayan sido escritas durante la primera etapa, y un buen ejemplo es el del propio Darío. Pero es perfectamente posible que lo más interesante de un movimiento se dé en momento distinto a las obras de mayor resonancia de sus integrantes.

      La fecha de extinción del fenómeno modernista también ha sido objeto de largas discusiones. Para algunos ocurre hacia 1910, con la aparición del soneto de González Martínez, en Los senderos ocultos, donde se propone: «Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje». Para otros, con la explosión de la Primera Guerra Mundial, en 1914; y para unos terceros con la muerte de Darío, en 1916. No entremos en esta diatriba; aceptemos que, entre 1875 y 1916, se da en Hispanoamérica este movimiento renovador de las letras, que va a abrir el camino del futuro y a clausurar las proposiciones estéticas del siglo XIX. Aceptemos también que los signos de agotamiento del modernismo comienzan a expresarse hacia 1910, cuando ya los cultores epigonales del movimiento incurren en los estereotipos propios de los movimientos artísticos que envejecen, que se anquilosan. Veamos ahora el modernismo en la poesía venezolana.

      Lo primero que se impone decir es que el modernismo encontró en Venezuela mayor cauce en la prosa que en la poesía y, además, que si contrastamos las fechas de aparición del modernismo en otros países con las del nuestro, pues, podemos afirmar que comenzó rezagado, tanto para la prosa como para la poesía, pero mucho más para esta que para aquella. El dato no deja de ser curioso si tomamos en cuenta que Martí vivió en Caracas durante el año de 1881, e incluso escribió Ismaelillo al pie del Ávila. Sin embargo, la influencia de Martí en los jóvenes escritores caraqueños no se manifestó de inmediato; cundió en la década siguiente, cuando el modernismo comenzó a manifestarse en dos publicaciones periódicas de enorme importancia para nuestras letras. Me refiero a El Cojo Ilustrado (1892-1915) y Cosmópolis (1894-1895). En la primera, la expresión modernista se limitó a disponer de espacio suficiente en la publicación; no así en el caso de la segunda, donde desde el primer editorial hay una manifestación de fe en el modernismo. Los tres redactores, Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, Pedro César Dominici y Pedro Emilio Coll, apenas pasaban de los veinte años cuando afirmaban, en su «charloteo»:

      En la América toda un soplo de revolución sacude el abatido espíritu, y la juventud se levanta llena de entusiasmo. Rubén Darío, Gutiérrez Nájera, Gómez Carrillo, Julián del Casal y tantos otros dan vida a nuestra habla castellana, y hacen correr calor y luz por las venas de nuestro idioma que se moría de anemia y parecía condenado a sucumbir como un viejo decrépito y gastado. (Polanco Alcántara, 1988: 34)

      Pero, como afirmé antes, el modernismo encuentra en Manuel Díaz Rodríguez, José Gil Fortoul, Eloy G. González y los tres del charloteo, entre otros, sus cultores en prosa, llegando a alcanzar la cumbre con los libros de Díaz Rodríguez. Junto a los prosistas estuvo, a pesar de su ardiente juventud, el polígrafo del modernismo: Rufino Blanco Fombona, quien fue de los primeros en cultivar el verso modernista, aunque el balance final de su obra se incline más hacia la práctica de la narrativa y el ensayo. Examinemos su tránsito.

      Rufino Blanco Fombona (1874-1944) es, sin la menor duda, uno de los personajes más apasionantes de la vida literaria y política de Venezuela. Asombra que a estas alturas el cine no lo haya tenido como uno de sus caracteres ideales. Pocas vidas más novelescas que la de Blanco Fombona. La sola enumeración de sus oficios es ya sorprendente: escritor, historiador, periodista, editor, político, diplomático, gobernador en Venezuela y en España, masón, duelista, dandy, polígrafo y un largo etcétera que lo hacen un personaje de leyenda. Vivió entre la diatriba política y el llamado literario y supo no diferenciar entre una y otro. De allí que toda su obra sea una estocada pasional, un desafuero argumental, un alegato feroz por la vida vehemente.

      Desde muy joven comienza a viajar, bien por encargos de orden diplomático o bien por el destierro forzoso. Apenas con dieciocho años es nombrado cónsul en Filadelfia y, con apenas veintiuno, de regreso en Caracas, es colaborador de El Cojo Ilustrado, para luego irse a Holanda de agregado en la Legación, y luego a Boston. De vuelta en Venezuela, es nombrado secretario de gobierno del estado Zulia. En 1901 está de nuevo en Holanda, pero en 1905 es gobernador del territorio Amazonas, donde se enfrenta al manejo inescrupuloso del negocio del caucho, y es hecho preso en Ciudad Bolívar (después de un enfrentamiento armado donde les dio muerte a sus contendores) para irse a Europa de nuevo hasta 1908, cuando regresa y es diputado. Comienza su oposición acérrima a Gómez y es confinado a la cárcel de La Rotunda hasta 1910, cuando sale a un largo destierro hasta 1936.

      En sus años españoles adelanta el trabajo de editor más asombroso que venezolano alguno haya hecho fuera de su país: la Editorial América, un prodigio de trescientos títulos, aproximadamente. En España, también, es nombrado gobernador de las provincias de Almería y Navarra. Pero, muerto el tirano, regresa a su país, quema las naves españolas y es distinguido con el nombramiento de presidente del estado Miranda; después, entre 1939 y 1941, es embajador en Uruguay, hasta que finalmente, de visita en Buenos Aires, cae fulminado por un infarto. Este resumen, que pasa por alto sus refriegas en duelo, en las que dio muerte a sus adversarios, que olvida sus pleitos personales y sus galanteos incesantes con mujeres de diversísima condición, desde una monja hasta una princesa, también pasa por alto lo más importante: sus libros.

      Toda esta vida azarosa está acompañada por una voluntad de escritura que deja sin aliento a cualquiera. Su obra de polígrafo se acerca a los cuarenta títulos en setenta años de vida. Los testimonios sobre su creación son múltiples; desde el juicio de Picón Salas, que lo considera uno de los pocos venezolanos universales del siglo XX, hasta el de Ángel Rama, para quien el polígrafo es: «Vivo, veraz, arbitrario, caprichoso, expuesto a las críticas, agresivo y atormentado, esta imagen que él no fraguó para ofrecerla al mundo, pero que nosotros recuperamos recomponiendo los textos de su Diario, hace de él un estricto contemporáneo» (Rama, 1975: XXXIX). Lo cierto es que Blanco Fombona cultivó el poema, el cuento, la crónica y el artículo periodístico, СКАЧАТЬ